Mis amigos, de Emmanuel Bove



La soledad me pesa. Me gustaría tener un amigo, un verdadero amigo, o bien una amante a quien confiaría mis penas.
Cuando se deambula durante todo el día, sin hablar, uno se siente cansado por la noche en su habitación.
A cambio de un poco de afecto, compartiría todo lo que poseo: el dinero de mi pensión, mi cama. Sería muy cariñoso con la persona que me ofreciera su amistad. No la contradiría nunca. Sus deseos serían los míos. Como un perro la seguiría a todas partes- no tendría más que decir una gracia, y yo me reiría; cuando estuviera triste yo lloraría con ella.
Mi bondad es infinita. Sin embargo, las personas que he conocido hasta ahora no han sabido apreciarla.

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La vida es tan triste cuando se está solo y no se habla más que con personas que nos son indiferentes.

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Yo no quería matarme, pero si hubiese estado resuelto a hacerlo, no me habría gustado que nadie me tuviera cogido. Uno necesita toda su independencia para matarse. El suicidio no es como la muerte.

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Me gusta que me hagan confidencias, como me gusta que me hablen mal de las personas. Eso da vida a las conversaciones.

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El viento soplaba con tanta fuerza que al salir la puerta se cerró de golpe antes de que yo tuviera tiempo de hacerlo. Unas gotas más gruesas que las demás caían desde las cornisas sobre mis manos. La lluvia resbalaba por las aceras, hacia la calle. Cada vez que atravesaba una calle, la corriente de agua, demasiado ancha para pasar por encima, sumergía uno de mis pies. El agua que caía por los canalones, pegados a las casas, corría por la calle como si alguien acabara de vaciar un cubo. Las mangas de mi chaqueta no tardaron en mojarme las muñecas. Parecía que no me hubiera secado las manos después de lavármelas.
Llegó un tranvía vacío. Lo habían limpiado por la noche. Las bombillas que lo iluminaban tenían la tristeza de las luces que olvidamos apagar antes de dormirnos.

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Un hombre como yo, que no trabaja, que no quiere trabajar, siempre será odiado.
Yo era, en aquella casa de obreros, el loco, cuando en el fondo, todos hubieran querido serlo. Yo era el único que se privaba de carne, de cine, de ropa, a cambio de ser libre. Yo era el único que, sin pretenderlo, recordaba todos los días a la gente su condición miserable.
No me han perdonado ser libre y no temer la miseria.


[Pre-Textos. Traducción de Manuel Arranz]

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