Por @SilviaP3
Oversharing es un anglicismo que se utiliza para hacer referencia al síndrome de compartirlo todo en internet, uno de los problemas que pueden tener los nativos digitales, o aquellos que, sin serlo, han adoptado con demasiado énfasis sus costumbres.
Compartir en la red gran parte de la información personal puede convertirse en una auténtica pesadilla sino se gestiona con sensatez; aunque hacerlo con cuidado no deja de tener cierta dificultad añadida si tenemos en cuenta la utilización de redes como el Facebook, donde los términos de uso cambian a una velocidad inusitada.
Así las cosas, cada vez es más frecuente que uno acabe desistiendo de ser un usuario activo en tales páginas si le preocupa tener verdadero control sobre su intimidad; no solo por la cesión voluntaria que de esos datos se hace a la red, pues bastaría con no colgar determinados pensamientos, fotografías o videos, sino también por la desconfianza que genera que cualquiera de aquellos con los que se comparten los difundan libremente, de una forma que nosotros jamás haríamos, por tener un concepto de la intimidad completamente distinto, sin necesidad de que medie en ese acto ninguna mala intención.
No estaría de más recordar que todo lo que subimos a internet es susceptible de ser difundido y utilizado. Este hecho, que puede parecernos tan obvio, es a menudo olvidado por muchos de los que comparten todo de manera voluntaria. Lo cierto es que una vez subimos un archivo, perdemos el control sobre él. Lo positivo de ser conscientes de ello es que seremos cuidadosos como internautas, y nos preguntaremos dos veces antes de compartir algo si realmente deseamos compartirlo. No obstante, no deja de ser un problema la falsa seguridad con la que muchos de los que difunden su vida se mueven por todas esas redes sociales.
En este entorno virtual, si hay algo que todavía desconocemos, y que a muchos nos genera auténtica curiosidad, es saber qué va a ser de todas esas imágenes de niños que, en la actualidad, pululan en las redes sociales, y que sus padres han cedido sin ningún tipo de malicia, con todo el amor del mundo, con una confianza absoluta en el futuro y un preocupante desconocimiento de las claúsulas que firma cuando abren sus cuentas.
Dentro de algunos años, en el mundo digital estará almacenado el pasado de muchos adultos que ahora son bebés; hombres y mujeres que tendrán su infancia y adolescencia colgada en la red sin haberlo gestionado ni decidido personalmente. Y no estamos hablando de una foto esporádica, estamos hablando de toda su vida: el nacimiento, los primeros pasos, el primer baño, la guardería, el colegio, las vacaciones, los disfraces, los primeros granos…
¿Alguno ha fabulado qué sentiría o que pensaría si parte de su biografía, tanto escrita como audiovisual, estuviera subida a la red de redes por sus progenitores cuando era menor, y no tuviera control alguno sobre ella?
Nadie duda de que una de las grandes ventajas de internet es lo interesante y enriquecedor que resulta compartir conocimientos, creaciones o experiencias; pero cuando hablamos de intimidad, uno se plantea que, tal vez, sea mejor dejarla para la vida analógica.
No estaría de más recordar que la intimidad provoca que las vivencias sean más reales y especiales, y que, como resultado, en este mundo cada vez más caótico, aunque tecnológicamente más organizado, lo ideal sería valorarlas verdaderamente. Al fin y al cabo, no hay nada como compartir un secreto con aquella persona a la que quieres, susurrándolo al oído; no hay nada como atesorar momentos únicos que se celebran con un abrazo; no hay nada como mostrarnos ante aquellos que nos conocen realmente con nuestros triunfos o nuestras miserias; no hay nada como asomarse al brillo de los ojos de aquel con quien se conversa.
No olvidemos que no hay vida más sincera que aquella que se vive porque realmente se quiere vivir, y no porque haya un público a quien mostrársela. No infravaloremos los instantes que vivimos compartiéndolos con cualquiera, y no nos sobreestimemos pensando que los instantes que vivimos le importan a todo el mundo.
Como todo en esta vida, solo es necesario encontrar el equilibrio.
Artículo publicado el 19 de febrero de 2014 en el diario digital El Cotidiano.