“Nos tienen cogidos por los huevos”, fue lo primero que pensé.

“Qué coño”, me dije a continuación, “nos los hemos cogido nosotros mismos”.

En los 80 era pillarse los cojones con la tapa del piano o hacerse una gayola con chinchetas en la mano.

Ahora nos puteamos teniendo doble, triple (no pares, sigue, sigue…) vida en las redes sociales para reinventarnos cada día. Es el ocaso de las tiendas de disfraces. Porque no solo podemos ser superhéroes, vaqueros, caballeros o princesas sin mirarnos al espejo para ver cómo nos sienta; también simpáticos, misteriosos, interesantes… Aunque el disfraz más extendido sea el de PAYASO. Solo así se explica el berrinche que me pillé (aún me lo estoy mirando) porque Facebook esté fallando más que una escopeta de feria. De repente, San Internet (o San Zuckerberg o San Pollas en los cables) me priva de acometer mi rutina diaria de publicar esto y aquello, compartir lo de más allá o darle al “me gusta” a eso o lo otro. Un sindios. Porque en ese mundo alternativo que hemos creado existen unas reglas que si no cumples conseguirán que seas tú quien deje de existir. Porque las relaciones que se crean establecen un protocolo mucho más exigente que el de la vida real: a nadie le importa una mierda que no des los buenos días al llegar al curro (a más de uno se le atraganta el café o le baja la regla si se los das) pero como alguien te etiquete en una foto y no lo agradezcas con un mísero “me gusta” te crearás más enemigos que Esperanza Aguirre aparcando en doble fila.

Por primera vez en la Historia cualquiera puede compartir su opinión con millones de personas, aunque sea para decir que no tiene ninguna, que la de los demás es una mierda… o que opinar es de gilipollas. Ya no le hablamos a las paredes… sino a Internet. Que todo lo esucha y todo lo sube. De repente tienes un Smartphone, las fotos vienen sincronizadas de serie sin tú saberlo, tienes una noche loca… y ya estás en un lío.

Cada uno tiene su excusa. La mía, que es un gran vehículo de promoción para las cosas que escribo. Pero como no puedes limitarte a hablar siempre de lo mismo, arriesgándote a que terminen de ti hasta los huevos (seguramente acabarán más allá del escroto de todos modos) no solo das a conocer tu “obra”, sino a ti mismo: tu casa, tu gato… sin saber muy bien dónde está el término medio. Es como pretender fumarte solo los pitis de después de comer. O abrir una litrona y no acabarla. Un puto vicio. Que exige elevadas dosis de creatividad y puede fomentar otras tantas de frustración sin San Matrix no te permite manifestarlas.

Lo lógico sería decir que lo voy a dejar. Que me niego a deshumanizarme. Y animaros a que sigáis mi ejemplo. Pero no lo voy a hacer. Porque también sería lógico que una civilización capaz de hacer volar un avión no haya creado un remedio para las caries (¿probarán algún día con cemento?) o que una ley que mandó a Julián Muñoz a la cárcel le dé la razón a Teddy Bautista y después de la que lió en la SGAE, el muy… (me voy a callar), vaya a cobrar 26.000 euros al mes… más lo que “dice” que le deben (casi 200.000 más) ¡y nadie diga nada!. Así es este divertido mundo de contradicciones. También el de la red. Y sería estúpido perdérselo… Siendo consciente de que muchos pensarán que el estúpido eres tú. Nunca llueve a gusto de todos. Y lo importante no es que te soporten o no los demás, sino que te soportes tú.

Facebook sigue sin funcionar como debe (sí, también dicen que hemos mandado gente a luna, pero es que esto es gratis…) y aunque sigo padeciendo algunos síntomas de ansiedad y desamparo, no puedo más que resignarme y reírme de mí mismo.

Qué coño, ¿no están para eso los PAYASOS?