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QUIERO Y NO PUEDO: DJANGO

– Quiero y no puedo creérmelo – le planteé a Alejandro Duque, un admirador de Tarantino, saliendo de la sala de cine a la que me había arrastrado para ver “Django desencadenado”-

– Mal vas –me corrigió- si antepones la uniformidad para ver una película de Tarantino. El convencionalismo no es lo suyo. Si es lo que buscas, vete a ver “Lincoln” –sentenció un tanto ofendido, haciéndome ver que no sabía de lo que hablaba-.

Y es verdad: el termómetro de la fidelidad a la coherencia en el sentido más puro, no es el más adecuado cuando nos referimos a este director, pero es inevitable que preguntas y preguntas sobre la trama de Django, que van surgiendo a medida que avanzas en el metraje, se vayan amontonando en tu cabeza como una pila de sobresaltos.  Conclusión: mejor dejar de lado la lógica argumental para disfrutarla.

La verdad es que casi había descartado escribir sobre el estreno de Tarantino, después de leer el comentario de mi compañero Juan Luis Martín, que lo deja todo dicho y bien dicho, pero no he podido resistirme porque no sé qué tiene Tarantino que, te guste o no te guste lo que ves, hay una especie de imán en sus películas que traspasa la pantalla y que siempre, para bien o para mal, te acaba atrayendo ¿A quién se le podría ocurrir que un grupo del Ku Klux Klan discutiera por la incomodidad de las aperturas para los ojos de sus capuchas? ¿Quién sería capaz de unir las escenas más violentas o un tema tan peliagudo como la esclavitud con el humor más socarrón de una comedia? ¿O quién sabría calzar en un western ritmos del rap, el pop o el soul, fusionados como un guante en el largometraje?

Por no mencionar que, aun reconociendo sus excesos, la fotografía y la banda sonora unidas te dejan lo suficientemente impresionado como para que haya momentos en los que querrías estar ahí, cabalgando tú mismo sobre la nieve, aunque estos pasajes no justifiquen los últimos cuarenta minutos de metraje que muy bien se los podría haber ahorrado, porque ¿a quién le interesa el rescate de Broomhilda?

Lo mejor, la actuación de Christoph Waltz. Parece que el señor es bastante antipático y que, ante una pregunta de una revista especializada sobre si había visto westerns alemanes, respondió que no porque es austriaco, reprochando de paso al periodista que no se hubiera informado antes. Dejando de lado estas cuestiones, la película merece la pena sólo por ver la brillante interpretación de Waltz, salpicada de diálogos perfectos hechos a su medida. Que Tarantino se ha esforzado con su papel es algo que salta a la vista. Y el resultado seduce desde el primer momento. No hay duda. Después están Leonardo DiCaprio y Samuel L. Jackson, que disfrutan haciendo de malos y se les nota (aunque las malas lenguas cuenten que alguna escena de tiroteo podría haberse producido en la realidad entre DiCaprio y Tarantino). En cambio –y siento que sea así porque el trabajo es bueno-, Jamie Foxx, en el papel de “Django”, se diluye entre las tres estrellas.

Por lo demás, podría hablar del homenaje al primer Django, de los recursos del western europeo o hacer más hincapié en los excesos de Tarantino pero, como al igual que seguidores incondicionales dispuestos a justificarlo de cualquier manera, Tarantino tiene también importante detractores, ya habrá  quien se ocupe ello.

 

 

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