Lo impredecible

Lo impredecible

Por @SilviaP3

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Fuente: OpenClipArt

Qué impredecible es la vida. Creemos que podemos manejar los hilos de aquello que nos rodea, que podemos barajar todas las posibilidades, que podemos controlar los hechos que acontecen a nuestro alrededor y los sentimientos que crecen en nuestro interior, como si fuéramos los personajes de una obra cuyo narrador vapulea a su antojo. Pero no podemos.

El control que poseemos es relativo. Las decisiones que podemos tomar tienen un margen de maniobra que afectará a nuestro entorno, de una forma más o menos dramática, según el modo en que las llevemos a cabo.

Es curioso porque, con frecuencia, quien toma inesperadamente decisiones drásticas que resultarán dolorosas para la gente que le rodea, en este mundo proclive al egoísmo, ni siquiera pensará en la manera de minimizar el daño, se limitará a bloquear su conciencia y permitirá que su ego tome el mando, provocando terremotos innecesarios que dejarán abiertas brechas eternas. Por el contrario, aquel que ha de decidirse cuando la vida le sorprende con varias direcciones a tomar, aunque su decisión no afecte de tal forma a los demás, y sea realmente algo que solo a él atañe, suele dejarse ahogar por el entorno, pensando tanto en los otros que se olvida de sí mismo, perdiendo la capacidad de relativizar unos hechos que ni siquiera tienen la importancia que les da.

Ambas actitudes conforman dos extremos a evitar; aunque, reconozcámoslo, es más fácil encontrarse con los que guían su conducta motivados por la primera de ellas que con los segundos. No obstante, hay un punto intermedio entre ambas posturas, esa frontera entre la reflexión y la acción que suele omitirse por puro y simple miedo. Así, uno decide cómo los días pasan, corriendo el riesgo de dejarse arrastrar por el propio egoísmo o por el egoísmo de los otros. En ese punto intermedio, se encuentra la sabiduría adquirida que concilia ambas posturas; en ese punto intermedio, se encuentra la honestidad con uno mismo.

De tal forma, no dañaremos a aquellos a quienes amamos, e intentaremos provocarles el menor dolor posible si está en nuestra mano hacerlo, mientras que aquellos que nos quieren de verdad nos darán alas para que tomemos nuestras propias decisiones, apoyándonos para alcanzar nuestra propia dicha, incluso aunque no la entiendan, enorgulleciéndose de vernos planear. Eso sí, cuando uno forma parte de quienes así se comportan ha de saber que lleva las de perder si se tropieza con aquellos egoistas acérrimos que ni siquiera agradecerán ese tipo de sentimientos desinteresados, entre otras cosas, porque son incapaces de sentirlos. De todas formas, aunque parezca lo contrario, no tropezará con demasiados; al fin y al cabo, uno termina rodeado de aquellos que son como él. Es cuestión de tiempo.

De nosotros depende lo que hacemos cada día. Si hay algo en la vida que podemos controlar en medio del caos, son nuestras decisiones. Las opciones que escogemos entre todas las que podemos tomar son aquellas que nos definen, y sus consecuencias son nuestra responsabilidad, no la de otros. Después de todo, por más que nos engañemos a nosotros mismos repitiéndonos lo contrario, en el mundo de los afectos, la vida es bien simple, somos nosotros los que nos empeñamos siempre en complicarla a unos niveles inimaginables.