EL SILFO


DURANTE toda la mañana nos abrimos paso entre la roca y los brezales hasta alcanzar por fin la cumbre. El cielo había ido cambiando mientras ascendíamos, cubriendo su bóveda, antes limpia, de oscuros nubarrones que ensombrecían el paisaje. Avanzaban veloces sobre nuestras cabezas, impulsados por las enloquecidas ráfagas del norte. Ella contemplaba, aún jadeante, la danza de las nubes, dejando que el viento meciera a su antojo su ropa y sus cabellos, mientras a escasos metros me entregaba yo a la fascinación de aquel paisaje sin prestar atención a ninguna otra cosa. Hasta que un rugido etéreo y sibilante me rescató de mi embeleso justo en el momento en que cerraba ella sus piernas profiriendo un grito ahogado. Y sus ojos me confesaron su pavor.

Han pasado desde entonces varios meses sin que ella recupere la razón. Y mientras, me consumo yo de angustia y de impotencia a la espera del ser que a menudo oigo silbar desde su vientre.


Vicente Muñoz Álvarez,
de Marginales (Lclibros, 2020)



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