Bien lo sabe mi guitarra

Bien lo sabe mi guitarra

Por @SilviaP3

Es curioso cómo la vida, de forma inesperada, casual y completamente azarosa, te sacude por dentro de la forma más simple. A menudo, en estos tiempos que corren, nos sucede a través de la Red, simplemente con un tuit o una frase o un sonido o una intensa y dulce voz.

Y de pronto, una noche, descubres un artista, escuchas sus canciones y sientes una poderosa presencia que te observa desde el otro lado de la habitación, como un hermoso ser que se despereza, despertando, iluminando una esquina y esperando captar tu atención. Y allí está tu guitarra enfundada, olvidada sin ser olvidada, exiliada de sus curvas y sus cuerdas, aguardando, en silencio, que de nuevo la acaricies y rescates del rincón.

«Vuélveme a tocar», susurra.

El placer y el dolor que es capaz de transmitir un instrumento musical, seguramente, solo llega a entenderlo del todo aquel que, en mayor o menor medida, puede tocarlo. De seguro no tienes por qué ser un virtuoso, únicamente robar unos sonidos, salpicar unos arpegios o murmurar unos acordes, y será suficiente para entender lo que digo, para comprender cómo puede moverte por dentro hacer hablar a una hermosa pieza. Después de todo, en ocasiones, una nota emitida por un trozo de madera es más lastimera que un llanto profundo.

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FUENTE: Pixabay

Lo cierto es que hay veces en la vida que, un día, tocas por última vez y queda grabado a fuego en tu memoria. Ni siquiera sabías que ese era el último día que ibas a tocar en mucho tiempo, e incluso desconoces si volverás a tocar alguna vez.

En un cuerpo de madera, en un trozo de metal, puede residir una máquina del tiempo. Admitámoslo. La música tiene poder. Unas notas nos hacen volar a un instante preciso; otras nos quiebran las corazas; algunas incluso no podemos oírlas sin sentir furia, enojo, la dicha más intensa o la más profunda de las penas. Y sin embargo,  sones, ritmos, cantos, melodías… siguen siendo un bálsamo para el alma, una forma de celebrar la vida o un modo de apaciguar el dolor. Bien lo sabe mi guitarra.

Hace un siglo que susurra y hace un siglo que hago que no la escucho. No sé si algún día responderé a su llamada. Tal vez, cuando lo haga, si es que lo hago, descubra que es cierto eso de que hay cosas que, por más tiempo que pase, no se olvidan; mientras tanto, de cuando en vez, la seguiré oyendo murmurar: «Vuélveme a tocar», y seguiré descendiendo la vista y volviendo a responder: «Todavía no».