Por @SilviaP3
Hay personas que tienen la capacidad de hacernos creer en la magia. La provocan, la crean y la deshacen a su antojo, mientras uno observa fascinado el juego de manos, las luces, los destellos, la calma y el viento.
Hay personas que nos invitan a perder la vista en otros horizontes, descubriendo unos territorios inexplorados que muchos jamás se dignarán a atravesar por prejuicios y miedo; aunque, a veces, ni siquiera aquellas conocen los recónditos lugares del paraje que habitan.
No es de extrañar. Los senderos no son siempre transitables. Las ocasiones no son siempre propicias. Las estrellas no se ven todas las noches. La fragilidad de nuestras vidas convierte nuestra existencia en una incertidumbre constante que, no sin cierta frecuencia, viene acompañada del vértigo.
A menudo presionados por las circunstancias, sometidos a normas que ni siquiera nos hemos impuesto y atosigados por convencionalismos que nos vienen dados, nos olvidamos de vivir por completo los momentos de dicha, nos permitimos el lujo de dejar pasar esos instantes en los que la magia nos envuelve, como si siempre fuéramos a tener tiempo para apresarla, egocéntricos como solo los humanos somos al creer que el futuro nos pertenece.
Quizás, si todos fuéramos plenamente conscientes de que esas buenas horas no pueden comprarse ni sustituirse ni vivirlas al arbitrio de las directrices de nuestro propio egoismo, no desperdiciaríamos sus minutos como tantas veces hacemos, no seríamos esclavos del reloj, no postergaríamos lo que no debemos y, elevando el rostro con decisión y coraje, podríamos decir: ¿El tiempo? Tal vez sea su súbdito, pero jamás seré su víctima.