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De lo que somos capaces como especie

Hay días, en los que al leer ciertas noticias a uno se le quitan las ganas de seguir viviendo. Días de esos en los que a nada que uno conserve todavía un mínimo de compasión, que no haya perdido del todo la humanidad, la capacidad de ponerse en el lugar de otro y de acompañarlo y compartir su dolor y sufrimiento, como ya cantó Miguel Hernández, “me arrancaría de cuajo el corazón y lo podría debajo de un zapato”.

Perseveramos en el mismo error, como especie, los humanos, seguimos cegados por el antropocentrismo, seguimos creyendo que somos los reyes de la creación y que el hombre, como dijo Protágoras, ha de ser la medida de todas las cosas. Parece que no nos hemos dado cuenta de que Copérnico, hace siglos ya, desplazó a nuestro planeta Tierra y lo puso a girar en torno al sol. Aquello no fue sólo una revolución, científica, sobre todo fue una revolución existencial, descolocó al hombre, lo sacó del centro que ocupaba, lo destronó. Pero no quisimos verlo, seguimos empeñados en creernos el culmen de todo lo creado, el fin de todo, la perfección. Persistimos, contumaces, en hacer uso de todo como si todo fuera nuestro. No queremos ver lo que nos muestran las teorías astrofísicas, los grandes telescopios: ni siquiera llegamos a grano de arena en este inmenso e inhumano universo.

Colocamos el foco sólo sobre lo que nos afecta y pretendemos elevarlo a categoría universal: nuestros pequeños problemas cotidianos, nuestros ridículos dramas como especie, nuestras tragedias bárbaras, sólo a nosotros nos importan, en realidad pasan ignoradas en todas las galaxias.

Ahora parece que sólo existe el ébola –por cierto, también en esto hay clases, otro día hablamos del etnocentrismo, porque resulta que el ébola sólo ha comenzado a existir cuando se ha escapado de África, en un descuido-, no vemos más allá de esta crisis económica que parece que nunca se va y en el mejor de los casos, si llegamos a abrir un poco más el plano, nos preocupan esos locos peligrosos que se hacen llamar Estado Islámico.

Y así nos luce el pelo. No tendremos remedio mientras sigamos convencidos de que todo gira entorno a nosotros. No habrá solución mientras noticias como esta, que al leerla “me ha dejado con los brazos rendidos y no puedo alzarlos hacia más”, no tenga cabida, en los medios de comunicación y sea postergada a un humilde noticiario de mascotas. Leedla vosotros y luego juzgáis.

Kami y Kamutori, estos son sus nombres, durante cuatro años han sufrido los padecimientos más insoportables que puedo imaginar. Kami y Kamutori –es bueno recordar sus nombres, no olvidarlos- son dos hienas del zoológico Maruyama, en Sapporo, Japón. Mientras escribo esto, no puedo evitar los escalofríos, con sólo imaginar lo que ha tenido que ser para estás hienas este infierno durante cuatro años. Sí, un auténtico infierno, porque durante cuatro años, los responsables del zoológico llevan intentando aparear a Kami y Kamutori. Poneos por un segundo en su lugar, meteros en su piel de hiena. Ya es terrible que te fuercen a aparearte –poneos en su lugar- pero no tiene nombre la felonía de que durante cuatro años en ese zoo de cuyo nombre no quiero acordarme, los responsables hayan intentado aparear a Kami y Kamutori, siendo los dos ejemplares macho.

¿Qué habrán pensado de nosotros Kami y Kamutori? ¿Y les llamamos hienas? ¿Qué nombre merecemos entonces nosotros?

Nadie asumirá responsabilidades. No habrá juicio de Nuremberg que juzgue y condene a los culpables. Lo han solucionado con un comunicado, se justifican en el hecho de que los genitales externos del varón y de la hembra son similares en las hienas.

Cuatro años. Cuatro años. No puedo dejar de pensar en ello, en ellos.

“No sé cómo, ni sé con qué pretexto, me perdono la vida cada día”.

Salud

 
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2 de respuestas

  1. Pedro Lucena

    Como siempre, ocurrente y genial. Una y mil veces enhorabuena.

    Ya que no otra cosa -raro será que nadie cambiemos nuestra forma de ser viéndonos tan míseramente retratados-, al menos, ¿por qué no reírnos de nosotros mismos? Aunque sólo sea para conjurar nuestros «miedos»

    http://elpais.com/diario/2010/06/16/sociedad/1276639201_850215.html

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