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PAGAR POR TRUÑAR

A partir de 1 de Noviembre, utilizar los baños públicos de la Estación de Atocha costará 60 céntimos. Es decir, dejarán de ser públicos para convertirse en privados. En negocio. Pagar por usar un retrete. Nos lo han dejado a huevo: un negocio «de mierda».

La excusa es igual de obvia: mantener limpias las instalaciones. Esto es, que quien haga uso de ellas las valore y no las deje hechas un asco. Primero de civismo. Algo en lo que andamos bastante flojos. Y lo digo con conocimiento de causa.

Hay 2 tipos de personas: las que controlan lo que sucede en sus intestinos… y las que no. Yo soy de los segundos. Cuando me entran ganas de ir al baño tengo que hacerlo de inmediato. Lo que me ha llevado a conocer, dada la urgencia del momento, y de una forma muy «íntima», todo tipo de lavabos: desde los del Instituto Liceo Sorolla B que, pese a la pasta que pagarían nuestros padres por nuestra educación, consistían en el típico plato en el suelo sobre el que era tan complicado apuntar como no perder el equilibrio… a los de la Complutense, donde la diversión de leer las pintadas de las puertas se mezclaba con la de pedir papel al que estaba en el de al lado… y que te lo pasara… pero de fumar; además, por supuesto, de bares y restaurantes, pubs y discotecas, centros comerciales, gasolineras… Y la mayoría de ellos con el mismo veredicto: si lo que quieres es truñar a gusto, vas de culo. No hay papel higiénico ni pestillo para la puerta (a veces, ni puerta), la cisterna no funciona, el suelo empantanado…

Supongo que no son estos los únicos motivos que pueden haber llevado a tomar la decisión de cobrar 60 céntimos por usar un baño. En los de Fnac Callao tuvieron problemas porque se convirtieron en escenario de encuentros sexuales. Pero la solución fue otra: poner un vigilante de seguridad con la ardua misión de «identificar» sospechosos. Recuerdo que en Estados Unidos, incluso en una discoteca de Richmond, tenían una persona que se encargaba de limpiar e inhibir comportamientos gamberros en los usuarios. Y cuando salías le dejabas una propina. El problema era el número de veces que acudías a echar un meo en toda una noche. Y cada una de ellas el tío te exigía su propina. Y allí no son de moneditas… sino de billetes.

Los lavabos de Atocha tendrán un torno y para acceder habrá que comprar un «billete» en una tienda de la estación. No puedo dejar de pensar que si estoy allí, me da el apretón y tengo que buscar la tienda de los cojones (que, conociéndonos, seguro que está en la otra punta), comprar el «billete», volver, pasar por el torno… Joder, en esos momentos el tiempo es oro.

Mientras esperamos su «estreno» para comprobar cómo funciona el experimento, y consciente de que éste es un tema que a algunos puede incomodar, no quiero despedirme por hoy sin recordaros a todos una cosa:

Ricos y pobres, blancos y negros, hombres y mujeres, jóvenes y mayores…

TODOS CAGAMOS MIERDA.

 

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