La dedicatoria. Un relato, de Botho Strauss

 

 

Me avergüenzo de contarlo. Me avergüenzo de mi letra. Me muestra en toda mi desnudez espiritual. En la escritura estoy más desnudo que si estuviera desvestido. Sin huesos, sin aliento, sin ropa, sin tono alguno. Ni voz ni reflejo. Totalmente vacío. A cambio, toda la realidad de un ser humano, encogido y deformado, en sus garabatos. Sus líneas son su resta y su multiplicación. La desigualdad entre el trazo de la mina y el papel limpio, mínima y apenas registrable en las yemas de los dedos de un ciego, constituye la última proporción que abarca, una última vez, a todo el hombre.

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La interrupción y posposición de su escritura le angustiaba y por primera vez notó lo normales e imprescindibles que le resultaban sus expresiones literarias de todos los días. Cuanto más indeciso era el efecto de estas sobre él, más necesitaba escribir. Ya no podía enjuiciar si su anotar intensificado le hería más de lo que ya estaba, o si por el contrario le curaba cada vez con más eficacia. La escritura exige más escritura, de eso estaba seguro. La piel crece, pero él sentía su crecimiento igual que si le estuvieran sacando esa piel por encima de las orejas.


[Las migas también son pan. Traducción de Genoveva Dieterich]

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