El amigo, de Sigrid Nunez

 

 

¿Es cierto que el mundillo literario está minado de odio, que es un campo de batalla rodeado de francotiradores donde las envidias y las rivalidades no hacen más que aflorar?, preguntó el entrevistador de la Radio Pública Nacional (PNR) al distinguido autor. Quien reconoció que así era. Hay mucha envidia y enemistad, dijo el autor. Y trató de explicarse: Es como una balsa que se está hundiendo y a la que demasiada gente quiere subirse. Así que cada empujón que des, sube un poco la balsa a tu favor.
Si leer aumenta realmente la empatía, como se nos dice constantemente que hace, parece que la escritura la disminuye un poco.

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Esa era la realidad, decías. Pero en nuestra época grafómana la realidad se había ido a paseo. Ahora todo el mundo escribe igual que todo el mundo caga, y ante la palabra
talento muchos quieren echar mano de un revólver. El auge de la autopublicación fue una catástrofe, decías. Fue la muerte de la literatura. Lo que significaba la muerte de la cultura. Y Garrison Keillor tenía razón, decías: Cuando todo el mundo es escritor, nadie lo es. (Aunque, en realidad, este era exactamente el tipo de declaración contra la que nos advertías que estuviéramos en guardia: Suena bien, pero, si la aprietas, se desmorona).

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Ninguna escritura se desaprovecha, decías a menudo. Incluso si algo no funciona y acabas tirándolo, como escritor siempre aprendes algo.

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Oí hablar de un estudio según el cual los gatos, a diferencia de muchas otras especies animales, no perdonan. (Como los escritores, quizá, quienes, según un editor que conozco, nunca olvidan un desprecio).

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“He pensado mucho en eso desde que Svetlana Alexievich ganó el Nobel –dice la mujer–. El mundo está lleno de víctimas, dice Alexievich. Gente corriente que experimenta sucesos espantosos pero a la que nunca se la escucha y que acaba por ser olvidada. Su objetivo como escritora, dice, es proporcionar palabras a esa gente. Pero ella no cree que se pueda
hacer por medio de la ficción. Ya no vivimos en el mundo de Chéjov, dice, y la ficción no es precisamente muy buena para abordar nuestra realidad. Necesitamos ficción documental, historias sacadas de la vida corriente, de los individuos. Sin invención. Sin punto de vista autoral. A sus libros, ella los llama novelas en voces. También he oído llamarlos novelas de testimonio. La mayoría de sus narradores son mujeres. Ella piensa que las mujeres funcionan mejor como narradoras porque examinan sus vidas y sentimientos de una forma en que los hombres no suelen hacerlo, más intensamente y… ¿Por qué sonríes?”.
“Solo pensaba en la razón por la que los hombres deberían dejar de escribir del todo”.
“Alexievich no dice eso. Pero sostiene que si quieres llegar a las profundidades de las emociones y la experiencia humanas es necesario dejar hablar a las mujeres”.
“Pero silenciar a la propia escritora”.
“Así es. El objetivo es permitir a aquellos que viven realmente el sufrimiento dar también el testimonio y que el rol del escritor se limite a otorgarles poder”.


[Anagrama. Traducción de Mercedes Cebrián]     


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