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Conspirando en la madrugada

Son las ocho y media de la tarde.

Me siento en un banco mientras espero a mis padres. Es nochebuena, y llevo todo el día de lío con la gente del Bristol por los bares de la Alameda. He bebido, pero no estoy nada borracho. Mientras espero, observo a la gente que pasa. Sonrío. No puedo ser más feliz, pero estoy agotado, y eso que aún ni nos hemos sentado a cenar. Son tantas las cosas que me han pasado en los últimos meses, que ahora, al vivir los primeros momentos de tranquilidad, dejo alejarse a mi mente hasta parajes desconocidos, sin meditar sobre nada, sin opinar, ni hablar, ni sentir, ni recordar. Mi alma flota en el aire, como el espíritu de Gernika cuando se alejaba de Madrid en ese tren maldito, huyendo de las conspiraciones hacia un destino desconocido, alejando la mirada hacia los horizontes inalcanzables de la meseta Castellana.

No penséis que me estoy ablandando. En realidad yo había venido a hablar de mi nuevo libro, Conspiración en la niebla. Pero no es muy cortés empezar un blog incitando a la gente a que se lea tu propia obra, ¿no os parece? Pienso que un escritor nunca debería vender su obra, ni siquiera venderse a sí mismo. Las palabras deberían hablar por sí solas. Por fin he terminado mi nueva novela. Cuelgo la pluma, apago el ordenador, me enciendo un cigarrillo, me sirvo un whisky y sonrío satisfecho: «¡misión cumplida, amigo!». Pero no, esto no funciona así. En realidad la función no ha hecho más que empezar. Atrás quedan trescientas cuarenta páginas, atrás quedan las conspiraciones, la niebla, el Madrid apocalíptico, las verdes montañas del país Vasco. Atrás se quedan Sanders, Alicia, Salva, Marta, el Hombre, Gernika. Ahí se quedan también las correcciones, la sinopsis, la conversaciones con Silvia para la portada, la maquetación, las llamadas de los editores. Cuando el libro está en mis manos, cuando creo que ha llegado el final, cuando empiezo a sentirme satisfecho, tengo que pellízcarme en la cara, porque aún falta lo más difícil: presentar el libro y convencer a la gente de que merece la pena leerlo. Si yo me lo creo, ellos se lo creerán, me digo, igual que me he dicho siempre, desde que publiqué la primera novela. Ojalá sea suficiente.

Ahora, tampoco me tengo que flagelar pensando en todo lo que me queda por hacer. La novela me gusta, me gusta mucho, y eso es lo principal. Después, por supuesto, le tiene que gustar a la gente. Por eso, varias semanas después de presentar el libro, cuando me empiezan a llegar las primeras impresiones de los lectores, siento que todo el trabajo ha merecido la pena. No importa tanto vender quinientos, mil, cien mil libros, lo que importa es que a tus lectores, pocos o muchos, les guste lo que escribes; que te digan que se han sentido identificados con este o aquel personaje; que te cuenten que han ido a Madrid a visitar el Capricho y peregrinar por los bares de la Latina sólo porque se habían leído La Danza de los Malditos; que una chica te escriba una emotiva carta, como me pasó con mi anterior novela, contándote que ella era como Alberto, el protagonista, que todo lo que él pensaba lo llegó a pensar ella en una época de su vida, que todo lo que él sentía lo sintió ella también; que, finalmente, muchas cosas buenas que a él le pasaron querría también que le hubieran pasado a ella, pero que finalmente no pudo ser.

Porque, queridos amigos, igual que en la vida real lo más valioso son las personas, en las novelas lo que al final permanece son los personajes. La danza de los malditos es una excusa, el gato de mi vecina también, y las conspiraciones en la niebla. Madrid es sólo un decorado, y la niebla tan solo un efecto. Tarifa es solo un sueño, las calles de la Latina no tienen vida, ni el museo del Prado, ni el parque del Capricho. Malasaña no esconde nada tras la niebla, os lo aseguro. El viaducto solo sirve para salvar un antiguo riachuelo que corre por debajo de la calle Segovia. Ninguno de esos escenarios son nada si no hay alguien que los habite. Los bares de Madrid no son nada mientras no haya gente que se siente junto a sus barras y se pida una cerveza, o se encienda un cigarrillo, infringiendo una ley que en mis libros, como un pequeño homenaje a Bogart, he decidido que no exista.

Así que, tras muchos meses de trabajo, tengo el honor de presentaros a Sanders, un tipo sensacional, aunque algo alcohólico y drogadicto; a Salva, un tío inteligente, atractivo y peligroso; a Marta, una mujer maravillosa, de la que me he enamorado perdidamente; a Alicia, el personaje más complejo y oscuro que ha salido de esta mente calenturienta; a Gernika, una mujer con el alma destrozada, y al Hombre, un revolucionario al que todos, amigos y enemigos, temen y respetan. Cifuentes, Rebeca, Carlos, Mikel, Ainara y algunos más, les acompañarán en esta aventura por los barrios bajos de Madrid, por las playas de Getaria y por los montes del País Vasco francés. Si habéis disfrutado danzando con los malditos, si os habéis reído con Alberto y habéis viajado a Tarifa con el gato de mi vecina, os animo también a que conspiréis en la niebla. Os aseguro que vais a encontraros con un montón de sorpresas.

Volvamos al banco.

Mis padres ya han llegado. También mis hermanas. Me felicitan la navidad. Empieza la cena. Vuelvo a casa. Duermo profundamente. Me despierto a las 3 de la mañana y, como siempre, pienso en ella. Miro a ver si está despierta, pero su wasap marca las 22.45. Ya no se despierta en medio de la noche. Me levanto y pongo la tele. En Discovery channel veo a Stephen Hawking hablar del origen del universo. Dice que el Universo se creó con un gran estallido, y que antes de eso no había nada. Ni siquiera el tiempo existía. Me pregunto cómo habrá llegado a todas esas conclusiones. Me pregunto cómo puede no existir el tiempo. Me pregunto cómo puede parece tan feliz un hombre que lo único que puede mover son las pupilas de sus ojos. Me pregunto qué hago yo a estas horas de la noche preguntándome tantas cosas.

Pues eso, que al principio… no había nada…

 

PD: Así empieza la Conspiración en la Niebla.

PD: Así fue la presentación de la novela, el pasado 11 de Diciembre:

 

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