CHÚPAME LAS TETAS por JOAN CASAVILLA



Salpicado por la humedad, me había sentado a esperarla en una terraza y me estaba tomando una cerveza mientras contemplaba el boato gótico de la noche malagueña: la amplia calle ensangrentada de orines caninos e incoherentes reflejos de faros, perfiles bragados de gente con ropa de abrigo inadecuada e irreales andares nocturnos, la lúgubre luz de las farolas estrellada en la acera, susurrándole sombras al bordillo.

Mi vida estaba en un fase de rotación demencial, el viernes aún me sentía joven y ligero e imparablemente vital, y al lunes siguiente, viejo, maniático, quebradizo.
Ese viernes había quedado con Sofi en el PonTotra. Ella había llegado tarde, como siempre. Y yo también. Se sentó y me miró con sus ojos estrábicos, escrutándome. Sofi tenía alrededor de 30 años, era bajita, menuda, achaparrada, latina, con el cabello bruno orlado de rizos y la piel morena, reluciente, fragante como el pan recién hecho. Poseía un carácter fuerte, soberano, y unos ojos atezados que despedían un tierno y adorable bizqueo.

La había conocido a principios de octubre, cuando me descargué por primera vez en el móvil una app de citas. Los dos éramos unos novatos en esto, así que chateamos durante unos días antes de animarnos a quedar. Recuerdo la inquietud al conocerla, pensé en la posibilidad de que hubiera creado un perfil falso y que tras él se ocultara una sociópata, una chica pervertida y depravada ungida de venéreas que me drogaría con burundanga, o mucho peor aún, que no me drogara con nada; o quizás fuera un hombre, un psicópata violador y sodomita que, además de esposarme, me cortaría en pedacitos para hacer un estofado en la cocina de su madre, de cuerpo presente y disecado.

Pero resultó ser ella. Y me gustó desde el primer momento: irradiaba frescura, era inteligente y de ágil conversación y tenía una sobria belleza infantil que, a veces, alimentaba con una pose desdeñosa, provocativa, desconcertante, como traída de un remoto paraje silvestre y ascético. Su actitud turbiamente altiva se acompasaba a menudo de una dulzura encantadora, y de un mohín de reproche de nebulosa hosquedad podía emanar de forma quirúrgica una sonrisa cándida y envolvente.

Velados por la incandescencia de una primera cita sin asesinos en serie, seguimos quedando y queriéndonos de una manera un tanto atolondrada, como cuando recuerdas en el último momento que tienes que ir al súper a por huevos y leche.

Sofi sentía un odio categórico por los testigos de Jehová y una devoción desmedida por los manga “boys love”: esos cómics de temática gay que exponen las tribulaciones de jóvenes o adolescentes melodramáticos de aspecto mórbido que se enculan románticamente. Invertía gran parte de su tiempo libre descargando y viendo estos mangas en el móvil, generalmente en el idioma original, y aunque no entendía ni un ápice de japonés, a veces captaba el significado de alguna palabra suelta. Me decía que lo más importante eran las sensaciones que transmitían las imágenes, su fuerza expresiva. Con frecuencia, Sofi fantaseaba con la idea de cambiar de sexo, de ser un chico y poder sodomizar a otros hombres. En cambio, a mí nunca me dejó penetrarla analmente, por mucho que insistiera, que lo hice. Manteníamos unas relaciones más bien canónicas: el preceptivo sexo vaginal agotador racheado de vaporosos lapsos de fruición oral. Cuando estaba con ella, me encantaba descender por esos sedosos y pardos montículos montañosos suyos, agarrarme a ellos hasta que el abrupto pezón ya enardecido señalaba las seis o las doce en punto y presenciar cómo su bizquera se acentuaba o prácticamente desaparecía mientras se me arremolinaba el vaho caliente de sus gemidos, que en ocasiones desprendía una sutil fragancia de limón.

A principios de noviembre Sofi y yo dejamos de vernos.

Ahora estamos de nuevo en un bar. Hemos vuelto a encontrarnos. Ya sabéis, cosas de la rotación. Acabo de pedir otra cerveza para mí y una radler para ella. Probablemente luego bailemos un poco de salsa o bachata o cumbia, no las distingo. Y sé que tarde o temprano me pedirá que le chupe las tetas.

Joan Casavilla

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

You may use these HTML tags and attributes: <a href="" title=""> <abbr title=""> <acronym title=""> <b> <blockquote cite=""> <cite> <code> <del datetime=""> <em> <i> <q cite=""> <s> <strike> <strong>

*