Mira las luces, amor mío, de Annie Ernaux

 

Escogemos nuestros objetos y nuestros lugares de memoria o más bien el espíritu de la época decide qué merece la pena ser recordado. Los escritores, los artistas, los cineastas participan en la elaboración de esa memoria. Los hipermercados, frecuentados grosso modo cincuenta veces al año por la mayoría de las personas desde hace unos cuarenta años en Francia, empiezan apenas a considerarse entre los lugares dignos de representación. Sin embargo, cuando miro atrás, me doy cuenta de que a cada periodo de mi vida aparecen asociadas imágenes de grandes superficies comerciales, con escenas, encuentros, gente.

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Pues bien, si lo pensamos detenidamente, no hay espacio, público o privado, donde deambulen y se junten tantos individuos distintos: por edad, ingresos, cultura, origen geográfico y étnico, apariencia. No hay espacio cerrado donde cada uno de nosotros, decenas de veces al año, se encuentra más en presencia de sus semejantes, donde cada uno de nosotros tenga la oportunidad de atisbar la forma de ser y vivir de los demás.

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En el mundo del hipermercado y de la economía liberal, querer a los niños es comprarles lo máximo posible.

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Me pregunté por qué los supermercados nunca estaban presentes en las novelas que se publicaban, cuánto tiempo necesitaba una realidad nueva para acceder a la dignidad literaria.


[Cabaret Voltaire. Traducción de Lydia Vázquez Jiménez]


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