El toreo

«Las corridas deberían ser en nuestra cama y no en una plaza de toros» es algo que siempre he querido decir. Pero, y ahora es cuando diezma mi número de seguidores, no soy antitaurino.
No tengo argumentos lógicos para defenderlo, ni siquiera bombardeos de alma apasionada por este… Esta… «Tradición». No tengo ningún motivo, en absoluto, para no ser antitaurino, y no lo soy. Me gusta. Lo sé, soy un inculto estúpido que no entiende el sufrimiento de un animal blablabla.
Puede ser, no digo que no. Pero me gustan los toros. Me recuerdan a tardes en casa de mi abuela con jamón serrano y pan. Quizá sea una buena excusa sentimentaloide para defender mi postura. Estaría bien. Pero no voy a defender mi opinión porque no tiene defensa alguna. Es una barbarie.
Asumo las criticas (que no insultos) en los comentarios. Pero creo que ya es hora de que nos plantemos y de decirle al mundo lo que pensamos y no lo que el mundo quiere oír. La tauromaquia es una práctica abocada a la más absoluta desaparición. Como quizá lo sea mi capacidad argumentativa demostrada en este texto. Pero ambas me gustan, forman parte de mí, sea lo que sea ese «yo» que me define.

Debatan ustedes aquí abajo, yo ya he hablado suficiente.

“El poder está bien, y la estupidez es, por lo general, inofensiva. Pero el poder y la estupidez juntos son peligrosos.”

Kvothe134.

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