MARGARITINA Y LOS LOBOS



Un nombre, para mí, como Annabel Lee, que aún hoy y a estas alturas, hace temblar el aire... La abuela de mi amigo Justo, cuando éramos chinorris, rodeada de muñecas de porcelana y reliquias de tiempos remotos, en su decadente piso de viuda nos la cantaba, lánguida y melancólica, y aunque nosotros nos reíamos y la embriscábamos para que lo hiciera, porque éramos ya entonces lobos en potencia, era casi de puro miedo y escalofrío al escucharla: 

Margaritina, hija mía, 
queridita del alma, 
tu mamá nunca te olvidará, 
aunque tenga otras muñecas
más lindas que tú... 

Una noche lluviosa,
tu mamá te encontró,
partida en mil pedacitos
de cartón... 

Y ya no recuerdo más: esas estrofas tan solo, como una letanía tristísima en aquel piso desolador (la música exacta de Erich Zann, he pensado muchas veces luego), pero suficientes, en cualquier caso, para no olvidar jamás aquella canción...

Vicente Muñoz Álvarez

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