Por @SilviaP3
Hace un par de semanas, salió publicado en la prensa uno de esos estudios que todo el mundo se apresura a compartir en las redes sociales reduciéndolo a su mínima expresión e incluso utilizándolo, en ocasiones, para menospreciar a otros; un estudio que no deja de correr como la pólvora. Los titulares rezaban cosas tales como: «Compartir frases ‘profundas’ en redes dice poco de tu inteligencia», «Ponerse profundo en Facebook no es una muestra de inteligencia» o «Es síntoma de poca inteligencia publicar citas de inspiración».
Siendo consciente de que muchas personas se quedan únicamente con el titular, pues ni siquiera pinchan los enlaces para leer el resto del artículo de turno que se comparte en las redes sociales, resulta fácil comprobar la actitud de muchos hacia la noticia; ya saben, blanco o negro, nada de matices y todas las citas en un mismo saco. Así que, tras leer los artículos al respecto con interés, y comprobar que en muy pocos especificaban muy bien el tipo exacto de frases a las que se referían, supe que tendría que echarle un vistazo al estudio en su idioma original: «On the reception and detection of pseudo-profound bullshit». Y he ahí la concreción. Desde la primera línea se especifica claramente que este informe se refiere a esa palabrería «pseudo-profunda» de una época en la que combatir la proliferación de las pseudociencias es el pan de cada día. El lenguaje no iba a ser menos.
Divago por todo ello porque, de buenas a primeras, leída la noticia, uno piensa que, desde luego, no hacía falta hacer un estudio para deducir que determinadas frases son difundidas por determinados sujetos, dicho sea con todo el respeto y el derecho del mundo. Pero si nos detenemos a ir más allá, si reflexionamos más de dos segundos sobre la generalidad de los titulares y en la todavía mayor universalidad sobre su contenido, uno no puede evitar pensar que aquí estamos otra vez, con la constante tendencia de simplificar todo a la mínima expresión, pasar de puntillas por los temas e introducirlos en el mismo saco, obviando la amplitud de todo un estudio para escribir un artículo de dos párrafos que tenga el suficiente gancho como para que se mueva por las redes sin más aspiración. ¿Se imaginan hacia dónde voy?
Todo apasionado lector subraya frases de los libros que lee, cuando no las anota aparte, según sea la manía particular de cada uno de nosotros. Todo ávido lector toma frases al vuelo de escritores, filósofos, filólogos, científicos o historiadores a los que sigue, escucha o lee. Las citas, los refranes y los dichos propulares han formado parte del acervo cultural que nos rodea, mientras que los versos han venido a menudo a ayudarnos para plasmar aquello que seríamos incapaces de decir.
Sin embargo, el estudio difundido no se refiere a ese tipo de citas, por más que en algunas de las noticias los matices queden difuminados de tal forma que unas simples comillas en la palabra «profunda» no reflejen ni por asomo a lo que se refiere el informe que pretenden difundir. El estudio incide sobre esas frases tan de moda ahora sobre autocomplacencia y coaching de nuevo cuño, en las que se busca la justificación de elegir el camino más fácil, la defensa de la felicidad egoísta por encima de todo y de todos, la exaltación del pronombre de primera persona del singular sobre cualquier otro sujeto o el conjunto de palabras pedantes que pretenden hacer creer que uno sabe más de lo que sabe, cuando en realidad el contenido de ese mensaje está completamente vacío.
Sin embargo, aparte de toda esa parafernalia dialéctica, los aforismos, las máximas, los apotegmas y los proverbios siempre han estado ahí. Es más, un buen aforismo o una buena máxima incitan a la reflexión, y a menudo a la discusión; invitan a posicionarse, a cuestionarse, a debatirse entre combatir o apoyar una idea; invitan a argumentar. Las citas de los filósofos clásicos son buen ejemplo de ello. La desgracia es que la mayoría de los jóvenes que comparten las frases simplonas o sonoramente aparentes en los muros de sus perfiles ya ni siquiera dan Filosofía en los institutos, imagínense cuál es su comparativa.
Sin la comprensión lectora y el conocimiento de materias como la Filosofía, ¿hasta qué punto podemos decir que todos los sujetos de ese estudio son menos inteligentes por su capacidad o porque su inteligencia no ha sido alimentada, incentivada, acentuada, provocada y enseñada a utilizar con su propio criterio? Todos sabemos lo que pasa cuando un músculo no se utiliza.
Así, entre el desconocimiento y la nula comprensión lectora, vivimos en una sociedad que es caldo de cultivo ideal para las pseudociencias, el lenguaje «pseudoprofundo» y los libros de autoayuda; una sociedad en la que muchos se rasgan las vestiduras por un tuit de Arturo Pérez Reverte que ni siquiera comprenden, y otros no se enteran absolutamente de nada cuando alguien cita a Wittgenstein o Thoreau.
¿Acaso vamos a poner a un mismo nivel una frase de una simpática taza que una cita de Sócrates, Shakespeare, Baltasar Gracián, Oscar Wilde o Carl Sagan? No generalicemos. Seamos críticos. Relativicemos. Leamos. Comentemos. Y no hagamos o dejemos de hacer cosas porque nos digan que nos hacen más o menos listos, más o menos interesantes, sino por ser conscientes de reconocer el grano de la paja. Seamos quienes deseamos ser, honestamente y con argumentos.
Y no olvidemos que todos esos científicos, escritores, investigadores, gramáticos, historiadores, filósofos, y tantos otros, nos hacen pensar, ¿o es que acaso no quieren que pensemos?