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El escondite del deseo

Conocí el mundo swinger estando soltero. De modo que solo lo hice a medias…

Pero algo es algo, ¿no?

Una noche que celebraba mi cumpleaños, unos amigos, ellos sí en pareja, comenzaron a hablar del asunto, manifestando su interés en hacer un intercambio. Y yo, que siendo más curioso que un gato, pero sin gana alguna de que la curiosidad me mate, llevaba tiempo investigando y conocía la dirección de un par de garitos swinger, les propuse irnos de excursión.

Aceptaron. Pero, curiosamente, no fueron ellos sino yo quién acabó teniendo una experiencia swinger aquella noche.

Después de que la camarera, un auténtico cañón de mujer, nos enseñara las instalaciones, nos sentamos en una mesa frente a la barra a tomar una copa. El diagnóstico tras los primeros minutos era evidente: a mis amigos se les habían puesto (huevos y ovarios) de corbata.

Soy de los que piensa que si hay que ir se va, pero que ir por ir es tontería. De modo que me acerqué a la barra, donde una pareja de unos 40 años charlaba tranquilamente.

– Es la primera vez que vengo a un sitio como éste y me preguntaba si podríais contarme cómo funciona el tema y esas cosas…

Dicho y hecho. Porque eran más majos que las pesetas. Tanto que después de un rato de charla y confidencias me invitaron a pasar con ellos al lugar donde “suceden” las cosas. Atravesamos el pasillo francés, varios reservados, un potro de torturas, acabamos en una sala diáfana con una cama redonda en su centro…y bajo la atenta mirada de unos cuántos a los que solo se les permitió observar, “sucedió”.

Cuando regresé, mis amigos seguían en la mesa, contando gamusinos. Ni se atrevieron a moverse del sitio. Quizá yo hubiera hecho lo mismo en caso de haber ido con mi pareja… O no. Porque el sexo muchas veces es El escondite del deseo. Pero también de los miedos. Y los prejuicios.

En ocasiones es necesario un paso previo antes de tirarte a la piscina. Informándote. Ya sea viendo una peli, leyendo un libro… Para el mundo swinger recomiendo El escondite del deseo, de José María Lerín. Con una trama criminal como excusa te sumerges en el mundo del intercambio de parejas para conocerlo sin tapujos. Tópicos. Ni mucho menos, juicios de valor de por medio. Cuando la rumorología y las leyendas urbanas hacen más daño que beneficio se agradece la honestidad para poner las cosas en su sitio y hacer un llamamiento a la tolerancia. Que es lo que hace José María con su novela. Ser swinger es tan lícito como repetir el misionero día tras día (y seguramente más sano) o practicar bondage (y menos arriesgado si no se conocen ciertas normas). Si hay quien no lo entiende es porque, quizá, lo desea. Y no tiene valor para reconocerlo… muchísimo menos a su pareja, no vaya a ser que también quiera lo mismo. Entonces aparecen las inseguridades y… ay, si es que a todos nos viene bien una buena terapia de vez en cuando.

Cuando leas El escondite del deseo podrás decidir el siguiente paso que vas a dar:

Probar la experiencia…

Seguir siendo un voyeur…

O un reprimido.

 

 
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9 de respuestas

  1. Nuria

    ¿se es un reprimid@ por no comulgar con algunas prácticas sexuales?

  2. El escondite del deseo, todos los tenemos. Juan no tienes tapujos, y expresas con sinceridad tu experiencia.Pero otros desgraciadamente no piensan así.Aparece el maldito prejuicio del sexo, que siempre acecha. A veces pienso que mi escondite lo revelo, en mis experiencias de cruising.¡Cuantas historias, pudiese extraer! de mis lujuriosos paseos nocturnos.

    • juanluismarin

      Pues anímate a compartir tu experiencia y escribe…

      • Hola Juan.Gracias por animarme a compartir y escribir.

      • No he pasado últimamente,ya no es lo que era. Entre el cruce de personas del intercambiador, y los estudiantes que van y vienen,han casi aniquilado el cruising. Como añoro la época en que existió el terreno descampado, y no existía el tranvía.

        Entre los tertulianos de la lujuria, comentábamos, ¿Has pasado por la higuerita?. Fue la época en que nunca me largaba, sin desahogar mi deseo carnal. David había hecho un pajal, y se formaban encuentros esporádicos. Nunca escuché que se quejasen los ciudadanos de la calle. Durante la noche, el terreno se convertía en una tierra de nadie, asi que en la oscuridad, los de afuera, no se enteraban quien entraba o quien salia.

        Fue la época en que no existió la crisis económica,despreocupado por los peligros que acechaban en la gran ciudad, donde provenía; me sentí el rey del cruising.

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