Una conciencia tranquila

Una conciencia tranquila

Por @SilviaP3

Todos tenemos alguna fecha a lo largo del año en la que nuestra propia historia nos condena a la reflexión. En esos días, resulta inevitable echar la vista atrás aunque te resistas, porque siempre hay un instante en el que la memoria, de forma traicionera, nos asalta en un rincón y nos remueve por dentro.

Es entonces cuando recordamos a aquellos que nos hirieron sabiendo que nos herían, cuando somos conscientes de que se aprovecharon de nosotros y nuestra buena fe, cuando haciendo balance comprendemos que todo fue dado y poco recibido, cuando mordemos la lengua para no contar los hechos que tan bien conocemos y que algunos se han dedicado a colorear con los tonos de las comparsas y un disfraz de mentiras. No obstante, sabemos que no debemos sentirnos estúpidos ni ingenuos por haber otorgado nuestra confianza y nuestra alma a personas que de tal forma obraron. Ellas son las que han de vivir avergonzadas por formas de actuar que ni siquiera subsanaron, por modos de hacer las cosas sin mostrar ni un solo segundo piedad o arrepentimiento.

Lo cierto es que cada uno ha de vivir con las consecuencias de sus actos. Cometer errores es inherente a la especie humana, pero cómo afrontar el error cometido y recompensar las injusticias realizadas es el reflejo de la persona que somos realmente. Uno admira y apoya a aquellos que luchan por superarse, por dejar el orgullo a un lado, la cobardía a otro y, reconociendo los errores, mostrar compasión, humanidad y respeto. Esas formas de actuar son beneficiosas para todos, pero pocas veces las personas nos sorprenden con ellas. Es más fácil imitar lo malo que lo bueno. Y ojalá no fuera así.

Así las cosas, cuando uno actúa regido por la moral, la ética y la empatía, tomando decisiones que, aún dolorosas para otras personas, evita siempre que sean hirientes, suele salir perdiendo en los aspectos más materiales de su día a día. La mejor situación económica pertenecerá a aquellos que solo piensan en sí mismos, en los conducidos principalmente por su egoísmo, mientras uno es consciente de que tener principios y obrar acorde a ellos siempre ha resultado ser el camino más difícil, sobre todo, en el mundo en que vivimos.

¿Cuántas de las personas que conocemos son, en realidad, mentira? ¿Cuántas de aquellas que nos cuentan su vida nos narran únicamente la versión que a ellos les gustaría que fuera admitida como veraz, aunque bien saben que no es la verdadera? ¿Cuántos de los seres que nos rodean son capaces de echar la vista atrás y reconocer que, de todo su pasado, no han quedado cabos sueltos, pues han hecho las cosas bien y han subsanado las que hicieron mal? ¿A cuántos les importa mínimamente algo de esto? Y si les importa, ¿por qué no actúan en consecuencia?

Al fin y al cabo, es fácil. Solo hay que preguntar. Quien quiera saber la verdad, únicamente ha de hacer preguntas, cuestionarse las respuestas y observar los hechos. Pero ¿está todo el mundo preparado para escuchar la verdad? ¿O acaso la mayoría prefiere seguir viviendo en la mentira? ¿Cuántas veces se nos han contado verdades que en realidad son mentiras que el interlocutor se dice a sí mismo? ¿En cuántas ocasiones tenemos que lidiar con el autoengaño de aquellos que no tienen ni la madurez ni la valentía suficiente como para afrontar la realidad?

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FUENTE: Pixabay

Todos tenemos alguna fecha que nos hace recordar. Inevitablemente, esas sensaciones de dolor y decepción nos acometerán un breve día que nos sentiremos especialmente vulnerables, pero sabemos que pasará. Es humano. Es lógico. Es comprensible. Es solo un día. Más vale eso que lo de aquellas personas que elijan ver pasar los meses sumidos en las mentiras, porque de pronto, en el futuro, no se sabe bien cómo ni cuándo, en la enfermedad, en la ancianidad o en el instante en el que el azar las enfrente a su pasado, se les caerá la venda de los ojos y descubrirán que lo que se les viene abajo no es simplemente un día, es toda su existencia. Mientras tanto, uno observa esa espada de Damocles balancearse sobre sus cabezas. Sonríe con amargura. Prefiere mil veces que el precio de su conciencia tranquila y de estar en paz consigo mismo sea simplemente un día en el que los recuerdos agiten un ánimo cansado.

Recordemos pues que siempre hay otro modo de hacer las cosas. Recordemos pues no hacerle a los demás lo que no queremos que nos hagan a nosotros. El mundo sería más bello. La vida sería más justa.