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El otro lado de la Semana Negra

Ayer por la mañana bajé pronto con la idea de dar un paseo, que me quede más delgao si es mentira. El caso es que eran ya las doce y media y seguía sentado en la terraza del Don Manuel. Que si un vermú, que si otro vermú, que si Luis Artigue habla de no sé qué, que si Alexis (este canario no calla ni debajo del agua, creedme) no sé cuantos… Finalmente, unos cuantos valientes decidimos que ya es hora de dar una vueltina por el casco viejo y estirar las piernas. Cierto es que la cosa duró poco. Creo que fue Jon Arretxe (segundo mejor escritor vasco según Javi Abasolo) el que dijo que andar con los colegas carece de sentido, así que acabamos sentados en una mesa de madera en la plaza de Jovellanos practicando el noble arte de escanciar sidra. Quizá no se me dé eso del footing, ni la natación, ni otros deportes de riesgo, pero lo de escanciar no se me da mal hasta que en la tercera botella decidí que currara otro. Allá que te va Pepe Correa (segundo mejor escritor canario según Alexis Ravelo) con su mejor intención hasta que una señora mayor le corrige y nos enseña en vivo y en directo cómo se hace.

-Mirad, el truco está -nos dice mientras se pone la botella medio metro por encima de la cabeza- en no mirar la botella. Empezáis a verter y dirigís el vaso al chorro.

Y la señora le sirve un culín a Pepe, que lo trasiega sereno. El canario intenta poner en práctica las enseñanzas, pero la sidra acaba por los suelos, en sus pantalones y en su camisa, y Pepe que se va al servicio.

-Esto con un queso de cabrales… -dice Abasolo (segundo mejor escritor vasco según Jon Arretxe).

Y yo que entro para el garito y pido un plato de cabrales, a mi Abasolo que no le falte de na.

El queso es recibido en la mesa con admiración y empezamos a untarlo en el pan.

-Oye, esto está de puta madre, nen -dice Maluenda.

Un nota que está a mi lado y que no conozco, tímido y callado, también lustra su pan con el queso y bebe sidra. Luego se pira, pero viene un mejicano y su chica al que luego por la tarde vería en la carpa presentando su novela con Paco Ignacio Taibo II.

La cosa termina en el bar Galicia. Pulpo con cachelos, calamares y propongo oreja con cachelos. Pero la mayoría de la peña es escrupulosa con esto de la oreja. El mejicano me apoya y le digo que aquí tiene un amigo. Más tarde, entre tazas de Ribeiro, nos cuenta lo que está pasando en Méjico y flipamos. Tanto que Jon Arretxe (minutos antes había declarado que no le gustaba la oreja) empieza a dar cuenta de la oreja y nos dice: «Qué pulpo tan raro».

Al pasar por el Don Manuel, de camino al hotel, saludo a Gori y a Ilya (plana mayor de Alrevés) que acaban de llegar. Y quedo en media hora con Maluenda para ir al recinto. Es él quien se encarga de presentar «Contra las cuerdas», de Susana Hernández, en la carpa del encuentro, mientras que Alexis Ravelo (segundo mejor escritor canario según Pepe Correa) habla de su «La estrategia del pequinés en la carpa de «A quemarropa».

Después de los actos, charlo con Luis Artigue, Susana Vallejo y Alfonso Mateo Sagasta sobre el mundo editorial y le pongo a Luis su novela para que me la firme. El haberle conocido y eso de vivir en un pequeño pueblo de León lleno de putas en el que ha basado su «Club La Sorbona» no deja de resultarme exótico.

Vuelvo a reunirme con Maluenda, Ilya, Gori y la familia de Sergio Vera en una de las mesas de fuera, hasta que empieza la mesa redonda «Nuevos formatos, jóvenes autores», con Maluenda, Víctor del Árbol, Alexis Ravelo, Susana Hernández y Carolina Solé. Se habla de los nuevos estilos, de la fusión de géneros, del lenguaje adecuado para escribir una novela negra y de violencia. Me doy cuenta de que he perdido la novela de Luis Artigue. Pero la madre de Sergio, que está en todo, me la da. Me la había dejado en la mesa.

Me despido de Jon Arretxe que se pira a Oviedo a cantar «Carmina Burana» y tomo una birra con él y Abasolo para celebrarlo, que las despedidas con unos potes son menos tristes.

La cosa acaba en la Iglesiona con más de veinte personas cenando esos platos descomunales. Enfrente tengo a Carlos Salem, que manipula su móvil con manos expertas. Me piro a comprar tabaco y a la vuelta saludo a Juan Madrid, que cena con Saccomano.

-Te vi antes, Juan, pero de lejos -le digo.

-Joder, Paco, podías haber saludao antes.

-Ya, pero…, ejem, ¿todo bien?

-Sí, como siempre.

A la vuelta, Carlos Salem (este sí que no calla aunque le hundas en el Cantábrico con los pies enterrados en un bloque de cemento) ya ha tomado los mandos de la conversación. Cierra la conferencia contándonos una novela a ocho manos que cierto día urdió con Biedma, Tristante y Pedro de Paz, una trama hilarante de una piba que arranca el pene a un nota de un mordisco. Nos deja descojonándonos con la excusa de que ha quedado con unos fans en el Don Manuel.

Y yo termino en una interesante conversación con Ilya, pero esto es materia reservada. Más allá, escucho a Josep Forment hablar apasionadamente de los mitos ante una atónita Carolina Solé, y Alexis (que este también es una enciclopedia andante), apostilla de vez en cuando. Qué nivel, Maribel.

En la terraza del Don Manuel no podemos ni sentarnos. Los jefes son Paco Ignacio Taibo II y Juan Madrid, de eso no hay ninguna duda. Ambos conversan con esa especie de parsimonia que solo da la experiencia. Pero lo realmente insólito es ver a Carlos Salem presidiendo una mesa llena de adolescentes de ambos sexos que le escuchan con caras de verdadera atención. Al parecer son admiradores que, al enterarse de que venía a Gijón, han quedado con él. Corren rumores que las adolescentes llevan versos suyos tatuados en el cuerpo, lo cual no me extrañaría ni un pelo Carmelo, pero eso es otra historia.

Mientras tomamos unas birras de pie llega Javier Márquez (flamante ganador del Novelpol con su «Letal como un solo de Charlie Parker») con Ana, su churri. Y yo me despido de Laura Muñoz (una de las personas que viene aquí a currar de lo lindo) y de los demás, que ayer no dormí siesta y el día fue largo. Pepe Correa se fuma un purazo sentado en la mesa que acaban de abandonar los acólitos de Salem. Y en la habitación me encuentro a mi Riber dormidito con la tele puesta y el PC entre las manos. Le arropo y no le beso en la frente porque el gesto puede quedar un poco gay, pero la escena es muy tierna. Piltra, radio y a sobar.

No somos na…

 

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