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Dennis Lehane: Profundidad «Lehana»

Llevo leídos 3 libros suyos. Y no habrá un cuarto. Ni de coña. Aunque me lo regalen. Porque no estoy preparado para otra decepción. Sobre todo si, antes o después, he visto una peli basada en una de sus novelas. Y me he preguntado cómo es posible que sean otros quienes exprimen al máximo las posibilidades de sus historias, quienes se prodigan en detalles y bucean en cada personaje y cada situación para conseguir en dos horas de metraje una profundidad que Lehane es incapaz de alcanzar en más de 500 páginas. Como mínimo.

Si Clint Eastwood no hubiera hecho Mystic River, ni Martin Scorsese Shutter Island, la obra de Lehane sería pasto de las secciones de oferta. O de los puestecillos de verano, junto a ediciones baratas de clásicos populares… y cuadernos para colorear.

Dennis Lehane es víctima del talento… Pero del ajeno. Y eso es lo jodido. En Mystic River, la peli, la buena, los 3 chavales, Jimmy, Dave y Sean, escriben sus nombres en la acera, momento que aprovechan 2 tipos que se hacen pasar por policías para echarles la bronca y convencer a uno de ellos para que suba al coche… y aprovecharse de él en todos los sentidos. Dave no ha tenido tiempo de escribir su nombre en el fresco cemento, solo «Da». Metáfora de una infancia incompleta. O interrumpida. Tan evidente como genial. Tan sutil como devastadora. Ahora, leed el libro. Hostia puta, qué triste… Qué bajón. Y esto es solo un ejemplo. Por supuesto, no llega al alcanzado por Antonio Salas (o como se llame) en Diario de un skin, donde, además de dejar patente que hasta un niño lo hubiera hecho mejor para infiltrarse en los grupos nazis patrios (lo primero que habría hecho cualquiera es raparse la cabeza, no ponerse un gorro de lana encima), incumplía las normas básicas del periodismo (a mí me lo enseñó un profe que se llamaba Pedro Sorela), convirtiéndose en el protagonista de la historia, dejando de lado la noticia (sí, él como Roberto Saviano por Gomorra, las pasó canutas y tuvo que «renunciar» a su identidad, pero el italiano no se mencionaba en una sola página de la novela), haciendo un ridículo espantoso cuando, después de cepillarse a una skin en la parte trasera de un coche (muy bien, chaval, enhorabuena) se dedica a «justificar» semejante acto en un lamentable speech, como si fuese pecado echar un polvo (ay, Iglesia, cuánto mal has hecho en las mentes frágiles…). Aunque, hablando de libros y pasajes más tristes que la Perdita Durango de Álex de la Iglesia (otra vez…), acabo con uno más reciente, un libro que también lo petó (y peto porque me toca) en los cines: El niño con el pijama de rayas. Una historia situada en un campo de exterminio nazi y que el autor, John – qué huevos tienes – Boyne, tiene los ídem de acabar (y cito textualmente): «Todo esto, por supuesto, pasó hace mucho, mucho tiempo, y nunca podría volver a pasar nada parecido. Hoy en día, no».

Coño, Johnny, ¿dónde coño has estado viviendo? ¿En una burbuja? Que eres del 71, joder, y nacido en Dublín… Solo pùedo decirte una cosa, ¿eres tonto… o eres tonto?

 

 

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