TRES ESPÍRITUS PARA UNA CIUDAD: REPORTAJE EN 20 MINUTOS



Tres espíritus para una ciudad: órganos Hammond retumbando en Casa Botines, Vicente Muñoz y el Elosúa León

26 DE DICIEMBRE DE 2020 / 20 MINUTOS

León es una ciudad gótica, salvaje, tiene río y pólvora, sabe a órgano Hammond y bongos de recitales beat. León tiene la energía de lo analógico, el misterio de los locales cerrados, el vino pesado en las encías. En su último poemario Vicente Muñoz escribe:

como si hubiera
envejecido mil años
en solo unos días
perdido
en mi laberinto

En esta ocasión en Motel Margot abrimos tres habitaciones para una misma ciudad. Tres espíritus que la definen, el escritor Vicente Muñoz Álvarez, el grupo Los Flechazos y el equipo de baloncesto Elosúa León. Déjense llevar en esta guía de viaje sin salir del motel. 

Vicente Muñoz acaba de editar Haga lo que haga en la tierra con Canalla Ediciones. Son poemas tras la tormenta, un poemario distópico que atrapa lo que le rodea, ahora todo humo y lágrimas, y lo convierte en el misterio de la vida. El tiempo, el cambio, la vida como una mutación salvaje que acabará en muerte, la fortuna como un contrincante que juega con los dados cargados: “La solitud como una condena que asfixia tu corazón”. Jean Grey enamorada del cuervo de Poe, la entropía como brújula para los que quieren perderse con conocimiento de causa, la tripulación que canta, muy borracha, la lista de los capitanes que se perdieron en el camino a Ítaca.

Guardo fotografías junto a Vicente en un encuentro en Teruel organizado por Nacho Escuín, “la piedra en el charco”, era primera hora de la tarde y los dos estábamos exultantes. Nos habíamos escrito en aquellos correos electrónicos primerizos que eran como cartas: largos y sesudos. Nada de la inmediatez de las aplicaciones para conversar que hay ahora. Casi imaginaba su voz sin conocerla. Una voz cálida, amarrada a la vida, de corsario siempre al borde de la jubilación, de vagabundo a punto de poner una colada. Vicente Muñoz fue parte de aquella rebeldía con la que se alimentó el comienzo del siglo. Coordinó unos cuantos libros colectivos que reflejaban la situación de la literatura española contemporánea, unos volúmenes en los que si estabas eras “alguien” en el panorama nacional: Golpes, ficciones de la crueldad social, con Eloy Fernández Porta, fue la primera, editada por DVD en 2004, después llegó Hank Over: Resaca. Un homenaje a Charles Bukowski junto con Patxi Irurzun, que apareció en 2008 con el sello de Caballo de Troya y una portada excepcional de Miguel Ángel Martín -que volverá a aparecer en este motel en algún momento próximo- y que fue un éxito absoluto. Es imposible obviar el fenómeno que supuso 23 Pandoras: Poesía alternativa española que apareció bajo el auspicio de Baile del Sol en 2009, donde Vicente se atrevía -porque les aseguro que nunca estuvo más sobre el alambre- a seleccionar a sus poetisas favoritas de la década. La mayor parte de aquel listado se ha convertido en un canon de nuestra poesía y su trayectoria posterior demuestra el buen gusto y el profundo conocimiento que Vicente tenía de aquel presente lírico. No se puede olvidar el homenaje al movimiento beat que apareció en el año 2011, Beatitud: Visiones de la Beat Generation, allí contaba con Ignacio Escuín como aliado y la edición de Baladí mezcló rockeros, poetas y gente que seguía con exquisita devoción los preceptos de Sam Shepard cuando se convirtió a la Iglesia del Bob Dylan del Dharma.


A la vez fueron apareciendo algunas obras propias que reflejaban un universo particular: el del corredor de fondo que escapa para volver cuanto antes a sus orígenes. Vicente es un autor contradictorio, capaz de pasar una buena parte de su vida conduciendo por carreteras secundarias: de sus primeros libros de narrativa, me siguen fascinando El merodeador y Mi vida en la penumbra editados en años consecutivos, 2007 y 2008, por dos de las más avanzadas editoriales de la época, Baile del Sol y Eclipsados.


Vicente ha escrito mucha poesía y ha seguido con sus relatos y sus antologías, pero ha alcanzado un sello propio en la trilogía de ensayos sobre películas de espanto y culto: Cult Movies 1: Películas para llevarse al infierno (Eutelequia, 2011, LcLibros, 2018), Cult Movies 2: Películas para la penumbra (Excodra, 2015, LcLibros, 2018) y Películas que erizan la piel (Canalla Ediciones, 2019). Imaginen el videado de La Naranja mecánica o el gancho de La matanza de Texas, todo da como resultado una lógica transitiva que nos permite tirar de un hilo imaginario que genera una cosmogonía fragmentada de la contracultura. Desde los destellos pulp de la Nouvelle Vague hasta los excesos visuales del hippismo más tóxicos, las adaptaciones académicas de Edgard Allan Poe, el Giallo italiano o el fantaterror patrio, la mezcla con alto contenido en absenta y celuloide, permite un festín para el que busca historias en los márgenes del celuloide, en las sesiones dobles o en las machacadas cintas de VHS de alguna tienda de segunda mano. La trilogía nos devuelve la pasión por el cine diferente, aquel que busca impactar, emocionar, que ha escapado a la monstruosidad obsesiva y extenuante de las plataformas digitales.

Muchas de esas obsesiones se reflejan en el proyecto más ambicioso de Vicente, la segunda época del fanzine Vinalia Trippers. Un fanzine hecho libro, una revista que daba sentido a un momento y un lugar. A partir de una temática concreta una serie de fuera de la ley, drugos, aspirantes a funcionarios e, incluso, futuros políticos, escribían e ilustraban a caballo entre la grapa en blanco y negro y la antología pura. Fueron buenos tiempos, hubo ciencia-ficción, oeste, rollo quinqui, terror… siempre con Miguel Ángel Martín en la portada. Yo recuerdo que escribí sobre rumba catalana, Ámsterdam, un pueblo del que no se podía salir llamado Canciones Tristes, cintas de casete y vinilos y un viaje en el tiempo muy especial, el que llevaba al Bob Dylan que grababa con Johny Cash viejos clásicos del folk hasta el Bob Dylan ochentero, de chaleco de cuero sin camiseta y pantalones por dentro de las botas saludando a Jesucristo junto con Tom Petty. No creo que nadie me hubiera permitido semejantes veleidades.

Pero la gran obra de Vicente Muñoz sigue siendo su libro Regresiones. Aparecido en 2015, puedes llamarlo narrativa agónica o dietario de un superviviente. León es el amor al que uno vuelve, resucitando una vida que eclosiona a finales de los setenta con el final de la pesadilla y el comienzo del salvajismo. De los Burning a los tebeos de Vértice -revisen otras habitaciones, están empezando a comunicarse entre ella-, el Barrio Húmedo, Casa Botines, Lovecraft y Poe, siempre Poe. Vicente estuvo en el último concierto que dieron Parálisis Permanente. De León al infierno. Regresiones es un libro que emociona porque son polaroids de un tipo que lleva tres décadas de autenticidad y amor a sus espaldas, un corazón inmenso que sigue teniendo la rabia a flor de piel. Regresiones me llevó a León y me deja tener siempre cerca a Vicente Muñoz.

Viajamos a León y nos escribimos unos días antes. Me mandó recomendaciones para tiendas de discos, garitos de bocados apetitosos y secretos que ocultaba cada esquina. León era para mí un lugar con un punto mítico, en los tiempos en los que Miqui Puig me invitaba cada semana a su Can Tuyus, a su bodega particular en la Xarxa Radio de Barcelona, me había hablado de que León era un paraíso inamovible donde la belleza te asaltaba y las formas de elegancia eran variadas y nadie la discutía. León ciudad MOD, León la ciudad de Los Flechazos. La peregrinación de las lambrettas, los punk rockers enamorados también tenían su sitio. En León, en Regresiones, que es León puro, ya hablaba de eso Vicente Muñoz: y quería también hablar de Veredicto Final, mi propia banda ochentera, en la que yo tocaba la batería, y de grupos afines de aquel tiempo, Deicidas, Opera Prima, Flechazos, Positivos, Los Vagos, Abogado del diablo, Salamanders, etc..

Octavio Gómez Milián, 20 MINUTOS

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