Los secretos del emperador – 1 Vuela pajarillo. 2003


 

Prólogo

 

Los secretos del emperadores una novela corta editada por capítulos en el blog y tejida de algunos recortes no utilizados en SIAH. EL OJO DE DIOS.Puede ser que, por este motivo, haya referencias desencajadas, ya que no he revisado el conjunto ni creo que lo haga y voy añadiendo los apuntes que encuentro por aquí y por allá...  Por ejemplo, este capítulo, que no estaba editado con anterioridad, es el primero. He cambiado la fecha del resto para que tengáis un seguimiento.


Resumida, la historia hablaría de un investigador nacido en un barrio londinense modesto que accede a la universidad y cuya finalidad es investigar la vida del emperador Qin Shi Huang en China. Un personaje cuya historia sacrifiqué por otros… en SIAH. ELOJO DE DIOS y al que solo se refiere de manera breve en uno de los episodios de esta novela.


En este primer apartado, Daniel Durán –el personaje principal— se despide de sus paisanos y vuela a Beijín donde le esperan vivencias inauditas.


Falta subir la última parte, que ha quedado reducida a un esquema de la trama principal de lo que, tal vez, hubiera sido otra narración larga. Gracias.

 


 

Los secretos del emperador – 1

 

Vuela pajarillo. 2003

 

En la terminal número 4 del aeropuerto londinense de Heathrow, destinada a los vuelos asiáticos, un grupo considerable de personas despiden a Daniel. En un lateral, su familia, en otro lado sus mejores amigos: Tatiana, Juanfran y Alex.  Entre ambos corrillos, los vecinos; incluidos aquellos que le hacen la cobra cuando lo ven, pero les gusta aparentar. En el suelo, una pancarta con rótulos enormes en rojo bermellón que espera desplegarse cuando el héroe del barrio entre por la puerta de embarque. Algunos vocalizan las letras rotuladas para corearlas entonados. Sus tarareos son simples: «Vuelve Daniel. Vuelve héroe. Te echaremos de menos».


A Daniel no le hace ni pizca de gracia llamar la atención, pero nada puede hacer para controlar a sus asiduos. Cuando decidió viajar a China, sabía que los freaks y sus simplezas estaban incluidas en el lote. Esta reflexión le recuerda una conversación que mantuvo con el catedrático que revisaba su tesis, mientras traducían unas frases sobre Qui Shi Huang que decían lo siguiente: «El emperador estaba sometido a una gran presión por la casta sacerdotal y los eruditos. Estos, amén de mantenerlo bajo una estricta disciplina, deseaban que el pueblo se conservara tosco e ignoto para poder manejarlos a su antojo. El emperador discrepaba, pero sus quejas no fueron atendidas y el pueblo siguió iletrado por los siglos de los siglos…».


En ese preciso instante, Daniel le pregunta a su precepto…


  Profesor… ¿alguna vez le ha pasado por la cabeza la idea de que los freaks existan desde siempre? Lo digo por esos plebeyos antiguos privados de toda ilustración…  


– Supongo que desde que existe la sociedad, y no me refiero a la sociedad moderna con sus puntos buenos y su lado nefasto, sino a las sociedades más rudimentarias y prehistóricas, siempre han existido freaks como ahora se les llama. ¿Y qué sería de los terrícolas sin ellos? Imagínese que todos fuéramos disciplinados, cultivados, honorables, correctos… Entonces, ¿quién se encargaría de aquellas destrezas ordinarias pero necesarias? Hijo mío, no lo dude, desde que el mundo es mundo, existen los freaks. Otra cosa muy distinta es pensar si ellos son conscientes de los que son.


– ¿Y usted qué opina?


  Me lo pone difícil Daniel, bastante difícil, pero puedo contestarle.


– Pues hágalo, por favor. Es una cuestión que me mortifica desde hace tiempo. Me interesa mucho, aunque se salga del contexto.


– Usted es quién ha preguntado. Y creo que tendré que contestarle –dice el profesor acariciándose la perilla antes de continuar—: No se sale del contexto, es simplemente una traslación de roles.


¿Pura antropología?


– Llamémoslo así.


– Prosiga, por favor, prosiga…


– Bien, digamos que la mayor parte de ese conjunto ceniciento que pervivirá sempiterno mientras los hombres vivamos en grupos organizados con una jerarquía predeterminada, sea esta del tipo que sea –Daniel le corta.


– Vale profesor que estamos solos, no le están escuchando tropecientos alumnos y otros tantos sabios de su exquisita y privilegiada casta, sea más conciso, por favor –recrimina Daniel al escuchar que su idolatrado pedagogo comienza a hablar con el barroquismo que acompañan sus clases magistrales.


– Caballerete, esas no son formas de dirigirse a un superior.


– Perdone, sé que puede contestarme sintéticamente con cuatro palabras o que puede demorarse hasta el infinito con su fecunda y primorosa terminología. ¿Comprende?


– Pues usted tampoco suele ser sucinto en sus exposiciones. Además, no me agrada el tono –Daniel se sonroja.


– Mea culpa –termina por decir bajando la cabeza con reverencia y llevándose la mano al pecho—. Explíquese como guste, profesor.


– Debo admitir que tiene palabras para todo, además de inteligente es usted un perfecto orador, y seguro que también posee otras virtudes que se me escapan. No me cabe la menor duda que saldrá bien parado de cualquier situación que se le presente –Daniel carraspea y el profesor sonríe.


– ¿Y los freaks, profesor?


– ¡Caray! Ahora voy. Resumiendo, la mayoría de freak ni se sienten como tales ni tan siquiera piensan en ello. O sea, viven y punto. Ahora, también los hay inteligentes y amargados. He conocido a bastantes personas que se hicieron freak para armonizar con sus allegados, aunque intentaban que su progenie perteneciera a otra… ¿Cómo lo llamaría?


– Clase, casta, estatus social…


No quería decirlo porque siempre me tachan de clasista, pero es lo que es. Este grupo de freaks sufre y sufrirá de por vida. Es un conjunto perspicaz y, por lo general, tienen su propia filosofía. En ocasiones tienen una ética kafkiana y destructiva que solo muestran cuando están demasiado afligidos como para seguir con su rudimentaria y simplista existencia. En fin, todos no tenemos la suerte de poder elegir o de poder hacer lo que nos guste y que encima sea nuestro sustento. Ahora ya es usted todo un doctor en freaks –clausura el profesor con una sonrisa amarga.


– Puede que tenga razón.


Por desgracia la tengo. Llevo muchos años estudiando el comportamiento humano y puedo asegurarte que, al margen del grupo social en el que se nazca, que puede allanar o dificultar la vida del individuo, existen cinco grupos de personas: las necias, las talentosas, las poco agraciadas, las hermosas, y las que poseen las dos últimas cualidades. Y, en contra de lo que debería suceder, suelen ser los más virtuosos los que se sienten fuera de lugar en casi todos los roles. Como dice el refrán: «La envidia es muy mala». Muchacho, demuéstrele al mundo su valía.


– Me deja perplejo. ¿Qué quiere que le diga?


Quiero que se defina. Yo sé a qué grupo pertenezco. ¿Usted lo sabe?


El flashback mental que ha tenido se disipa al escuchar el runrún de sus aliados cantando. Entonces, mira a su alrededor y se pregunta cuántos sufridores habrá entre aquellas personas que lo siguen a todas partes como auténticos fans. De repente, siente un afecto sin precedentes hacia todos. Hace una mueca y sonríe de medio lado. Al instante, su madre le anima a ser uno más del improvisado coro. Ciertamente, no es lo suyo. Pero, aquel gentío se lo merece.


Antes de ponerse a cantar, resuelve que sus mejores amigos pertenecen a ese conjunto resignado que asume la mediocridad alterada, tal vez, por la necesidad de pasar desapercibidos y ser uno de tantos llegado el punto en el que las fantasías de la infancia pasan a verse como las películas en blanco y negro: plomizas como la existencia que les ha tocado llevar. Después de un minuto de congoja se abraza a sus colegas y se colocan entre los inagotables cantores para acompañarlos. El profesor, que también ha ido a despedirse, después de mirar a su pupilo y guiñarle un ojo, se pone a su lado y le sigue la corriente.


  Ve, Daniel, de vez en cuando es bueno sentirse normal y corriente –le susurra al oído sin darle demasiada importancia.


– ¿Me ha leído el pensamiento? –le pregunta Daniel sorprendido y con un hilillo de voz casi imperceptible.


  No hijo. Su cara lo dice todo. Tenga cuidado porque es tan honesto que se le puede engañar fácilmente.


– Soy así. ¿Qué le voy hacer?


– Estoy orgulloso de usted.


Gracias profesor. Siempre tendré presente su ayuda. En muchos sentidos ha sido para mí como un padre.


Al hombre se le ilumina el rostro y asiente sin mediar palabra. Por primera en mucho tiempo, se siente inmensamente feliz.


Media hora más tarde, Daniel sube al Boeing 747-400XQLR que lo trasladará a Pekín. Se sienta en la parte derecha; cuarta fila de primera clase, junto a la ventanilla –es una condición que ha impuesto la universidad para todos sus becados—. Desde su asiento ve a la comitiva que le ha acompañado y alza la mano sabiendo que no lo ven, pero necesita hacerlo. Sus ojos tienen lágrimas mudas que empapan sus entrañas como el mar contenido que arremete en la orilla y vuelve a la carga. Suspira como un muchacho sensible que acaba de despedirse de su amada sin importarle lo que piense el viajero de al lado. Nadie en aquel vuelo sabe quién es y cuál es su meta. Nadie, ni tan siquiera él mismo, sabe lo que el futuro le deparará cuando aterrice en el país del Sol Naciente.


Exhala fuerte cuando las ruedas del tren de aterrizaje se pliegan sobre el vientre del monstruo alado que lo trasladará a Pekín. Es la primera vez que viaja en avión. Sin embargo, no tiene miedo y su zozobra por el adiós ha pasado a un plano secundario en cuestión de segundos. Está satisfecho y tranquilo como si anduviera en una aventura de Battlestar Galactica –su serie preferida—. Vuelve a mirar por la ventanilla cuando Gran Bretaña es una mota de polvo grisáceo rodeada de azul cobalto; se siente como un insecto pequeñajo y aliviado, tras ser capturado por la gigantesca nave alienígena del serial.


Una mueca de satisfacción se dibuja en su cincelado rostro, su mente comienza a trabajar; cuando se apague la luz del cinturón de seguridad, se levantará de su mullido asiento y viajará por el robusto pájaro de acero. Quiere descubrir sus recovecos. Ha estado más de una noche en vela estudiando sus planos y, ahora, quiere descubrirlos in situ. Sabe que tiene 70.66m de largo, un ancho –desde los vértices de sus alas— de 64.44m y una altura –desde el ápice de su hélice posterior al tren de aterrizaje— de 19.41m. Las más de doce horas ininterrumpidas de vuelo, le darán para examinar sus colosales dimensiones y explorar a sus más de quinientos pasajeros. Vuela con Air China rodeado de asistentes de ojos oblicuos y uniforme rojo de cuello Mao con estrellitas amarillas, como la bandera para la que trabajará… ¡Dios sabe hasta cuándo!


Sigue abstraído en sus propios pensamientos cuando un duermevela lo sumerge en un inmaculado y onírico sueño donde se ve rodeado de miles de asistentas al estilo del film que más le ha llamado la atención en las últimas semanas: 2046. Producción chino coreana de Wong Kar-Wai. Le fascinó. Duda si por su inminente periplo, porque siempre le han hechizado las películas de ciencia ficción o por la hipnosis que le provoca todo lo relacionado con el Extremo Oriente. Cuando el sopor se esfuma, una belleza ambarina le pregunta en un perfecto inglés si desea canapés o alguna bebida. Le muestra una elegante bandeja de porcelana fina con refinadas siluetas de dragones y unos sibaritas refrigerios sobre diminutos tapetes de delicado tisú. Le hace gracia estar en un avión en el que sirven una selección variada y sofisticada de comestibles gourmet; recuerda a su amigo Juanfran menospreciando la Nouveau cuisine, esa a la que juzga para mirar y no tocar. La aeromoza, al verle tan dubitativo, le pregunta con una mini genuflexión de tronco si desea otra cosa. Daniel reacciona, mira su nombre, y, en un distinguido chino que ruboriza a la azafata, le contesta:


Señorita Mei Wai-Mi, lo que usted me ofrece es exquisito… ¿cómo no iba a gustarme? –coge una delicatessen y le pide un vermú para acompañarlo. La auxiliar vuelve a reverenciarle y sigue su camino. Daniel ríe para sus adentros y degusta la golosina.


Después de tomar el refrigerio se levanta del asiento y escudriña los diferentes pisos del gigante aéreo. Transcurren varias horas hasta que regresa a su asiento. Ha desmenuzado todas y cada una de las partes visibles y hasta ha permanecido un buen rato en la cabina junto al piloto. Agotado por las idas y venidas decide echar otra cabezadita. Mei vuelve a despertarlo con su dulce voz y sus ojos almendrados, Daniel sonríe y atiende a sus ruegos, de nuevo le ofrece apetitosos bocados que no puede rechazar… pero, después, al ver que la ricura permanece más de lo acostumbrado por el perímetro cercano, decide volver a las andadas… Ya volverá a su asiento cuando vayan a aterrizar, piensa antes de salir disparado por el pasillo.


Descubre varios asientos libres al final de la clase turista y decide aposentarse en uno. Abre una novela de bolsillo y comienza a leer el capítulo segundo. Cuando se le ocurre mirar por la ventanilla, observa, estremecido, las vastas llanuras del desierto de Gobi. Unos minutos más tarde, cuando retoma su lectura, escucha por megafonía que por la parte derecha se puede ver la Gran Muralla China, suelta el libro y se lanza sobre la fila opuesta –también vacía— y allí, ante su atónita y traslúcida mirada, el contorno serpentino de la colosal barbacana le hacen bucear en una cascada de sonoras carcajadas. No le importa que algunos viajeros lo miren extrañados, ni tampoco que una anciana con kimono y cara de pocos amigos esté maldiciéndolo en chino por su irreverente comportamiento. Él sigue con sus gorgoteos, pegado al ventanuco que le proporciona esa inigualable visión junto al astro rey que despunta en un nuevo día sedoso y transparente como su alma.




Regresa a primera, minutos antes de aterrizar y, contempla anonadado, otra maravilla: la Ciudad Prohibida. Vuelve a sonreír y, ese comportamiento freaks, le regocija.  La azafata tuerce el cuello desde su asiento, se levanta y le pide por favor que no haga demasiado ruido. Daniel la mira con ojos dulzones y sigue observando aquélla fantástica aparición, callado como el caballero que en realidad es.


El Aeropuerto Internacional de Pekín –cuyo director Zhao Liang Gang rige con extremada meticulosidad— está bastante tranquilo cuando llega. Los suelos lucen brillantes como una patena recién bruñida; en las paredes, blancas y luminosas, se puede leer, en diferentes idiomas, anuncios publicitarios con caracteres o letras en rojo y negro. Las huellas de las construcciones recientes, son evidentes.




Tras los trámites burocráticos, Daniel recoge sus maletas –imitación a Samsonite— y una mochila de marca blanca. Al abrir la puerta que lo separa de la terminal de embarque y lo introduce en la cotidianidad del país; sus ojos, verde oliva, contemplan a cientos de personas e innumerables letreros fluorescentes que se encienden y se apagaban al ritmo frenético de los altavoces. El país del Sol Naciente se ha convertido en el primer destino mundial de inversión extranjera y, además, es el segundo socio comercial de la UE. En resumidas cuentas, el centro económico mundial se está trasladando por primera vez en cinco siglos del Atlántico al Pacífico. Pero, una cosa es conocer la segunda revolución china a través de artículos científicos y medios de comunicación, y otra, muy diferente, constatarlo por uno mismo. De repente, se siente dentro de aquella delirante locura por el efecto jet lag.




Sacudido por el ruido del bullicioso gentío que grita a los recién llegados o que espera localizarlos por medio de carteles nominales. De repente, entre el amasijo fluctuante y latente de carne apelmazada, una servil voz con marcado acento mandarín le pregunta en inglés—:


– ¿Profesor Durán...? 


– Sí. Soy Daniel Durán –contesta, malhumorado.


– A usted le busco –dice el sumiso joven de ojos sesgados y sonrisa Profidén—. Perdone, perdone –repite con inclinaciones de cabeza. Daniel arquea las cejas—. He querido decir, profesor Daniel Durán. ¿He dicho algo mal?


A Daniel le agrada pasar desapercibido y eso de profesor no le agrada demasiado. Sin embargo, recapacita y piensa que es un pobre lacayo de alguien… –seguramente de la profesora que vigilará su investigación— y cambia su tono por otro más afable.


– No. No, tranquilo. ¿Cómo ha dicho que se llamaba? –pregunta en un perfecto chino que deslumbra al humilde subalterno.


– Todavía no lo he dicho, señor –vuelta a las reverencias—. Soy Chen Ye, para servirle.


– Chen Ye, recuerde –dice Daniel con una sonrisa—, a partir de ahora hábleme en su idioma. Y, por favor, cuando se dirija a mí, llámeme Durán, sólo Durán, ¿entiende lo que quiero decirle?  ¡Ah!, y déjese de reverencias.


– De acuerdo Durán –insta Chen con su cantonés natal.


– Así está mejor.


– Gracias Durán.


– ¿Y la Doctora Lin Yu Puen?


– Le espera esta tarde en el Museo Nacional de China, Durán.


– ¿Esta tarde?


– Sí, Durán. Antes debo llevarle a su alojamiento para que descanse y se aseé. Recuerde que aquí las distancias son colosales, estamos a veinte kilómetros al NE de la ciudad, cerca de Shuyi, si quiere, de camino podemos visitarla; es una población…


– No –abrevia Daniel—. Prefiero ver la ampliación del aeropuerto. Norman Foster es uno de los mejores arquitectos de la actualidad, me apetece ver su trabajo, quizá no tenga la oportunidad de volverlo a contemplarlo.


– Usted manda. Iremos hasta las vallas que protegen las obras, por fuera, con el vehículo. Más no puedo hacer.


– Será suficiente.


Chen no consiente que Daniel lleve el carromato con los bultos; así que, Daniel, se dedica a contemplar todo lo que le rodea sin ningún tipo de contrariedades.


La mañana luce opaca con la contaminación y el polvo que fluye por el aire y enrarece el oxígeno. En la entrada principal les espera, estacionado en zona prohibida, un coche oficial negro –BMW 346— con una banderita roja con estrellas amarillas. Al lado, innumerables taxis: sobre todo Xiali escarlatas; modelos económicos muy similares a Renault 12. También divisa algún que otro Hyundai Sonata en tono azul, fabricado en alguna Joint Venture como prototipo de los nuevos taxis que el gobierno implantará para mejorar la imagen del país. Más alejado, un triciclo público y una moto-taxi con la carrocería deteriorada. El compendio de imágenes que se yuxtaponen en su mente y que distan de las acostumbradas, le maravillan. Ciaoa los perritos calientes, a las hamburguesas y a las birras… estoy en la tierra del té y los fideos. Aunque, actualmente, se ha convertido en la tierra de los cambios drásticos, piensa.


Chen no sabe cómo interpretar la mueca del rostro de Durán y esclarece la situación.


– No se preocupe Durán, soy amigo de los chóferes –Daniel no dice nada y sigue contemplando todo cuanto sus ojos pueden abarcar.


Cuando llegan a las obras, Chen encuentra a un conocido que les deja pasar y admirar el trabajo de cerca. A Daniel le fascina la nueva terminal con sus cúpulas transparentes. Tras veinticinco minutos de demora reemprenden su itinerario. Es un buen comienzo, piensa.


Llegan al alojamiento dos horas y treinta y cinco minutos después; atraviesan uno de los ocho distritos periféricos, transitado por dos de los cinco anillos de circunvalación y recorriendo parte de una de las nueve autopistas urbanas que cruzan la gran megalópolis. Durante el trayecto ha contemplado algún trozo de la antigua muralla de la ciudad entre señales viales y la fachada de la Estación Central de Ferrocarril entre otros lugares interesantes de la ciudad, eso, antes de sumergirse en uno de los muchos atascos de tráfico que alberga la capital asiática. Le ha sorprendido que los conductores salieran de los vehículos y hablaran entre ellos con tranquilidad, como si el evento fuera de lo más corriente en sus vidas y estuvieran acostumbradas a las obstrucciones de circulación. Es gente pacífica o la represión gubernamental los ha trasformado en serviles, piensa.


Las calles son anchas y los edificios grandes y de estructuras análogas, con baldosas rectangulares de un matiz blanco ceniciento debido a la depravación ambiental; puertas y ventanas metálicas bastante oxidadas. No obstante, pese a que todo parece sucio y deslucido, no hay papeles ni basura: la polución devora a la metrópoli que aparece triste y ajada, aunque fluctúen por doquier paneles luminosos con pictogramas chinos o caracteres ingleses de todo tipo de tamaño y con un abanico heterogéneo de tonalidades.


En el distrito de Chaoyang, destinado a los negocios internacionales, admira torres grandiosas de apartamentos circundadas por jardines y esculturas argénteas muy vanguardistas. Chen le muestra el edificio más alto de Pekín, The Capital Club –de 58 plantas— y cuyo propietario es uno de los holdings más poderosos del país: La China Internacional Investment and Trust Co., (CITIC). En otros barrios céntricos, avista inmuebles modernos que, además de ser actuales, conservan parte del estilo oriental anterior. Daniel se percibir a sí mismo como a un turista privilegiado con guía propio.


Media hora después, llega a la que será su vivienda. Situada dentro del distrito pekinés de Dongcheng en un barrio modesto; dentro de una manzana compuesta únicamente por Siheyuansrehabilitados –un tipo de casas históricas con un patio concéntrico y mobiliario humilde—. No está mal, nada mal, piensa recostado en el sofá, una vez solo.




Está a punto de caer en un letargo forzoso por el cansancio acumulado, cuando la melodía de su Hawaii Five-0, comienza a sonar. ¿Quién será? Piensa antes de contestar al ver que se trata de un número desconocido.  


– ¿Diga?


Durán, siento molestarle –dice Chen.


– No se preocupe. ¿Qué desea?


– Se me ha olvidado decirle una cosa bastante importante.


– Pues dígamela ahora, Chen.


– Verá, Durán, la doctora Puen dijo que ese domicilio no sería el definitivo… dentro de unos días lo trasladaremos al barrio de Ju’er. No está lejos. Una vez allí, se instalará en una vivienda reformada muy similar. Entrará por un hutong algo más ancho y el patio central del corredor albergará flores, algún que otro árbol y hasta un estanque con peces. No hace falta que deshaga su equipaje.


  Gracias por avisar. No tengo ningún inconveniente.


– Le gustará. Es Siheyuanmás grande. No lo hemos podido instalar hoy mismo porque estaban finalizando los últimos detalles.


– Bien. ¿Algo más?


– No, nada más. A las tres de la tarde paso a recogerle.


– Hasta entonces.


– Adiós Durán.


– Adiós Chen.


Bueno, bueno, bueno… resulta que me van a trasladar a una confortable y ancestral casita rehecha por el nuevo Imperio del Sol Naciente. Como esto siga así, voy a creer que estoy en unas dilapidadas vacaciones en vez de un curso post grado de investigación. Por si acaso no voy a relajarme, sacaré lo imprescindible del equipaje, me ducharé y esperaré a ese oblicuo que no deja de reverenciarme y que habla un pésimo inglés intercalado de eles, se ríe a gusto mientras lo piensa.

 

©Anna Genovés

Martes veinte uno de septiembre de 2021

Entrega por capítulos solo en el blog

 

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Sigue leyendo la novela completa...


Los secretos del emperador – 1. Vuela pajarillo. 2003


Los secretos del emperador - 2. Pekín 2003



Los secretos del emperador – 3. Correspondencia. 2003



Los secretos del emperador – 4. Utópica o realidad. 2004



Los secretos del emperador – 5. La leyenda. 2004



Los secretos del emperador – 6. Mujeres florero. 2005

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