Los grandes espacios, de Catherine Meurisse. Remembranzas florecidas

Conocimos a Catherine Meurisse con esa catarsis desgarradora que fue La levedad; una sacudida emocional que funcionaba como despedida a los amigos, como homenaje póstumo a las víctimas de la matanza terrorista de Charlie Hebdó en 2005 y como amarga reflexión acerca de las coartadas del horror. 

Después de aquella conmoción, nos encontramos ahora a una Meurisse más amable, divertida y adánica. Los grandes espacioses un canto a la infancia, pero es, sobre todo, una carta de amor a la naturaleza; no a una naturaleza abstracta, sino a aquellos árboles, flores y plantas, con sus nombres y cualidades botánicas, con los que la autora convivió en su niñez; y también a las historias y evocaciones literarias que acompañan a su recuerdo. 


Cuando era una niña, los padres de Meurisse decidieron mudarse al campo, abandonar la gran ciudad y empezar una nueva vida en un entorno rural. Los coleteos de la era hippy habían despertado un espíritu ecológico entre cierta intelectualidad occidental: ciudadanos educados de clase media-alta que abandonaban su espacio socio-económico y una buena situación laboral, para recuperar sus raices rurales, volver a la naturaleza y reivindicar una agricultura sostenibe. Los grandes espacios nos cuenta ese episodio de la vida de Meurisse, y lo hace desde una mirada al pasado cargada de nostalgia y agradecimiento. En su memoria se enlazan las correrías y los divertimentos infantiles de Meurisse junto a su hermana con las vivencias que ayudaron a forjar esa nueva vida junto a su familia. En el relato conviven las centifolias, las higueras y las aguileñas con detalles artísticos, literarios y familiares que ayudaron a enriquecer la biografía de la protagonista. 



Meurisse comparte estilo gráfico con esa generación de autores franceses (los Sfar, Blain, Larcenet y Sattouf) que han hecho de la línea suelta esquemática un vehículo para desbordar géneros y acercarse a la autobiografía desde el humor y cierta mirada ironica hacia la historia. Como ellos, la autora francesa maneja con originalidad las metáforas visuales e introduce ingeniosas digresiones narrativas que ayudan a romper la suspención de la incredulidad en aras de la complicidad lectora a partir de cierta comicidad surrealista. De este modo, el relato se aparta de la linealidad para adentrarse en una subjetividad narrativa (la de la niña Meurisse, en este caso) entregada a los caprichos de la imaginación, el recuerdo y una recreación episódica del pasado que tiene mucho de ensoñación nostálgica. Las referencias continuadas a lecturas, cuadros y eventos culturales se integran con fluidez, como pequeños metarrelatos, en el marco general de una historia deliciosa, que rezuma bonhomia y amor a la vida.

Por eso, Los grandes espacios es un cómic para levantar el espíritu, un ejercicio de reconciliación con el arte, la literatura, la arqueología... y la naturaleza.

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