Dos damas muy serias & Placeres sencillos, de Jane Bowles



De Dos damas muy serias [novela]:

El padre de Christina Goering era un industrial norteamericano de origen alemán y su madre una dama neoyorquina de familia muy distinguida. Christina pasó la primera mitad de su vida en una hermosa mansión (que estaba a menos de una hora de la ciudad), heredada de su madre. Fue en esta casa donde se educó junto con su hermana Sophie.
De niña, Christina fue muy despreciada por los demás niños. Jamás sufrió particularmente por ello, pues siempre tuvo, ya desde edad muy temprana, una activa vida interior que mutilaba su capacidad de observación de lo que sucedía a su alrededor, hasta tal extremo que nunca adoptó los manierismos de entonces en boga, y a los diez años la tachaban de anticuada otras niñas de su edad. Ya entonces hacía pensar en esos fanáticos que se creen líderes sin haber ganado ni una sola vez el respeto de un ser humano.

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La señora Copperfield tenía una carita angulosa y el cabello muy oscuro. Era inusitadamente pequeña y flaca. Cuando la señorita Goering se sentó a su lado, se frotaba nerviosamente los brazos desnudos y miraba en todas direcciones. Se habían encontrado durante muchos años en las fiestas de Anna, y a veces tomaban el té juntas.


[Anagrama. Traducción de Lali Gubern]


De Placeres sencillos [relatos]:

Alva Perry era una mujer seria y reservada de ascendencia escocesa y española; tenía poco más de cuarenta años. Aún era guapa, pese a tener las mejillas demacradas. En particular, sus ojos eran de una belleza y claridad extraordinarias. Vivía en casa de su tío, que se había dividido en apartamentos, o en cuartos de alquiler, como seguían denominándose en aquella parte de la región.

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-¡Ay, mamá! –dijo–. ¿No es cierto que en el mundo abunda más la tristeza que la felicidad?
-No sé por qué piensas eso –contestó su madre.
-Porque he hecho un recuento de mis días felices y de mis días tristes. Hay muchos más días tristes, y ahora estoy en la mejor edad de una chica. No hay más que peleas, incluso en los bailes. Si un hombre me dijera que preferiría bailar a pelear, no le creería.
-Es cierto –convino su madre–. Pero no todos los hombres son así. Hay algunos tan tiernos como corderitos. Aunque no muchos.
-Me siento como una anciana. Puede que me sienta mejor cuando me case.

 
[Anagrama. Traducción de Benito Gómez Ibáñez]

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