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«Trabajar» en La Capital

Trabajar en La Capital tiene su encanto. Depravación, vicio, perversión…, demasiada gente como para que no pasen cosas horribles cada dos por tres. Es una cuestión de probabilidad, y vengo estudiándola hace tiempo. Lo más curioso del asunto es cómo se ven involucrados quienes menos se lo esperan. Estás en el lugar erróneo en el momento equivocado y… ¡zas! La cagaste. Para unos es el destino, para otros mala suerte… o casualidad. No sabría decir quién tiene razón. Simplemente ocurre y, como he dicho, La Capital fomenta este tipo de acontecimientos por su propia naturaleza: es el perfecto caldo de cultivo para los instintos más bajos del ser humano.

¿Con cuánta gente te cruzas al cabo del día? ¿Dónde reside la confianza? ¿En un traje de Armani? ¿En el delantal de un camarero? ¿En un uniforme de policía? ¿En el mono de un albañil? ¿Las tetas de una prostituta? ¿Harapos de mendigo…?

¿Basta una sonrisa afable? ¿Una mirada cálida? ¿Manos solidarias en los infrarrojos del ascensor? ¿Un «pase usted primero»? ¿«Esta ronda la pago yo»?

Si vives rodeado de desconocidos, llevas más de un boleto para el gran premio. Un atraco, un accidente, una maceta, una pelea, un tropiezo… Cualquier cosa puede ocurrir. Ese es el encanto de La Capital. Una cosa lleva a otra y, en menos que canta un gallo, se arma la de Dios. Por supuesto, es un decir. No creo que Dios tenga nada que ver con todo esto. Ni siquiera que le importe. Nadie, por muy omnipotente que sea, podría cargar con tanto dolor sobre su conciencia, a no ser que disfrutara con ello. En ese caso, alentaría a sus peleles a joderse más y más para su particular goce y disfrute.

Conclusión:

Si Dios existe, es un cabrón.

Pero, si no existe, ¿quién se beneficia de toda la movida?

Mi trabajo es sencillo: observo, espero…, y solo intervengo cuando es estrictamente necesario. No es que sea un amante de la acción, pero llevaba demasiado tiempo con los brazos cruzados: observando, esperando… Los «casos» se cerraban por sí mismos. Viajaba de un lado a otro y era testigo de la última voluntad de mis «clientes» sin decir esta boca es mía.

Me aburría.

Muchísimo.

Era como un cobrador de morosos al que, camino de hacer un trabajito, le comunican que el moroso en cuestión se ha puesto al día en todos sus pagos. Se me privaba de las llamadas obscenas, las amenazas, esas suaves bofetadas que acojonan más que dar cuatro puñetazos como Dios manda…

Es otro decir.

A lo que iba: necesitaba sentirme útil. Aunque, de ahí a decir «vivo» haya un abismo…

Y entonces, un buen día, recibo instrucciones de ir a La Capital. Algo gordo ha pasado, y algo más gordo va a pasar. Me froté las manos, metí primera y pisé el acelerador.

A fondo.

(Fragmento de MALDITA NOSTALGIA, una novela del menda lerenda. En Somnegra os la envían a casa gratis y con un 5% de descuento)

http://somnegra.com/novela-negra/1578-maldita-nostalgia-juan-luis-mar%C3%ADn.html

(No os perdáis en booktrailer)

 

 

 
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4 de respuestas

  1. Lo más parecido a un Dios, supongo que es el escritor; quien puede hacer que todo sea posible con tan sólo coger un lápiz y un papel. Bueno, y su imaginación. Buena reseña 🙂

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