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La perversidad de lo cotidiano

Intensa, lúcida y nada complaciente. Así es la historia que nos narra –con una prosa personal y llena de racional emoción- Marina Sanmartín en El amor que nos vuelve malvados (recientemente publicada por Principal de los Libros). Desde una voz narradora que indaga, sin juzgar, la psicología de sus personajes, se construye una red de historias en las que nadie es quien cree o quien dice ser. Sus mentiras no obedecen a motivaciones maquiavélicas, ni siquiera son planes premeditados y en ello, precisamente, radica su perversidad: en la capacidad espontánea de los personajes –de sus lectores- para trenzar esa red de verdades a medias en las que sostienen sus –nuestras- vidas. Mentiras provocadas por los lazos que les unen a la persona amada, tensados con tanta fuerza que acaban por cambiarles y concederles, sin que puedan evitarlo, una nueva y atormentada identidad.

Relatada en capítulos ágiles, su tono resulta tan poético como, paradójicamente, cinematográfico, como si cada escena nos permitiese adentrarnos –palabra a palabra- en los fotogramas en que se traducen las emociones de sus protagonistas. Personajes marcados por incidentes minúsculos, detalles cotidianos y algún –puntual pero contudente- evento trágico. Todos, sin embargo, acaban provocando la misma resonancia en la vida de Sara, de Eduardo, de Irene o del doctor Jeremías Prun, seguramente porque nada hay que nos marque tanto como lo que juzgamos insignificante. Sus vidas, como en un guión de Robert Altman, están condenadas a encontrarse en el juego de espejos que plantea esta novela en la que todas las formas de amor acaban desembocando en una misma necesidad de absorber a quien ansiamos poseer.

Lejos de los tópicos de la literatura sentimental y con el referente –incluso explícito- de la señora Havisham de Grandes esperanzas, la novela de Marina Sanmartín se adentra en esa zona oscura del amor que constituye, en realidad, su esencia. Dependencia, necesidad, recuerdo, obsesión y tiranía: ¿en qué momento dejamos de ser cómplices para volvernos déspotas? Es comprensible que Sara destroce los espejos ante la crueldad que le supone ver reflejado su yo en cada uno de ellos. Un reflejo de precisión tan aguda como el bisturí con el que la autora disecciona nuestras emociones en esta novela. Una historia de historias en las que sus protagonistas son sombras de otras vidas que se nos invita a conocer en un ejercicio de literario voyeurismo y que, a su vez, podrían ser –si nos atrevemos a mirarnos en su espejo- las vidas de cualquiera de nosotros.

 

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