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De Suárez, Cisneros, Olivares y Ensenada (sobre la ingratitud)

La memoria no es una fotocopiadora en un archivo, se toma sus libertades e incluso, en ocasiones, se siente creativa y retoca o recrea los recuerdos. Nunca he sabido qué criterio sigue al seleccionar unas circunstancias y descartar otras,  por qué elije ciertos detalles para transformarlos en recuerdos, cuya suma irá conformando nuestra biografía, nuestro único yo, nuestra memoria. Si se trata de recuerdos de infancia todo intento de análisis lógico se me escapa, aunque estoy seguro de que lo tiene y de que probablemente sea riguroso.

Yo era un niño. De Suárez recuerdo que solían imitarlo en programas de televisión: “Puedo prometer y prometo” y que la gente se reía. También imitaban las voces de Fraga y de Carrillo, las tres dotadas de tanta personalidad que se prestaban absolutamente a la exageración y a la caricatura. Tengo el recuerdo de mis siete años, difuso ya, pero intenso, del recreo en el patio de la escuela, la mañana del 24 de febrero. Nadie nos había dicho nada, pero cada uno algo habíamos escuchado en nuestras casas. Hasta los maestros estaban raros. Compartimos confidencialmente en un grupo los retales que traía cada uno envueltos en papel de secreto y que no significaban nada para nosotros. Pero la inteligencia de los niños en esto se parece al instinto de los animales, olfatean luego cuando pasa algo. Claro que pasaba, no sabíamos qué, sabíamos que Suárez, que era el Presidente, algo tenía que ver. Claro que algo estaba pasando. La propia rotundidad del sonido al pronunciar estas palabras –cuyo significado era un misterio- nos convencía de que estaba pasando algo muy gordo: Golpe de Estado.

Escribía Ignacio Camacho que a Suárez ahora comenzarán a levantarle monumentos con las piedras que sobraron de las lapidaciones a las que le sometieron. España es un país muy dado a la ingratitud que, junto con la envidia, es un vicio muy nuestro. No sólo no agradecemos los servicios prestados, es que encima hasta nos fastidian, quizás porque nos vemos en su espejo y no salimos muy favorecidos. Si nadie es profeta en su tierra, en España menos.

Se habla de Suárez como hombre de Estado. Me vienen a la memoria tres nombres de tres hombres de Estado que antes que él sufrieron el mismo castigo del vilipendio e incluso del destierro y conocieron de la ingratitud.

El primero de ellos es el Cardenal Cisneros, gran reformador, quien tuvo que hacerse cargo del gobierno de Castilla a la muerte de Isabel la Católica y reclamó la regencia de su esposo Fernando y a la muerte de éste, salvar el reino de las disputas nobiliarias y de las intrigas para transmitirlo a su legítimo heredero, Carlos I. Pese a tantos desvelos, quien luego sería Emperador llegaba a España con la intención de quitarse de en medio al Cardenal. No fue necesario, se ahorró esa humillación, pues la muerte le salió al camino en Roa un 8 de noviembre de 1517 cuando iba al encuentro del Rey.

Al Conde Duque de Olivares le tocó apuntalar el edificio de un imperio que se resquebrajaba. Intentó detener la sangría humana y económica de múltiples frentes y guerras contra demasiados enemigos. Asumió la labor de gobierno que era deber del Rey, persiguió reformas y devolver la reputación que entendía que España merecía. Sería precisamente su convencimiento de que sólo la suma de todos los esfuerzos, de todos los reinos de la monarquía podría evitar el desastre fue el comienzo de su caída en desgracia. Primero retirado, para después ser desterrado y finalmente procesado por la Inquisición. Moriría en Toro un 22 de julio de 1645.

El tercero es el Marqués de la Ensenada, quien también debió asumir la responsabilidad de recuperar el prestigio perdido por España en el concierto internacional, de preservar su comercio con América y de llevar a cabo las reformas necesarias, entre ellas la de la Hacienda y los tributos con su famoso Catastro y la de la Armada, con las construcción de los arsenales de El Ferrol, Cartagena y La Carraca, gracias a la cual España podría mantener el predominio en el comercio con América todavía 50 años más frente al acoso de los ingleses. Su caso es sorprendente por lo absurdo ya que su destitución fue inspirada por el propio embajador inglés, enemigos de España a quienes Ensenada había logrado mantener a raya. Acusado de alta traición sería desterrado a provincias. Los ingleses brindaron pues en España ya no se construirían más barcos. Aunque volvería de nuevo, de nuevo, otro rey, Carlos III, le desterraría a Medina del Campo, donde moriría el 2 de diciembre de 1781.

No voy a juzgar aquí si merecían ser destituidos, si habían cometido falta o no, me limito a señalar que en este país somos muy dados al olvido para con aquellos que con mayor o menor acierto han tenido la responsabilidad de asumir las riendas del país en momentos muy críticos y de llevarlo a buen puerto o, al menos, salvar los muebles. Deberíamos ser más generosos en nuestro agradecimiento. Los pueblos que no conocen su propia historia están condenados a caer una y otra vez en los mismos errores. Decía Cervantes que el hacer bien a villanos es echar agua en el mar y que la ingratitud es hija de la soberbia.

Don Adolfo Suárez falleció en Madrid el 23 de marzo de 2014. Descanse en paz.

Salud

Oscar M. Prieto

Ps: Me comenta Javier que él no quiere saber nada de estos hombres de Estado, grandes hombres, por ser quienes han llevado al pueblo a lo largo de siglos a la situación en la que está. Y quizás no le falte razón.

 

 
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1 Comentario  comments 

Una respuesta

  1. Miguel A

    Un tema variado este con el que nos ha sorprendido esta semana. Comienza su texto con aires científicos, incluso sin poner en duda la posibilidad (aún lejana) de poder establecer un patrón y predecir el funcionamiento de uno de los procesos psicológicos superiores más complejos y difíciles de estudiar: la Memoria, de cuyo funcionamiento puedo extenderme en explicaciones, aunque ni puedo, ni debo. Luego se embarca en temas histórico-políticos con aires de lección moral que, aunque bien llevado, personalmente no deja de parecerme una clase magistral de historia política. Y es que para mi la historia no deja de ser una potente arma doctrinal, ya que dependiendo de cómo se cuente se pueden crear mentes más o menos afines. Como en todo, y dado lo necesario de tener muy presente nuestro pasado para no replicarlo, sólo cabe confiar en el hacer desinteresado del docto en historia.

    Sí quería confirmar su argumento en el que asegura que la memoria no funciona como una fotocopiadora. Es cierto que podemos retener imágenes, sonidos, olores,… pero todo esto no será más que información plana y monocroma. El color se lo otorga el sistema límbico tanto en el momento del grabado, como en el de recuperación. Es decir, usted pudo vivir un momento de una forma en cuanto a emoción e intensidad, y años más tarde revivirlo con forma notablemente diferente. Esto dependerá de su experiencia acumulada en el momento de recuperarlo, de su estado de humor, de lo que quiera transmitir, en fin, de tantas cosas que hacen que sea tan complicado poder predecir su funcionamiento. Por ello, un recuerdo no es más que un esquema de un acontecimiento que completaremos en el momento del recuerdo, en base a estados e intenciones actuales.

    En efecto, intentando recordar ese acontecimiento tan señalado en la historia española, en mi caso a la edad de 5 años recién cumplidos, no consigo recuperar vivencias propias. Es decir, sí tengo detalles en mi cabeza, pero no puedo asegurar que fueran míos o inoculados por lo contado en mi familia, la cual vivió el acontecimiento en 1ª persona. Es decir, llegado el momento y dada una fecha, cogemos detalles conocidos incluso ya pasado ese momento,.. y nos formamos un recuerdo. Yo sé que mi padre tuvo que salir en mitad de la noche (y dejando atrás la preocupación de mi madre) para sacar a mi tío del calabozo donde fue a parar por seguir órdenes de un superior, pero no recuerdo el momento cuando salió por la puerta. Por tanto, ¿lo recuerdo o me he formado el recuerdo en base a lo que se cuenta en mi familia? No lo sé, pero debido a lo intenso que intuyo fue ese momento, si me gusta pensar que lo viví y lo sentí así como lo cuento. Me gusta dotarle de ese tono heroico, a la par de humilde, en el que un ciudadano más se presenta ante la autoridad de ese momento crítico y reclama la inocencia del que ha sido arrastrado a realizar tal acto aludiendo a su obediencia y lealtad a la patria.

    En cuanto a lo ingrato de la condición humana, sólo recordar que la gratitud depende enteramente de lo que uno cree recibir y por lo que estar agradecido. Habiendo tantas verdades como personas en este mundo, no hemos de esperar su completo agradecimiento por nuestras acciones, pues lo que para uno es un gran favor, para otros puede ser la mayor «putada» y por tanto no ser merecedor de tal gratitud, y sí de ser tomado por la oreja y pateado públicamente. Si esto lo llevamos al contexto político, pare usted de contar, pues el interés de unos ocupa el espacio vital del interés de otros, siendo incompatibles.

    Esperar el agradecimiento de toda una nación es desposeer a la condición humana del mayor de sus determinantes: el individualismo o libre albedrío (dentro de unas generalidades implícitas a su propia naturaleza). O peor aún, considerarse tan sabio como para creerse conocedor de la condición humana en general y sus necesidades, lo que vendría a ser la verdad absoluta o justicia divina.

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