La caja pública – Relatos eróticos





La caja pública - Relatos eróticos

Ayer fue el último día del estado de alarma y, hoy, es el primer día de verano, así que… ¡disfrutémoslo! Mi contribución: la parte central –dedicada a los cuentos eróticos— del libro de relatos publicado en Amazon con el nombre de La caja pública. A posteriori, fueron customizados y editados nuevamente en el libro Erótika.

 


Copyright © 2014 Anna Genovés

Todos los derechos reservados a su autora

Título de la edición: La caja pública

Autora: Anna Genovés

Corrección: Jon Alonso

Propiedad intelectual:

09/2013/2345

09/2013/2206

09/2004/1196

V ― 488 ― 14

ASIN: B00O9E3ZNM

ISBN-10: 1502468433

ISBN-13: 978-1502468437

 



Índice

Ángel o demonio

Arbustos y otras hierbas

Conversaciones de hombres

Elástica

El club del ganchillo

El conductor

El tercer sexo

Juegos ardientes

Kits eróticos

Revelación tántrica

Sexo exprés

Singles

Sueños de poeta

Tatuajes y piercings

Una cocina llamada deseo

Un Noel muy travieso

Vampirella Gay

Wasapéame

 

Ángel o demonio

 

La belleza es un arma de doble filo

el asesino es un delincuente

aunque luzca como Apolo

 

Christian era tan guapo que todos le conocían por su apodo: cara de ángel. Era hijo de una cuarterona senegalesa con sangre iraní y de un medio libanés cuyo padre había llegado a Colombia desde Dinamarca. El chico había heredado unos preciosos ojos turquesa de mirada seráfica a lo Monty Clift; un óvalo como Frederick Ljungberg cuando anunciaba slips Calvin Klein. Un cuerpo igual de esculpido que Brad Pitt en El club de la Lucha y una piel sedosa con un puntito de café Illy arábigo. Un espécimen más suculento que un queso Gran Reserva de la Dehesa de Llanos. Sin embargo, el querube tenía genes depredadores. Comenzó a delinquir a una edad temprana. Por su vasto historial policial existían todo tipo de delitos por los que cumplía condena en la cárcel de La Picota de Bogotá. Empero, cara de ángel, sabía camelarse a todo el mundo con apenas una caída de párpados. En comisaría había intimidado con una policía y ésta había difundido sus fotografías por las redes sociales. ¡Madre mía el club de fans que tenía! Y las animaladas que le ponían las mujeres, como si nunca hubieran visto a un hombre atractivo. Ni Sandokán cuando llegó a España allá por los 70 y salieron todas las madres del Cuéntame con pancartas que decían: “Queremos un hijo tuyo”. Por lo menos, el actor hindú era todo un gentleman. Cara de ángel superaba todas las pruebas. Había conseguido su propio trono por razones obvias. Hasta el gobierno colombiano dejó que la prensa rosa de USA entrara en prisión y lo fotografiara a cambio de untar sus bolsillos. Al final, se fugó de la penitenciaría y fue a parar a una banda criminal que operaba en la famosa colina de Los Ángeles, muy a juego con su sobrenombre.

Pam era una actriz decadente. A sus 44 años nadie le ofrecía un papel en TV y menos en la gran pantalla. Pese a ello, vivía en una lujosa mansión de Hollywood. No obstante, como tantas estrellas venidas a menos, estaba más sola que la una. Una corte de siervos amenizaba sus días embalsamados en champagne y Beluga. Reían sus gracias, esnifaban cocaína y follaban como locos. Después, cada uno volvía a su cuchitril de oro y diamantes de sangre. La servidumbre recogía los excesos de las orgías, mientras ella dormitaba repleta de barbitúricos con un antifaz de colágeno y diversos vibradores: los coleccionaba por si en algún momento se terciaba utilizarlos. Esa noche, sus caprichos la habían mantenido como una espectadora VIP: voyeur de luxe. Le apetecía un totum revolutum de cuerpos gimiendo. Era feliz viendo cómo goteaban las vaginas repletas de semen y cómo lo machitos del celuloide se fornicaban unos a otros. Al final, había conseguido formar un trenecito en el salón de su excelsa residencia. Esfínteres ligados por las vergas de sus vecinos. Cuando acabó la bacanal, se retiró a sus aposentos privados. Dormía profundamente cuando escuchó a su chihuahua albino ladrar.

—Tarzán —dijo soñolienta—. Ya sé que te he dejado fuera de la habitación. Hoy quiero dormir sola.

Pero no pudo conciliar el sueño. Se dispuso a introducirse un vibrador de última generación con secreción seminal y turbo orgasmum de Victoria Secret —una colección muy cool que la celebrity vendía en exclusiva a sus íntimos—. Sin embargo, tras acariciar sus labios vulvares y sentirse húmeda. Los chillidos de Tarzán la descentraron. Se puso la bata de satén con cristales de Swarovski y salió al pasillo. Al abrir la puerta, descubrió al primoroso chucho con el cuello roto. Cubrió su boca para no chillar. La sombra de un hombre encapuchado husmeaba por el despacho de la caja fuerte. Pam regresó a su cuarto sigilosa. Minutos después, volvió a salir y se deslizo, agazapada, hasta la estancia.

Cara de ángel había abierto el cofre de las joyas; estaba claro que alguien le había dado el soplo. Se había quitado el pasamontañas, le gustaba trabajar a rostro descubierto. Cuando Pam lo vio, supo de inmediato de quién se trataba. Sabía que su cuerpo lucía con múltiples tatuajes carcelarios: uno por cada delito cometido. Y también lo apetecible que estaba. Relamió sus labios golosos; su cuerpo experimentó una secreción extrema. La misma que cuando practicaba cualquier deporte de riesgo: se había excitado al ver a ese delincuente con tesitura de Apolo. Apretó sus muslos mirando la boca del adonis; imaginándola lamiendo su clítoris. Unos salvajes temblores brotaron de su vientre.

—No te muevas o te vuelo los sesos —dijo cara de ángel en un inglés chapucero.

—¿Por qué no hablamos primero? —propuso la vieja gloria abriéndose la bata y exhibiendo sus perfectos senos siliconados, talla 100.

—¡Pendeja! Aunque estés muy buena me he follado a tantas tías que paso. Se abren la "cuca" sólo con olerme —cara de ángel se tocó la entrepierna con vulgaridad—. Además, me gustan jovencitas. Niñas, no momias.

—Si quieres pasamos un buen rato. Después, te doy las joyas. El seguro me pagará su valor y los dos saldremos ganando —insinuó Pam con sigilo.

—¡Joder! ¡Corta el rollo! ¿A ver qué sabes hacer? —sugirió cara de ángel apuntándola con su Glock.

Pam sacó el súper vibrador de un bolsillo y lo deslizó por su piel aterciopelada; hasta introducirlo en su hendidura, jadeante. El falo de cara de ángel se puso como una barra de acero al rojo vivo. Dejó el arma y se acercó a ella.

—Eres una putarraca con la "totona" muy caliente. A ver si tu culo responde igual —le pegó una palmada extremadamente fuerte. Un latigazo que dejó las nalgas de Pam marcadas. Gritó de placer.

—Te gusta clavarla por detrás y con fuerza, ¿verdad? —preguntó la actriz, sensual.

—¡Ponte a cuatro patas y cállate de una puta vez! —ordenó cara de ángel antes de pegarle una leche. Pam se tocó la mejilla y sonrió.

—A ti te consiento lo que quieras. Seré tu perra. Pero antes dame un besito —Pam puso morritos besucones.

Cara de ángel pellizcó sus pezones y mordió sus brazos. Ella se agitó. Las bocas se unieron. La estrella lamió la lengua del intruso como si fuera un helado de frambuesa. Después, sumergió la suya entre los labios divinos del soberbio macho. Segundos más tarde, el bicho la empujó encarando su falo hacia las grietas perianales. De repente, Pam sacó un spray antivioladores y literalmente embadurnó su rostro. El malhechor restregó sus ojos, chillando. Quemaban como si tuvieran gas mostaza.

—¡Cabronazo! ¡Con que te gustan muy jovencitas o casi niñas! Pero, ¿qué enfermo está el puto mundo para que millones de jóvenes chocheen contigo? Si eres basura criminal. Más vulgar que Sacha Baron Cohen en Borat.

Acabados los exabruptos, Pam cogió el Óscar, que un día pretérito le había concedido La Academia, y le destrozó el cráneo a golpes. Cara de ángel yacía ensangrentado y completamente desfigurado sobre la alfombra Vase del siglo XVII. Persa, única en el mundo. Ipso facto, llamó al Sr. Lobo; una especie de Ray Donovan que limpiaba la mierda de todos los hollywoodenses.

—Hola Milton, soy Pam. Ven: es urgente, cielo. He matado a una verdadera cucaracha. Quiero que te deshagas del cuerpo.

 

 

 Arbustos y otras hierbas

 


El monte enardece los sentidos

pajar de arbustos y pinares

las mujeres tienen hambre

 seducen

 

Dos vecinas pasean por un camino montañoso que bordea la colina cercana a sus adosados. La morena, una soltera treintañera; explosiva e ignorante. La rubia, a punto de jubilarse; atractiva y corrida.

—Ainhoa, nunca te cases con un hombre mayor. Jamás serás feliz —dice la madura a la joven.

—Julia, no sé qué decir. ¡Me has dejado perpleja! —contesta la chica.

—Pues no hables; sólo escucha…

—Como quieras. De todas formas, no me sale novio ni a tiros.

—No digas bobadas. Criatura, ¡si eres preciosa!

—Si tú lo dices...

—Todavía tienes mucho tiempo por delante... Yo me casé cerca de los cuarenta y he llegado a todo. Tengo la parejita y un marido... Bueno, mejor dicho, un carcamal que está para comer sopas y poco más.

Ainhoa hace un respingo para no reír.

—Pero, ¡qué bruta eres!

—¡Dime tú! Con sus ochenta y una primaveras, no voy a pedirle peras al olmo. Conste que cuando lo conocí, estaba de muy buen ver. ¡Cuánto cambiamos las personas! ¡Ayayay! —Julia, suspira.

—Ni que lo digas. A veces, me miro en el espejo y no encuentro a la Ainhoa de antaño.

 —¡Tú sí que eres exagerada! Si estás en la flor de la vida y eres un monumento de mujer —sugiere Julia con la mirada brillante.

—Claro por eso todos los machitos hacen cola en mi puerta. No me como ni un torrao —contesta Ainhoa, con cara de malas pulgas.

—Lo cierto es que tienes mucho carácter y a los hombres les gustan dulzonas, aunque digan lo contrario...  —Julia pellizca su brazo. El bello corporal de Ainhoa, se eriza.

—Pues me la pelan —contesta—. ¡Soy como soy! Y a quien no le guste que corra al patio. Voy a tener que probar las ostras a ver si me van mejor que los caracoles.

—¡Mira que tienes guasa!

—Tú me enseñaste, con ese humorcito cañí tan spanish —sugiere Ainhoa.

Con tanto festejo las mujeres se abrazan. El calor sofocante enciende sus carnes. Las caricias se hacen íntimas y las bocas se encuentran. Labios que lamen las comisuras, paseando por las carnosidades. Julia sobetea las redondeces de Ainhoa. Y ésta, se humedece. Pero se aparta...

—Creo que las dos estamos faltas de cariño —insinúa la jabata.

—Y tanto. Tú sin novio y yo con un marido pachucho. Probemos, quizás nos guste...

Julia no deja que Ainhoa hable. Palpa todos lo que está a su alcance. Con suavidad. Recorriendo la piel brillante de su morena preferida. Los exultantes pechos afloran con unos pezones rígidos como el mármol: una figura perfecta. Minutos después, están tumbadas en el pinar, desnudas y agitadas. La respiración entrecortada. La lívido por las nubes. Arbustos enroscados a sus cuerpos, rasguñan la piel que se debate en el infierno de sus vientres. Hilillos de sangre brotan por diferentes partes de la tesitura de Ainhoa. Julia se sobreexcita.

—Yo te curaré, mi niña —le dice, lamiendo las pequeñas heridas con sus labios siliconados; de un tono escarlata fuerte.

Cuando llega al ombligo, chupa el piercing de Ainhoa con suma delicadeza. Repasa las figuras del tatuaje que crece hasta sus caderas. La joven tiene un orgasmo.

Pero Julia quiere más. Acaricia su pubis y sus labios vulvares con unas ramitas. Juguetea con ellas en el interior carnoso. Y al final, su lengua, jugosa y sonrosada, entra en el santuario divino de su compañera. Los calambres de Ainhoa rozan el éxtasis. Los de Julia, que se ha introducido en su oquedad marchita, una piña cerrada y turgente a modo de bola china, también.

—Nunca me habían hecho un cunnilingus tan suculento —sugiere Ainhoa con los ojos en blanco.

—Pues, aunque no te lo creas, es el primero que hago. Pero el hambre de macho me ha vuelto loca...

—Creo que nuestras caminatas serán muy fructíferas —concluye el portento de mujer seducida.

—No lo dudes. Y nos vendrán perfectas para bajar unos kilitos. Ya sabes que el sexo es bueno para muchas cosas —sugiere Julia relamiendo su boca y tocando la tripita de su amante.

—Lo sé. Y, además, no levantaremos sospechas...

Ainhoa besa a Julia y mira el collar nacarado de astros repartidos por el firmamento que las acompañan. Universo guardián de secretos. Excelsa maravilla.

 


Conversaciones de hombres

 

Rubias, morenas

pequeñas o grandes

todas gustan

al hombre que sabe

 

A principios del mes de septiembre, desde hace una década, Manolo y su grey se reúnen en la Cervecería Toribio para contarse las hazañas veraniegas. Forman un conjunto de treintañeros (algunos más cercanos a la veintena, y por la contra, otros a punto de entrar en los temidos cuarenta), los perfectos amigos del colegio, hermanos mayores o pequeños y alguna que otra parentela. Todos ellos comenzaron viendo el fútbol, a modo de Peña y han acabado en una amalgama de somarros para vestir santos, como decían las abuelas.

—Manolo, ¡qué bien te veo! —dice uno de los veteranos tras un choque vigoroso de manos.

—¡Nano! Tú siempre animando. Has echado un poco de panza —suelta Manolo, dando una palmada en la barriga abultada de su colega. Semilla de un futuro Homer Simpson.

—¡Ya te vale! Y tú siempre jodiendo la marrana. Ya se sabe; unas cervecitas de más, unos vermuts, otro poquito de comida basura, al buche... Con unas sesiones de pesas recupero la figura —contesta el implicado.

—Mira quién viene por ahí. Toni, hombre, has adelgazado, ¿no? —tras un abrazo efusivo, el solterón, contesta.

—¡Mucha marcha, nanos! Mucha marcha —dice con los ojos brillantes; levantando una ceja.

Con el discurso de me la clavas y yo te doy un capote, van entrando los especímenes —todos, incluso Manolo (que está desempleado) socarraos—. Se nota que han estado tomando el Sol. Canarias, Benidorm, Caribe, Ibiza o la piscina del barrio. Las conversaciones; pues, las de siempre: los nuevos fichajes futbolísticos, el curro y las mujeres. En este último apartado, se explayan.

—Tíos, me he ligado a una pavita de dieciocho añitos que es un caramelín para mojar a todas horas —suelta Paco.

—¡Va! —hace un ademán peyorativo, otro de los tunantes.

—Ni va ni hostias, ¡la niña está espectacular! ¡Mirar, mirar uno de los selfis que nos hicimos...!

De golpe, se le echan encima formando una piña de energúmenos para ver quién ve las imágenes en primera fila.

—¡Joder! ¡Si que está buena! —dice uno.

—Mira qué culito tiene... —insinúa otro.

—Ya podrías. Casi cuarentón y te buscas a una Lolita —suelta Toni.

—¡Envidia, tío! Envidia. Uno lo vale y puede… Además, me gustan tiernas... —el comprometido saca pecho mientras todos babean.

—¡Pues, va a ser que no! Yo también he ligado. La mía madurita, ¿y qué?

Las caras de los mastuerzos se alzan: mirando al Séneca respondón.

—A ver, ¿qué quiere decir madurita? ¡Qué tú todavía eres un pipiolo, pajarito! Recién estrenados la treintena y te marchaste a Ibiza —pregunta otro de la panda.

—Claro, había quedado con una ibicenca por Facebook. La estancia me ha salido gratis y he mojado el churro a diario. ¡Hostia, no me miréis con cara de alucinados que parecéis la cotilla de mi vecina! A ver si tengo que contaros hasta del color que llevo los calzoncillos —contesta aireado.

—A ver, que soy tu hermano mayor. Explícate, ¿no te has enrollado con una yaya? —comenta otro.

—¡Hey! ¡Que la virginidad la perdí hace años! Y me trajino a quien me place. La chica me dijo que tenía cuarenta y cuatro... En fin, tenía unos cuantos más. Pero ahora os enseño sus fotos.

Todos olvidan a la Lolita y se enfrascan en las imágenes de la suculenta MILF; una sabrosa pieza siliconada más apetecible que la mismísima Megan Fox en Jennifer’s body.  Cada cual más estirado que el cuello de un gallo; enseña sus trofeos. Todos menos Manolo. Toni lo mira con cara de pena...

—¡Manolo, tranquilo, todo llegará! Antes, me has dicho que tienes una chapuza entre manos. Cuenta, cuenta... —le da unas palmadas en la espalda, animándolo.

El chico, se hace el remolón. Pero al final les sugiere que él también tiene unos selfis muy picantes. Su móvil rula por los aires. Todos quieren verlos.

—¡Cabrón! ¡Qué calladito te lo tenías! Te gusta el porno hard. Me estoy poniendo cachondo —suelta Toni.

—¡No querrías que pensáramos, que eras tú el suertudo de la pantalla! ¿verdad? Con ese rabo de mandinga —concluye Paco.

En la pantalla aparece un manubrio potente dentro de la boca de una mature jocosa a cuatro patas. Detrás una veinteañera introduciéndole un dildo de última generación. En ese instante, aparece el rostro del agasajado. Uno de los compinches le pega un codazo para que cierre la boca...

—¡Paco, cállate y mira!  —le dice.

—¡Me caguen en la leche! ¿Manolo...? Tu polla es gigante —suelta como diciendo: “Pero, bueno, ¿cómo puede ser?”. 

—Todos tenemos secretillos… —contesta Manolo.

—¡Y tanto! Ya nos contarás que hacías montándotelo con una tiernita y una madura, a la vez —comenta otro de los cofrades. Manolo, sonríe antes de hablar.

—Nanos, ya os he dicho que me había salido un currillo. ¡Ahí lo tenéis! Soy director, coproductor y actor de películas para adultos. Estaba hasta los huevos de estar sin blanca. En el último cursillo del INEM, conocí a esas nenas. Compenetramos y nos tiramos al pisto. Ya que tengo el rabo como Nacho Vidal, aprovecharé mientras pueda.

Los colegas se quedan con un palmo de narices; boquiabiertos y con cara de gilipollas.

—Tranquilos, a vosotros os pasaré las pelis gratis. Por cierto, si la tía es calentorra, da igual que tenga veinte que setenta. Todas me la ponen dura —Manolo se toca la entrepierna—. Os lo dice un profesional. Nos vemos en el derbi del próximo domingo. Ahora, tengo trabajo —dice socarrón, antes de marcharse.




Elástica

 

Hermosa figura

elástica, una goma de finura

deseos entrecortados

amores blindados en un contrato

 

Ivonne es gogó de un after de Barcelona; una chica moderna y deportista. Todos los días de su santa vida, se machaca en el gimnasio, aunque duerma poco o se salte alguna comida: lo importante es entrenar y no perder el hábito. El primer viernes de julio, con un calor sofocante, marcha a clase de spinning hecha trizas tras una jornada laboral intensa. Su esfuerzo tiene recompensa: una silueta envidiable. Es una tigresa hambrienta y sudorosa en busca de una presa; porque, no lo olvidemos en el gym además de liberar dopamina se abastece de ligues. Hombres a los que apoda con su infinito gracejo. Minutos después, entra en su exclusiva jungla y desolada ve que la sala está vacía. Su estoica rutina transcurre anodina hasta que de sopetón (tras dos horas y media de ejercicio), otea a Manuel. El sujeto es boxeador profesional y lo ve de uvas a peras. Lo apoda Stelios; le recuerda a Michael Fassbender en 300. Alto, cabello castaño, rostro cincelado, ojos plomizos y un cuerpazo que quita el hipo: “¡está para comérselo y no dejar ni los huesos!” (Fantasea cada vez que lo observa). Le apetece intimidar con él. Sin embargo, debe andarse con pies de plomo, los flirteos del gym pueden traer malas consecuencias… Sabe, gracias a la rumorología, que es un picaflor. Cada viajecito a la Ciudad Condal equivale a un revolcón con la de turno. No le importa (cavila con una sonrisa tonta).

Cierra los ojos y se concentra en los estiramientos… Quiere finalizar con el spagat frontal. Completamente abierta, con la cadera en el suelo, entreabre esos azabaches brillantes que seducen a tutiplén y por casi le da un pasmo. Stelios, se ha instalado en la colchoneta vecina.

Stel: ¡Vaya! No sabía que eras tan elástica (sugiere el semental imaginándola con tan sólo un tanga de pedrería.)

Iv: No estoy para bromas (suelta arisca para no parecer facilona.)

Stel: ¡Ufff! ¡Cómo estamos por aquí!...

Iv: No todos tenemos la suerte de estar tan bien como tú (comenta, echándole una mirada de femme fatale a su trabajado body.)

Stel: Si intento abrirme de piernas, me parto por el medio (concluye socarrón.)

Iv: Todo sería probarlo…

Stel: Mejor no. Además, a ti te sale de maravilla…

Iv: No lo dudes. Es algo innato en mi persona (contesta nuestra chica clavando aguijones en cada una de las palabras.)

La tensión sexual no consumada, aumenta.

Stel: ¡Relájate chica!

Iv: ¡Imposible!...

Stel: ¡Qué no es para tanto! (Mira a su presa con ojos de lobo.)

Iv: Ya está bien de quedarte conmigo. ¿Qué quieres?

Stel: ¿Y tú qué quieres?

Iv: Pregunté primero (se lo juega todo a una carta.)

Stel: Te quiero a ti.

Iv (riendo a mandíbula suelta, contesta): “deja que siga con mi stretching, please”....

Stel: Como quieras, princesa. Estaré a la espera (propone vanidoso.)

La semana siguiente, se ven en spinning. Cada uno a su rollo… Mirándose de reojo. Ella, levantando la barbilla como quien no quiere nada; él, revisando sus movimientos. El viernes por la noche, coinciden en la cena de verano del gimnasio. Ivonne está espectacular con un mini vestido blanco que realza el bronceado de su piel. Stelios atractivo con sus tejanos y un pullover oscuro que se ciñe a su torso. Tras las copas acaban en un hotelucho de la Rambla. La habitación parece la escena de un noir erótico de serie B. Ventilador de techo, lámpara de pie con luz roja, minibar con todo tipo de licores y cama de agua con diferentes vibraciones (ambos sonríen). El sonido bucólico de una máquina de discos con el tema I just wanna make love to you de Etta James inunda la alcoba. Él, piensa en el burdel de Twin Peaks. Ella en Fuego en el Cuerpo: es Kathleen Turner. El calor es sofocante. Sus hechuras comienzan a transpiran en exceso; el ritmo cardiaco se acelera. Ivonne se lanza sobre Stelios. No le sorprende que su miembro sea bondadoso y enérgico. Convertidos en fieras: el coito es frenético. Superado el primer round, Ivonne se enciende un pitillo y se gira hacia Stelios (están recostados de medio lado). Cubre su rostro con los círculos de humo que exhala poco a poco. Sobran las palabras: ambos quieren más.

Iv: Te veo animado… (Termina por decir.)

Stel: Me pones como una moto (sugiere el verraco deslizando los dedos por sus hombros, dubitativo.)

Iv: ¿Alguna petición especial? (insinúa con sensualidad.)

Stel: Ya que preguntas… (Pausa)

Iv: Estoy aquí para complacerte. Pide por esa boquita… (Acaba por decir mojando sus labios con la lengua a la par que acaricia los de su amante.)

Stel: Ya que te salen tan bien esas posturitas imposibles…

Iv: ¿Si…?

Stel: Sobre todo ésa en la que te abres de piernas… (Juega con su cabello.)

Iv: Se llama spagat (ratifica, introduciendo la mano entre las sábanas y comprobando que su piloto es automático. Ríe traviesa.)

Stel: Como se llame…  Tú me has entendido, ¿verdad?

Iv: Por supuesto capitán…

Stel: Desde que te vi hacerlo sólo pienso en lo mismo: si te pones de pie, ¿podrías cogerte una pierna mientras…? (Hace un ademán más que significativo balanceando su pelvis.)

Iv (sonríe maliciosa y termina de dar la última calada a su Morell. Lo apaga en el cenicero de la mesilla, se levanta): Así cariño (le dice azucarada mientras se coge el tobillo y eleva la pierna hasta su rostro). Stelios pega un salto y la aprisiona contra el armario.

Stel: Repítela ahora (le ruega. Su miembro erecto: una barra de forja candente, esperando la maniobra.)

Iv: ¡Shitt! ¡Espera!

Stel: ¿Por qué? ¿No tienes ganas?

Iv: Antes, ¡págame!

Stel: ¿Qué?...

IV: ¡Vamos a ver, guapito! Estás muy bueno. Pero no eres el rey de la selva. ¡Listillo!

Stel: ¿No entiendo? No serás una pu… (Ivonne corta la frase.)

Iv: Llámame cómo quieras: prostituta, mujer de la calle o el puto bla, bla, bla…

Crecido va a sestarle un directo. Ivonne lo deja helado; está maquillándose en el espejo de la cómoda.

Iv: ¡Mira ricura, tenemos espejito mágico! (dice dibujando un corazón en la luna con el labial) Al otro lado está mi chulo filmando con una cámara. ¿Quieres más? ¡Paga!

Stel: ¡Puta de los cojones! (Contiene su ira rebotando su puño contra la palma opuesta.)

Iv: ¡Gilipollas! Sabemos que estás felizmente casado y que eres padre de dos niños monísimos. Claro que pagarás… de lo contrario, tu churri sabrá lo hijo de puta que eres.

Ivonne se desternilla viendo cómo cuenta el dinero de su billetera: su tesoro. Stelios reconvertido en el mismísimo Gollum de Tolkien.

 


El club del ganchillo

 

 

La aguja entra y sale

en el ovillo

la mujer satisfecha ríe

hoy y mañana

 

Bárbara era una joven espectacular. Veintidós años, pelirroja natural, ojos índigos. Hoyuelo surcando el mentón, lunar sobre la parte derecha de la boca, y curvas tan insinuantes como Marilyn Monroe, en La tentación vive arriba. Desde los dieciséis, estaba envuelta en una nube simbiótica que no llegaba a comprender. Sabía que era el centro de atención de todo macho con la testosterona pletórica. Pero a ella la habían educado con vara dura y no estaba por la labor de dejarse manosear.

Quizás, que su padrino le hubiera dicho una tarde de primavera –cuando comprobó sus atributos con un hot pants que dejaba entrever la parte inferior de los cachetes perfectos de sus nalgas y top enseñando el ombligo piercigneado—, que podía tontear con los chicos, siempre de cintura para arriba, por supuesto. El resto de su hechura era un templo; y sus partes púdicas, el Sanctum Sanctorum del mismísimo tabernáculo israelita. Inviolable hasta pasar por el altar. Le habían conferido un carácter de Lolita espabilada que soliviantaba sin dar. O sea, una calientabraguetas.

Y tanto fue el cántaro a la fuente, que un día explotó. Caminaba la criatura por unas manzanas de edificios algo solitarias. Una tarde bochornosa, con sus carnes prietas y sus balanceos pélvicos; dispensando ese aroma a fémina sudorosa de piel brillante y labios jugosos. Cuando un desalmado la atacó. Pero había nacido con buena estrella. No se convirtió en una víctima como muchos agoreros preconizarían en situaciones similares. Sino en la esposa del comisario (cuarentón largo, deportista acérrimo y perfecto sobrero), que paseaba por los arrabales con su bicicleta. Claro, ejerció su autoridad y se hizo cargo del caso. Una cosa, llevó a la otra.

El discurso de su parentela, cambió rotundamente: “Querida, ahora serás la esposa de un jefazo de la Policía Nacional. Tienes que cumplir con todo lo que te diga. Qué quiere tus servicios maritales antes de trabajar: se los das. Cuando llegue del trabajo: lo mismo. Siempre sonriente y complaciente. Que D. Enrique está enamorado y tiene mucho dinero. Vivirás como una reina”—le dijeron.

Bárbara probó el manjar y no quiso soltarlo. Cada día le pedía más. Unos meses más tarde, dio a luz a un bebé rollizo que ella misma amamantó. Once meses después, a la niña de la casa. Y al año siguiente, a los mellizos de cabello zanahoria. El jefazo estaba harto de lloriqueos infantiles y pañales. Cambió de parecer: ni la tocaba. Su dulce esposa era una verdadera conejita. Volvió con los amigotes, el fútbol, y las pistolas. La moza exultante, entró en una fase depresiva. Pese a ello, ni a la madre ni a los retoños, les faltaba de nada; el dinero bullía a tutiplén. D. Enrique, en un alarde de generosidad, habló con ella:

—Barbi, tienes que ir al Club del ganchillo —le dijo en tono cariñoso.

—Enrique, ya sabes que no me van los temitas de marujas. Ni las ropas de señora o las esposas de tus compañeros. Todavía soy muy joven —protestó malhumorada.

—Este club es muy diferente... Hablan, cosen, tejen, leen novelas para mujeres... Estás demasiado sola. Allí, harás buenas amigas. Ya lo verás —Barbi torció el morro.

Cuando Joan —la esposa del Inspector Jefe— le suplicó que fuera al dichoso club, no pudo rechazar la invitación. Sin embargo, una vez tomó la aguja nunca la dejó.

—Querida, siéntate. Te presentaré a las chicas... —le dijo, Joan, cuando entraron en el salón del pisito. Bárbara obedeció.

—Como tú digas —contestó.

—Ahora, abre ligeramente las piernas —Barbi puso cara de sorpresa. Pero las abrió.

—¡Perfecto!... —susurró Joan guiñándole un ojo.

Bárbara seguía las instrucciones de su amiga entre agujas y ovillos de lana. La sugerente posición, dejaba entrever las medias sujetas a una braguita vintage con ligueros en tonos marfil. Todo muy virginal. La chica comenzaba a aburrirse, cuando sonó una campanita:

—Queridas, hora de la merienda —indicó Joan, alegre.

—Estupendo —aplaudió Marlen, otra de las esposas.

Tomaron té con pastas y después prosiguieron sus labores... Sólo que esta vez, una de las congregadas descalzaba a Barbi con suavidad. Acariciaba sus pantorrillas y sus muslos hasta llegar al borde de las medias. Las deslizaba lentamente, a la par que una pluma acariciaba sus carnes turgentes. El bello del cuerpo se erizó. Hizo un ademán de cerrarlas. Pero Joan, tomó su rostro y la miró, relamiéndose los labios:

—Cielo, te gustará. Sabemos lo que necesitas. Estar casada con un poli, es muy duro. Nunca están cuando los necesitas. Se aficionan a las armas, a la del cuello largo y a las putas, que no les cobran con tal de seguir ejerciendo el oficio más antiguo de la historia. Y a nosotras, ¡qué nos zurzan! Pues eso hacemos.

—Joan, no sé si quiero... —dijo Barbi, al notar que toda ella se humedecía.

—Ten un poquito de paciencia. Luego, me lo cuentas —contestó Joan rozando su esbelta nuca con las uñas de porcelana.

Bárbara continuó sacando y metiendo el ganchillo entre el algodón esponjoso que tejía. Obviando la melena elástica y azabache de Marlen, que se alojaba entre sus piernas y mordisqueaba sus braguitas. Lamía los pliegues de sus ingles e introducía la lengua en esa oquedad juvenal sedienta de un buen instrumento. Y siguió hilando cuando las convulsiones vulvares fueron más que evidentes. Emitió unos sonoros chillidos empapada en sudor. Oteó la sala y vio, que en cada butaca había una mujer ovillando —perniabierta— y otra arrodillada; enrolada entre las faldas. Jadeantes. Después, las posiciones cambiaron... Al acabar la velada, el rostro de Bárbara resplandecía:

—Joan, nunca hubiera imaginado que hacer ganchillo se me daría tan bien —dijo con la boca empapada de flujo vaginal.

—Barbi, esto es tan atractivo como el mítico Círculo de costura hollywoodiense —contestó Joan.

—¿Eh???...  —protestó Bárbara, ajena a sus palabras.

—Preciosa, El círculo de costura era un lugar frecuentado por las estrellas más famosas del celuloide. Todas lesbianas o bisexuales en petit comité... —contestó Joan, antes de pellizcar su trasero.

Barbi pegó un saltito. Los hocicos se unieron, acuosos. Sus lenguas se encontraron en la profundidad espumosa. Barbi volvió a casa feliz. El comisario no preguntó.


El conductor

 

Vehículos y carreteras

cafés y pica piedras

el mundo es un pañuelo

buscas lo que encuentras

 

Magdalena está preparada para ir a pasar unos días con su madre. Hace unos meses que se ha quedado sin trabajo y tiene la moral por los suelos. A la postre, ha descubierto que su esposo se la pega con otras... Lleva años sospechándolo. Hogaño, con tiempo libre, se ha cerciorado. No es la primera vez que descubre manchas de carmín en su ropa. Cuando le preguntaba, Jesús, siempre le contestaba lo mismo: “cariño he ido a ver nuestra pequeña —una veinteañera emancipada—, ya sabes que es muy besucona…”. Con las horas de asueto hace sus cábalas. En la perfumería, le dicen el color exacto del labial. Marcha a casa de su hija y, ¡zas! La niña nunca ha utilizado el tono “rojo coral” de Astor. Siempre ha pensado que los humanos, como el resto de mamíferos, son polígamos. Sin embargo, las mujeres —por lo general— llevan la cornamenta. Piensa que las de su género, saben aguantar el temporal y los sudores de la entrepierna. Los machos, no. Con este panorama, sólo le falta descubrir si tiene pilinguis o se va de putas. Está a punto de contratar a un detective. En el último instante, se arrepiente.

—Mira, lo he decidido. Desde que el médico me dio botica, estoy feliz y a gusto con mis protuberancias (se toca la cabeza para ver si las astas son demasiado exageradas. Le entra la risa). Qué Jesús haga lo que le dé la gana. Una, se va con mamá —le cuenta a su amiga Dolores por teléfono. 

—¡Muy buena idea, querida amiga! Ve a pasar unos días con tu mami; te sentarán bien —insinúa Dolores a través del auricular.

—No Dolores. No me voy para unos días; me voy para unos meses… Volveré cuando haga calor.

—Y me dejas sola. ¡Qué mala eres!

—¡Estoy harta de mi marido! Qué se quede de Rodríguez todo el invierno. Ya se acordará de mí cuando haga frío… —sentencia Magdalena.

Camino de Almagro —donde vive su progenitora—, Magdalena canturrea. Está escuchando a Camarón. Se engancha en una estrofa y le sale la risa floja; su acompañante perpetua desde que toma Prozac. Seguido, necesita orinar. ¡Mierda, qué me meo! Hasta dentro de cincuenta kilómetros no hay un área de servicio. ¿Qué hago? Tengo que parar por narices —parlotea consigo misma con es gracejo inmenso de las castellanas manchegas; todas ellas Dulcineas del Toboso—. Minutos más tarde, aparca en el arcén y se pone en cuclillas entre unos matojos. El potorro al aire y el rostro extasiado cuando sale el chorro. La mismísima Santa Teresa en uno de sus trances. ¡Piii!!! ¡Piii!!! Un ensordecedor claxon, hace que mire hacia la carretera. Justo, pasa un tráiler. Desde la ventana, el copiloto le vocea:

—¡Quién fuera hierba para acariciar tus bajos! ¡Guapa!

—¡Ay Dios! ¡Ay Dios! —repite (persignándose en la frente, en la boca y en el pecho) con el culo al aire y subiéndose los pantalones como puede.

El camión se esfuma en el horizonte. Magdalena vuelve a su Ford, roja como una fresa madura.

—¡La madre que lo parió! —sermonea—. Si llega unos segundos antes, me corta la meada.

Al decir estas palabras, se percata de algo inusual: está húmeda. La lívido por los aires…

—¡Madre mía! Me he puesto como una moto. Si me ve la ginecóloga me dice que, de óvulos lubricantes, nada. ¡Estoy hecha una jabata! —se alaba.

Emprende la marcha, más feliz que unas castañuelas. Enciende el DVD y cambia de artista. Toca algo más sexy; unos R&B de su hija. La música hace que la carretera se le antoje diferente. Se apea en el Área de servicio para llenar el depósito. Baja, carga el tanque con gasolina sin plomo y vuelve a subir. Cuando pasa por la zona de vehículos pesados, ve el camión del mulato que le ha piropeado.

—Paro y veo como está de cerca. Pero, ¿dónde vas Alfonso XII? Si tienes más años que Matusalén —se dice a sí misma, mientras repasa sus labios en el retrovisor.

No puede evitarlo. Para el motor del vehículo y va la cafetería. Está vacía. Entra con su melena negra, cantoneándose. Sara Montiel en plena madurez. En la barra, el oscurito con otro bizcochito, de la edad de su vástiga.

—¡Joder! Si los dos están de rechupete. Unos ciervos para mojar —murmura por lo bajini.

Se acerca a la barra y le dice a la camarera:

—Ponme lo que estén tomando los chicos. Pago la ronda.

Media hora después, entra en una habitación del Motel con el cuarterón de uno noventa. Se siente como la Basinger en Una mujer difícil o quizás la Dunaway En los brazos de la mujer madura. Recapacitado el asunto, resuelve que si los hombres se lo pueden montar con jovencitas; las mujeres se pueden calzar a polluelos. En la suite sin estrellas, se desviste a lo leona. Poniéndose a cuatro patas sobre la cama. ¡Gr…!!! Gruñe con sus zarpas de gel. El camionero, se quita la ropa despacio… Cuando termina, la exuberante felina, es una gatita que quiere huir.

—¡Qué pasa! ¿No te gusto? —le pregunta el joven; ciclado como una tableta de chocolate puro.

—No hijo, no. ¿Cómo no me vas a gustar? Eres una estatua de ébano.

—¿Qué? ¿Qué?

—Nada, nada… Que estás muy bien dotado. Demasiado. No estaba preparada para esto.

El chico no le hace caso, la tumba; le abre las piernas con sus musculados brazos. Ronronea por su pubis y le desabrocha el body de encaje negro, que tanto estiliza su figura, con la boca. Juguetea con todo lo que atisba su lengua, larga y dúctil. María tiene un orgasmo. Tal cual, se la carga el torso, la apoya contra la pared y la penetra hasta la garganta. Ella gime de placer. Chilla como una endemoniada. Un segundo orgasmo hace que su cuerpo experimente una ola de sacudidas perpetuas. En uno de los brutales movimientos, se percata que el conductor —rubio y con ojos almendrados— está sentado. Desnudo, masturbándose.

—Oye, que tu compañero ha entrado —le suelta al negraco.

—Tranquila —contesta el Apolo tostado que la mantiene en el Nirvana.

Su fantasía la lleva a otro film del que no recuerda el nombre. Sólo sabe que la chica se convierte en un sándwich. Uno por delante y otro por detrás. Se relame, pensándolo… El rubiales se acerca. Magdalena está convencida, que, en breve, se convertirá en un bocadillo. De repente, alucina. El nibelungo arremete al mandinga. Forman un trenecito. La pared, ella, el mestizo y el caucásico. El affaire de Magdalena es un regalo del cielo. Pese a tener familia y amigos, muchos. Quizás, demasiados. Es la imagen perfecta de la soledad.








El tercer sexo

 

Las apariencias engañan

—ya lo dice el refrán—

cuidado con la entrepierna

te puede cazar

 

Karol acababa de llegar al gym. Era asidua del bike de las 14:30h. Se desahogaba un buen rato antes de comer. Después, volvía al trabajo. Tras cambiarse fue a hacer un pipirrún. Al salir del WC tropezó con una chica. El contacto fue mínimo. Pero el olor a almizcle que desprendía la pava, enloqueció sus sentidos. Habían coincidido muchas veces. Jamás habían hablado.

―Disculpa, soy muy torpe ―dijo.

―Tranquila, no pasa nada ―contestó la chica.

Ambas sonrieron y marcharon a su rollo… La clase de bike fue magistral. La música ochentera estaba a toda pastilla. Entre subidas y bajadas un orgasmo eclosionó en sus entrañas como si fuera el Cantábrico en invierno. Y su vulva, una esponja absorbiendo las abruptas aguas. Al salir de clase, su rostro resplandecía. Tras una ducha tonificante, comenzó a embadurnarse de body milk, canturreando. Una pierna sobre el banco mientras masajeaba sus muslos. A su lado, los exultantes pechos de la muchacha con la que había tropezado.  Los más hermosos que ha visto. La beldad la miró sonriendo.

―Hola, me llamo Nerea. ¿Y tú? ―preguntó.

―Karol ―contestó sin dejar de mirar sus redondeces.

Nerea le dio dos sonoros besos en las mejillas.

―Me alegra hablar contigo ―susurró.

―Perdona la intromisión. ¿Puedo hacerte una pregunta íntima?… ―insinuó Karol.

―Si mujer, hace mucho que nos conocemos. Por lo menos de vista… ―comentó Nerea.

― ¿Quién te las has hecho? ―sugirió Karol mirando abobada sus pechos.

Nerea río a carcajada limpia tapándose la boca. Pero contestó sin cabrearse lo más mínimo.

― ¡Que directa eres! Llevo prótesis de suero fisiológico para que queden naturales. Me las hizo la Dra. Llorca de Corporación Dermoestética.

―Cuando tenga dinero me hago unas iguales, ¡son preciosas!

Salieron del gimnasio charlando. Coincidencias, Nerea vivía cerca del curro de Karol.

―Si te conformas con una pizza, te invito a comer ―propuso.

―Ok. Todavía me queda una hora libre ―contestó ella.

Nerea vivía en el ático. Tenían nueve pisos por delante. Pero en el quinto pulsó el stop y se tiró sobre Karol.

― ¡Qué ganas tenía de mordisquear ese lunar tan provocativo que tienes en la comisura de tu boca! ―soltó babeando.

―Oye, ¡qué no soy lesbiana! ―contestó Karol.

―Yo tampoco.

― ¿Seguro?...

Nerea cogió la mano de Karol y se la acercó a la entrepierna. La sorpresa fue mayúscula. Una enorme protuberancia se ocultaba bajo su falda como un fusil a punto de disparar.

―No me lo puedo creer ―sugirió Karol, alucinada.

― ¿A ver qué opinas ahora? ―Nerea se subió la mini y mostró su falo.

Karol lo mimó. El sexo gozó y el esperma refrescó su rostro. Seguido, Nerea buceó entre los pliegues de su vulva hasta encontrar el botón mágico, oprimiéndolo. Sus entrañas palpitaron. Saciadas de erotismo. Llegaron al apartamento. Nerea, gata vieja, comprendió que a Karol le rondaba algo por la cabeza...

― ¿Alguna duda? ―preguntó.

― ¿Qué eres, un travesti, un transexual en vías de cambio…?

―Soy un hombre que quiso ser mujer. Cuando te vi en el gimnasio, decidí no seguir adelante. Las casualidades no existen.

― ¿Nadie te ha descubierto en el vestuario femenino?

―Siempre me aseo en casa. Allí sólo luzco mis pechugas.

―Eres guapísima y tu voz es femenina.

―Llevo muchos años invertidos… Pero he dejado de tomar hormonas. Dentro de poco, mi timbre será grave y mi piel rugosa. No sé qué haré con este busto ―lo estrujó.

―O sea, que eres algo así como “el tercer sexo”.

―Más o menos…

―Pues seremos una pareja de lo más moderna ―dijo Karol antes de besarla.

Se enrollaron como dos lapas y volvieron a amarse.

 



Juegos ardientes

 

 

Una mujer joven

atrevida y coqueta

envuelta en su traje de luces

 con su maleta a cuestas

 

Vero acaba de romper con su novio y está hecha polvo. Camina por las calles de Madrid con paso lento, pensamientos vagos y ojos entristecidos. Ha quedado en una cafetería con su amiga Cris. Cuando se encuentran, Vero, literalmente se echa encima de Cris llorando a moco tendido…

―Me ha destrozado el corazón. Llegué a casa y José estaba con otra en la cama ―dice entrecortada.

―Cariño, los hombres son infieles ―insinúa Cris.

―Quiero morirme ―gime en los brazos de su amiga.

― ¡No digas tonterías! Te ayudaré a superarlo…

― ¿Cómo?...

―Haciéndote usuaria de la red erótica Babilonia. Lo llevo pensando desde que me lo dijiste…

― ¿De qué vas?...

―De amiga que te quiere ayudar. Nada más.

Vero patalea como una niña pequeña; no tiene ni idea a qué se refiere Cris. Minutos después, se replantea la propuesta.

―Cris, ¿exactamente qué es esa red?

―Sencillo: es una red de contactos eróticos.

― ¿Y cómo funciona?

―Introduciendo tus datos en su página Web y buscándote un alias con el que poder jugar.

― ¿Jugar?...

―Sí. Cada socio se monta su propia fantasía. Quiero decir, que una vez estés dada de alta, metes tu apodo y salen unos desplegables con diferentes opciones. Tú cliqueas la que te apetece…

―Es provocativo... Apetecible. ¿A ti cómo te va?

― ¡Estupendamente!

―Pues… ¡A qué esperas! ¡Hazme seguidora, ya!

― ¡Así me gusta! Tendrás sexo por un tubo y olvidarás a José.

Cris abre su portátil e introduce los datos de Vero con el alias de Sugar Baby. En unos instantes, aparece un mensaje de bienvenida: “Buenas tarde Sugar Baby. Gracias por confiar en nosotros; nos gusta mucho el nombre que has elegido. Vamos a prepararte una fiesta de bienvenida magnífica. Mañana a las 19:30h, te esperamos en el hotel Urban 5* GL. En recepción pregunta por la suite de Ébano Somalí. Deberás acudir con un chaquetón de piel y ropa interior”. Cris le comenta que el primer encuentro será un trío calentito. Vero hace una mueca.

― ¿Y cómo lo sabes? ―pregunta Vero levantando una ceja.

―Porque llevo mucho tiempo utilizando Babilonia y he descubierto que las fiestas de bienvenidas son una especie de bautismo iniciático con dos compañeros o una pareja…

―¿?...  ―Vero se queda pensativa.

―Son las reglas de Babilonia… o pasas por el aro o no te aceptan. El bautizo erótico siempre es un menáge à trois.

―El mero hecho de estar con dos personas a la vez, me excita. Pero es un poco fuerte… Así, sin conocerlos ―comenta Vero.

―Es la regla principal del juego. Las demás, las descubrirás poco a poco… Pero te adelanto, que el resto, son mayoritariamente prescindibles: ésta, no. Tienes un día para pensártelo. Si te arrepientes, no vayas ―responde Cris.

― ¿Qué haría sin ti? ―se enrollan como una madeja de lana y se despiden.

Vero pasa toda la noche deliberando consigo mismo. Por fin, decide aceptar el reto. Horas después, se arregla tal como le han dicho y marcha a la cita. En la suite del hotel, la reciben dos portentosos afroamericanos desnudos. Están sentados sobre un hermoso lecho.

―Hola Sugar Baby. Nos agrada tenerte entre nosotros ―dice uno.

Sugar Baby, piensa que el gusto es suyo; los chorbos, ¡están buenísimos!

― ¿Ébano?... ―pregunta al más oscuro.

― ¡Acertaste! Él es Ébano y yo Somalí ―contesta el compañero.

Sobran las palabras. Ébano se levanta y le quita el abrigo, despacio; acariciando su piel. Sugar Baby se queda con un bustier de encaje negro y un tanga a juego. El chico le da una palmada en el trasero; una pequeña vibración magnética lo balancea ligeramente. El tatuaje de una preciosa enredadera azabache, que asciende desde el tobillo izquierdo hasta sus nalgas, realza la blancura de su piel. Lleva la melena caoba suelta. Es una mujer joven y hermosa. Sus amantes, perfectos adonis embelesados con su fino talle, sus pechos redondos y sus bellas posaderas. Ébano, olisquea su perfume. Moja sus dedos con saliva y directo, acaricia su vulva. Agasaja sus labios externos y masajea su clítoris. Sugar Baby está llegando al Nirvana. Tiene su primer orgasmo. Pero necesita más…  Coge el enérgico pene azabache y lo acerca a su vagina. Se lo introduce, despacio. Somalí, observa la escena amasando su falo. Sugar Baby lo reclama…

―Ven, te necesito... ―indica con la mano.

Somalí se acerca por detrás. Besa su nunca y fricciona su miembro por los hermosos glúteos de Sugar Baby: están prietos como una condenada estatua. Pero él los acaricia, los relaja… deja resbalar sus labios por la espalda y lame sus preciadas nalgas hasta dejarlas como una masa de pan blando. Entonces, la penetra analmente; lentamente con el ritmo de un taladro subyugado a sus necesidades. Saboreando cada milímetro de su inmaculado y jugoso interior. Sugar Baby aprisiona a Ébano con sus brazos. Gira la cabeza y besa a Somalí; sus lenguas se encuentran en la profundidad cálida y húmeda. El armonioso trío es una máquina sexual perfecta. La joven se siente como un delicioso sándwich de nata entre unas buenas rebanadas de pan alemán. Desconocía que su faceta erótica fuera tan apasionada. Ha descubierto que le gusta mucho jugar. Ébano y Somalí, son una pareja entrenada para dar placer a las mujeres.

Cuando llega a casa escribe el encuentro en su diario. Al día siguiente, descubre un nuevo mensaje de la red erótica Babilonia. Es el contrato. Desde ese momento podrá participar en todos los juegos eróticos que sea capaz imaginar. Llama a su amiga Cris para contárselo y preguntarle algunas dudas…

― ¡Me han aceptado! ―canturrea.

― ¡Estás entusiasmada! No te convertirás en ninfómana, ¿verdad?

―Tranquila.

―Oye Cris, si surge, puedo tener sexo fuera de la red, ¿verdad?

― ¡Por supuesto!

― ¡Guay! Esta noche voy a la discoteca… igual pillo cacho.

―Puedes follar con quien te dé la gana y utilizar la red cuando te pique el “chichi”. Tu compromiso es guardar la confidencialidad de los encuentros y la identidad de tus amantes.

―Ok.

― ¡Ah! Se me olvidaba, Babilonia te enviará diversos kits eróticos e invitaciones para diferentes eventos. No estás obligada a aceptarlas.

― ¡Mola! Nos vemos en la disco.

―Hasta luego Sugar Baby ―ambas sonríen.

Horas más tarde, Vero entra la discoteca Kapital de la calle Atocha. Se queda en la primera planta, ¡le chifla la música house! Los gogos están descansando; se sube a bailar en una de las plataformas. Desde lo alto se cree la reina del lugar, como si todos los machitos alfa la estuvieran mirando. Piensa que lleva un cártel colgando en el que pone: “acabo de romper con mi novio. Estoy libre y quiero follar”. Se parte la caja. Dos horas más tarde, ha bebido unos cubatas de más; necesita ir al WC. Está de pie sobre la taza, escuchando ese sonido triunfal que sucumbe entre sus muslos convertido en una lluvia dorada y cálida. Asoma la cabeza entre sus piernas y huele su sexo a hembra en celo. Toquetea sus labios externos. Habla con ellos:

―Tranquilos; en media hora tenéis una polla dentro ―les dice juguetona.

Sale recordando la noche anterior y se pone cachonda. Se pide otra copa. En medio de la pista, avista a un potro de piel nívea y ojos acuosos. Un nibelungo de pura cepa. Lo mira con ojos dulzones que dicen: “¡cómeme, cómeme!”. Ronronea como una gatita, deslizando las yemas de sus dedos por el borde del estilizado vaso.

―Nena, me estás poniendo como una moto ―le dice, el rubiales con un peculiar acento nórdico.

― ¿No me digas?... ―contesta repasando el contorno de sus labios con la lengua.

El rubio la coge con fuerza y le da un suculento morreo: las lenguas trenzadas en el interior lujurioso. Excitados.

― ¡Quiero hacerte mía, nenita! ―le sugiere, lamiendo el lóbulo de su oreja.

―Te necesito dentro, vikingo.

Vero, lleva dos piezas de satén color hielo con estampado disperso. Falda mini con vuelo un palmo por debajo del pubis, y top palabra de honor. Bajo una cazadora de cuero negra de Stradivarius; le sienta genial. El caucásico, pasa una mano por debajo de la falda acaricia el encaje de su tanga. Vero gotea. Lo arrastra a las toilettes. Cierra la puerta de un taconazo. Lo aprisiona contra la mampara y palpa su sexo, ¡es brutal! 

― ¡Cómo me pones, muñeca! ―dice el verraco, magreando su trasero.

―No hables ―sugiere ella.

Empuja al espécimen hasta dejarlo sentando sobre la tapa del inodoro. Se quita la braguita y se la pasa por delante de los morros. Él la olfatea y se toca la entrepierna. Se desabrocha la bragueta. Un ídolo nítido con boca de pez rosado, asoma por arriba de su bóxer.

―Stop! Tigre. Antes quiero un cunnilingus ―ordena Vero.

Se levanta la mini y abre las piernas. El esclavo sexual bebe la incontinencia de sus labios externos, abiertos como una flor que separa sus pétalos ante el astro que consume su secreción. Vero grita cuando llega al orgasmo. Arañando las contracciones de su vientre. Minutos después, se sienta mirando al jaco. Palpando el sudor de su rostro. Encara el pene en su íntima hendidura y se lo introduce hasta la garganta. El amante masajea su espalda y lame las redondeces que asoman por arriba del bustier. Bailan al ritmo de un R&B sureño repleto de sensualidad hasta que jadean, empapados en el éxtasis. Es la primera vez que prueba la ambrosia suculenta de un semental nórdico, que, además, la idolatra como a una deidad del mismísimo Asgard. Vero tiene otro orgasmo. Antes de la eyaculación, Vero, se aparta. Sabe que el sexo sin preservativos es de alto riesgo. No ha podido evitarlo; por lo menos el semen no ha salpicado su interior.

― ¿Cómo te llamas? Yo… ―Vero no le deja hablar.

―No quiero saberlo.

El portentoso sapiens, no es tonto; sale del WC sin mediar palabra. Vero retoca su maquillaje. Regresa de madrugada a casa. Se derrumba sobre la cama e ipso facto, duerme como un angelito. La boca afresada, redonda; entreabierta. Esperando que Morfeo le depare unos sueños maravillosos. Despierta pasado el mediodía. La humedad de su sexo habla a gritos. Es un mar de olas suaves y bravas que le ahogan. Aspira el olor almizclado de un goce salado oscuro. Estira su cuerpo en busca de una reconfortante ducha. Impoluta, se viste con un chándal de Decathlon en tonos grises y turquesas. Está muy favorecida. Pasa la tarde mirando fotos, apoltronada en la cheslón.

La semana pasa volando como una brisa glacial en la que ha tenido más trabajo que de costumbre. El viernes necesita un respiro. No obstante, está caliente. Respira sensualmente, con los parpados cerrados y las fosas nasales abiertas; oliendo los efluvios viscerales de sus pliegues vulvares. Lo que le recuerda que ha recibido un paquete de la red erótica Babilonia con los accesorios de bienvenida. El envío contiene un programa informático; una WIFI para la TV y un kit erótico unisex. Coloca la aparatología y abre los artilugios gozadores. Al sacarlos, se muere de risa: un pene con ventosa súper realístico, lubricante wáter glide sabor cherry, una vagina en lata fleshligth, un fetish seductions.

― ¡Surtidito a más no poder! ―habla consigo misma―. ¿Para qué los quiero si tengo todas las vergas que me apetezcan? ¡Uy! ¡Me pica la curiosidad! ¿Qué sentirán los tíos con este artefacto? ―dice mirando la vagina enlatada.

Ni corta ni perezosa mete los dedos en la hendidura. Los mueve, captando y abandonando esa cavidad esponjosa. La sensación le agrada. Siente cómo su interior humedece.

―Mejor lo dejo. Ceno y miro la TV ―sigue con su particular memento.

 A los pocos minutos, le entra un hambre voraz; llama a Telepizza y pide una Pizza Bacon Cheeseburguer: es una carnívora nata. Enciende el canal Fox. Están reponiendo la primera temporada de True Blood. Se acomoda engullendo la suculenta masa repleta de jugosos ingredientes que acaban de traerle. El queso resbala por sus voluptuosos labios mientras mira abobada al atractivo vampiro Eric Northman. Está en una tarima del club Fangtasia. Sentado en un trono de piel de toro y vestido de negro riguroso.

―Pero, ¡qué bueno está el mamón! ―prosigue con su soliloquio―. Estoy más húmeda que cuando me trajino a un chorbo ―dice relamiendo los restos de pizza―. Esto lo soluciono en un plis-plas: pruebo el programa cibererótico gentileza de mi querida red Babilonia y compruebo si funciona o es un timo.

Dicho y hecho. Abre el ordenador, busca la página de la red erótica Babilonia en favoritos. Inmediato, introduce sus datos y teclea la opción virtual. El desplegable le indica que pulse el canal 69 del televisor. Al hacerlo sale una pantalla que actualiza datos y se auto sincroniza con la computadora. Pone el nombre de la serie colmillera True Blood, y el del actor que personifica al vampiro Eric Northman: Alexander Skargärd, en el casillero que aparece. Al instante, emerge en su LC, la entrada de Fangtasia ―garito que regenta susodicho personaje―. Sookie Stackhouse (figura seráfica del serial) entra en el umbral vampírico. Cuando se gira descubre que aquella figura tiene su rostro.

― ¡Hostia puta! ―suelta de golpe al verse en la pantalla.

Está más cachonda que una leona enfurecida. Eric Northman la reclama. Ella pasea por la obscuridad del antro y las miradas antropófagas de los chupasangres, directa hacia el jefe. Frente a él, los otros personajes desaparecen y ella le baila un sensual privée en el tubular de la stripper. El mero hecho de verse junto a su ídolo televisivo hace que su cuerpo tiemble, sude y se crispe. Vero comienza a desvestirse y trasmuta en Sugar Baby. Sus turgentes pezones ribetean el tejido de la camiseta. Acaricia su carnoso monte de Venus por encima de las minúsculas braguitas: está hinchado. Se las baja y se masturba. La yema de un dedo sobre el tronco del clítoris, efectuando un movimiento circular. Otro apéndice en su cavidad jugosa. Oprime sus piernas. Los músculos de su abdomen experimentan convulsiones, cuando llega al orgasmo. En la pantalla, Eric Northman clava su hipnótica mirada en la suya. Muerde el cuello de su holograma; se alimenta de su sangre. El placer del sufrimiento. Después, le sube el vestido y la empala con su vivificante glande. Un hilillo viscoso sale de sus afrodisiacos labios. Sugar Baby saborea los fluidos entremezclados de su hechura. Sin pensárselo dos veces, se introduce el pene súper realístico del kit erótico, en su dilatada hendidura y vuelve a estremecerse. Se siente como un entrecot a la pimienta devorado por el salvaje y atrayente Drácula. Acaba de descubrir que los kits eróticos de Babilonia, son más que sugerentes.

Tras el placentero banquete con el vampiro Eric Northman, Vero pasa unos días más contenta que unas castañuelas. El sexo virtual le ha gustado muchísimo. Sabe que puede montárselo con cualquier celebrity.

El puente de la Constitución colapsa Madrid, y como no ha planeado ninguna espada, decide liberar dopamina en el gimnasio. El complejo deportivo se encuentra en el piso décimo de un megalítico bloque de apartamentos. Cuando sale del vestuario, sonríe. Está casi vacío; cuatro despistados como ella pululan por la sala de fitness. Comienza su rutina, y de repente, ve a Gabriel (el metrosexual del gym que trabaja de encargado en Zara). Bien, disfrutaremos de las vistas ―piensa―. El chico lleva una camiseta blanca de Climacool que realza su torso esculpido y sus excelentes bíceps. Cuando hace nominadas, el sexo de Vero babea. Los pezones endurecidos, siluetean su top pese a llevar un sujetador sport de alto impacto, reforzado. Ella aprieta los muslos y sigue mirándolo con los párpados entornados, cercana al éxtasis. Huele la testosterona de ese hombre que acrecienta sus apetitos carnales. Sus miradas se cruzan. La empatía es recíproca. Vero, que es muy gatuna, camina hacia esa pieza de carne de metro ochenta y pico, cabello azabache, ojos avellana y piel bronceada. Hace unos estiramientos en un pilar cercano para que la mire; camina con sus dedos por la superficie anaranjada y baja hasta el suelo. El Metrosexual clava la mirada en el letrero de sus braguitas ―al descubierto en tan sugerente postura―: “I want you sex”. Reza el elástico. Cuando Vero se levanta, lo ve observándola: sonriendo. Se acerca a él contoneándose.

― ¿Qué tal estás Gabi? ―le pregunta.

―Como siempre ―contesta él con una mueca tan azucarada que apetece darle bocados. Pero la cosa no llega a más…

Termina la rutina y se ducha; el agua cae sobre su cuerpo con la fuerza de una catarata salvaje. Vero piensa en las manos de Gabi enjabonándola. Coincidencias de la vida: bajan juntos en el ascensor. Cuando recogen las mochilas sus bocas se rozan en el aire ―la fragancia a hembra se esparce por el cubículo―. El macho la olfatea y mira a su presa con ojos de chacal.

― ¿Te apetece tomar algo? ―le pregunta con la típica arrogancia de los machos alfa.

―Bueno… ―contesta ella, remolona.

Tras diez minutos dando vueltas en busca de una mesa libre, deciden acercarse a casa de Gabi. En el vestíbulo del apartamento, el chico no le deja hablar. La toma en brazos y la lleva al dormitorio. Ella se desternilla cuando la lanza sobre la cama y comienza a desnudarla. Lo que hace que su sexo se hinche. El metrosexual lo intuye y acaricia la brasileña negra con pintas de colores y encaje al tono que lleva.

―Espera un momento, por favor. Déjame que te quite la ropa ―es la primera vez desde que rompió con su novio que Vero pide algo en el terreno erótico.

―Mmm… ―insinúa Gabi un tanto desconcertado.

―Quiero jugar un poquito, ¿me dejas? ―sugiere rozando su entrepierna.

―Soy todo tuyo ―contesta Gabi.

Vero lo desviste despacio. Mirando ese cuerpo hercúleo con el que ha soñado tantas veces. Quiere que los preámbulos sean una apetitosa golosina. Acaricia cada uno de sus músculos, lamiendo el contorno del tatuaje celta que cubre su hombro y baja hasta el abdomen. Exento de grasa y modelado como una tableta de chocolate con leche extrafino. Sigue amasando su torso pródigo, mientras baja hasta el bóxer con mimo. El sólido miembro azota sus labios. El mero hecho de rozar su hechura, hace que la carnosidad de su vulva se abra dilatada y sanguínea. Palpitante. El sudor resbala por los cuerpos sobrexcitados. Los fluidos internos de Vero se mezclan con los aromas externos. Emerge Sugar Baby: la femme fatale hipomaniaca.

―Don’t move, Gabi…  ―insinúa con los ojos brillantes.

―Tranquila…

Se levanta y busca en el armario. Saca dos corbatas y un pañuelo; cubre los ojos de su presa y ata sus muñecas al dorsal de la cama. Después, va a la cocina; coge varios cubitos de hielo. Gabi le espera maniatado y excitado. Sugar Baby coge los cubiletes helados y los desliza por su tronco. El amante tirita momentáneamente. Después, se agita. Vero prosigue el juego, arañando las piernas de Gabi mientras le baja el slip acompasadamente y rodea su manubrio. Es hermoso y tiene el tamaño idóneo: una banana edulcorada. Lo devora lentamente en la felación más vehemente que ha realizado hasta ese día. Los espectaculares cuádriceps del adonis vibrando bajo su clítoris. La miel de Gabi resbala por su boca. La fragancia a hembra y a macho lozanos se expande por la alcoba formando un cóctel de bestial sensualidad. Cuando Vero sale del apartamento, relame sus labios sibaritas en busca de las últimas gotas del jugoso manjar que ha paladeado. Están saladas como un canapé de Beluga.

Una vez en casa, Vero anota en su diario la sensual velada con Gabi y se propone no volver a utilizar la Red Erótica Babilonia durante unas semanas; necesita aclarar sus ideas. Se acerca la Navidad. Recordará a su ex y precisará estar cerca de sus amigos. Y acierta. En Nochevieja coge una cogorza bestial. Cris la acompaña a casa. Vomita la cena y se duerme como un lirón. Al despertar, su amiga le ha preparado un buen desayuno.

―Tía lo mío no es el alcohol ―dice Vero.

―Ya. Lo tuyo es follar y punto. Desde que estás out en la red, cada día bebes más ―le contesta Cris, torciendo el morro.

―Me gusta beber y follar, igual que a ti. ¿Pasa algo…?

―Bueno, yo no diría tanto… A ver si ahora vas a cabrearte conmigo ―insinúa Cris con las manos en alto para que su amiga se calme.

― ¡Tú me metiste en la red erótica Babilonia! ―recuerda Vero con dedo acusador.

―Vero. Cuando rompiste con tu novio estabas destrozada. Sólo te insinúe que te desmelenaras un poco. Pero te has enganchado al sexo como un bebé a la teta. Si no follas, bebes como un cosaco. Mejor lo primero, digo yo. ¿No? ―Cris levanta los hombros, esperando la respuesta.

―Tienes razón, querida amiga: mejor follar que beber. Ahora mismo me monto una fiestecita en Babilonia.

― ¡Estoy contigo! Sin embargo… ―Vero corta la frase.

― ¿Ahora qué pasa, Cris?

―Te iba a proponer una alternativa…

―A ver, ¿de qué se trata? ―pregunta Vero haciéndose un rulo en la melena para sujetársela con un palillo chino. Cris le lanza una almohada.

―Con que quieres jugar sucio, ¿eh? ―protesta Vero con los brazos en jarras antes de devolverle el envite.

La pelea se convierte en una batalla campal. Vuelan por los aires, ropa, comida, figuritas… Las dos muchachas terminan riendo a mandíbula suelta.

―Vero te quiero mucho ―le dice Cris.

―Yo también: eres mi mejor amiga. A ver, ¿qué ibas a proponerme? ¡Suéltalo de una vez!

Vero abraza a Cris. Y ella, como quien no quiere nada, roza los labios carnosos de su amiga. La inocente travesura, acaba en arrumacos.

― ¿Qué haces? ―pregunta Vero.

―Besarte. Esa era mi proposición.

―Pero, ¿qué coño te pasa, Cris? Me encanta que me besen. Pero no soy lesbiana… ―dice Vero.

―Lo sé. Déjate llevar: te gustará… ―le sugiere Cris con mirada lasciva.

Vero no contesta. Está sorprendida. Cris se le acerca, fricciona su boca y pasa la lengua por el borde pulposo. Sugar Baby lucha para salir del cuerpo de Vero. Pero se reprime.

―Sugar Baby, eres mi bollito caliente ―le susurra Cris lamiendo su esbelta nuca.

―Cris…

―Mi nombre en la red erótica Babilonia es Hembra Alfa. Siempre soy la dominadora y llevo la iniciativa.

―Creo que es un buen apodo... ―sugiere Vero arrastrando la voz, excitada.

Cris prosigue el juego. Sus bocas se solapan y sus lenguas se saludan en un baile erótico cálido, tierno. Cris/Hembra Alfa desliza sus manos por los brazos de Vero/Sugar Baby, sin despegar su boca; explorando las humedades interiores. El vello corporal de Sugar Baby, se eriza mientras Hembra Alfa sigue recorriendo su piel con esa delicadeza necesaria entre los amantes. Su vulva experimenta una pulsión interior constante e intensa: acaba de tener un orgasmo vaginal apoteósico. Hembra Alfa le desabrocha la chaqueta del pijama con una esmerada finura que la hace enloquecer. Sugar Baby la aprisiona y sobetea sus pechos redondos; prietos como balones perfectos. Empero, Hembra Alfa la frena.

―Calma princesa. No soy uno de tus Adonis con una buena manguera. Opero con los dedos de mis manos, la imaginación y algún que otro vibrador esporádico

―Sigue… ―suplica Sugar Baby.

Hembra Alfa acaricia sus propios senos. Sus pezones están afilados como espadas; rosados y tiernos como los de una doncella. Después, lame los de su amante. Succiona las cumbres para sacar su néctar. De Inmediato, se quita el suéter y da a mamar a Sugar Baby. Ella los masajea. Siguiendo su ritual amatorio, se desprenden de los pantalones y se masturban mutuamente. Hembra Alfa acaricia los labios externos, los internos y la hendidura de Sugar Baby. La alumna, imita a su maestra. Aprendiendo como una párvula con las primeras letras.  Prosiguiendo la litúrgica sensorial, Hembra Alfa saca un vibrador y se lo inyecta a Sugar Baby. Ambas jadean, satisfechas. Se duermen, abrazadas en posición fetal. Cuando Vero se despierta encuentra una gardenia blanca y una nota en la almohada contigua: “Sugar Baby, te amo”. Ella sonríe y sale al balcón. Ha descubierto que le gustan las ostras tanto como los percebes.

Una semana después, Cris y Vero viven juntas. Sin embargo, ambas siguen en la red erótica Babilonia. Saben que las relaciones abiertas son las más duraderas. Están juntas cuando Vero abre su Dell. Cris la guía por los diferentes casilleros que aparecen. Cuando surge la palabra limousine, le dice:

―Cliquea esa opción Vero. ¿No te apetece tener sexo en una limousine?

― ¿Lo has probado?

―Claro.

― ¡Vamos allá!

 Vero le da a la tecla. Emerge un desplegable con un mensaje: “Buenas tardes Sugar Baby. Mañana a las ocho de la tarde ve a la Puerta del Sol; te recogerá una limousine blanca. El propietario es El Supremo. Háblale con respeto y nunca le preguntes su nombre. Utiliza uno de los disfraces que te enviamos” ―Vero arquea una ceja y Cris, sonríe.

― ¡Te lo vas a pasar divino! ―insinúa Cris palpando sus piernas desde las rodillas hasta el pubis. Vero aparta la mano. Inevitablemente se ha excitado.

―Lo que tú digas. Pero no sigas con jueguecitos que me excito demasiado.

―Lo noto. Estás mojada.

Vero se levanta y danza para ella, insinuante como una stripper. Luego, se masturba mirándose al espejo. Acaricia sus pechos turgentes, las curvas de sus caderas y sus muslos, hasta llegar al tronco clitoriano. Cris la imita.

Al día siguiente, Vero se prepara para la cita vestida de enfermera picarona. Resguardada bajo un plumífero largo. Una limousine la recoge: está nerviosa. Dentro del vehículo, con todas las comodidades de una suite del Ritz y un equipamiento tecnólogo sofisticado, la recibe un hombre sofisticado vestido de Armani. Copa de Moët en la mano. La falsa DUE recuerda el film Cosmopolis de Cronenberg. En el que un yuppie multimillonario vivía en una limousine completamente equipada con las últimas tecnologías.

―Buenas tardes, Sugar Baby. Quítate el abrigo: quiero verte mejor.

―Buenas tardes, señor.

―Vamos a hacer otra paradita ―le dice el excéntrico.

Sugar Baby se queda con el sensual disfraz: un top escotado anudado bajo el pecho y una mini capeada que deja entrever la parte baja de sus nalgas; unas medias adornadas de lazadas grana y un gorrito en el que destaca una cruz roja. Se mueve al son de las insinuantes posturitas que le ordena el ricachón. El rarito abre una caja de madera tallada y se enciende un Gurkha Cigars. Exhala el humo, elegante. Minutos después, un pelirrojo a lo Michael Fassbender, se une a la fiesta.

―Buenas tardes Sr. Lobo ―dice el millonario.

―Buenas tardes ―contesta el recién llegado.

―Esta preciosidad es Sugar Baby. Quiero que te lo montes con ella. Sé fino. Soy voyeur ―suelta El Supremo, observando la reacción de ambos.

El Sr. Lobo cubre los ojos de Sugar Baby con un pañuelo de seda carmesí. La desviste acariciándola con suma delicadeza; besando cada milímetro de su piel aterciopelada. Ella se siente única. La penetra despacio, sintiendo su esponjosa intimidad. Bailando un vals erótico hasta derramar su licor sobre el abdomen de la joven, masajeándolo. El placer de la pareja roza la hipnosis. La limousine deja a Sugar Baby en el punto de partida. Baja del automóvil exhalando aire fresco. La mirada angelical, la boca edulcorada, como si acabara de catar un pastel de queso con frambuesas.

Esa noche, Vero duerme como un querubín. Cuando suena el despertador, Cris ya se ha marchado. Se estira todo lo que puede y se mira en el espejo: está muy hermosa. Reluciente como una Madona. En ese preciso instante, recibe un WhatsApp de José ―su ex―. Desde que cortaron la acosa con mensajitos tiernos: “sólo te quiero a ti, nena”. “Eres lo mejor que me ha pasado”. “Estoy muy arrepentido”. “No lo repetiré jamás. Te lo juro”. De mala gaita, tira su Galaxy en el sofá. Está hasta las narices del rollito que se gasta su ex novio. Está claro que tienen que verse y decirse las cosas face to face ―piensa poniendo los ojos en blanco, recapacitando―. Minutos después, se pone el abrigo y se marcha a trabajar. De camino, lo telefonea.

―Hola José.

―Hola mi amor ―contesta el caradura.

―He pensado que podíamos tomar algo juntos: tenemos que hablar ―propone Vero.

―Lo que tú digas, churri. ¿Qué tal mañana? ―Vero pone cara de circunstancia.

―Ok. Ve a mi casa sobre las siete ―termina por decir.

―No te arrepentirás, muñeca ―sugiere el chico.

―Vale, ¡corta el rollo! Mañana nos vemos ―Vero cuelga cabreada.

― ¡Puto cabrón! Me la pega con otras y ahora viene como un osito de peluche. ¡Se va a enterar! ―dice en alto.

En el centro de fisioterapia donde trabajan Cris y Vero, hay overbooking. Apenas descansan. No pueden charlar hasta última hora del día.

― ¿Qué te pasa? Estás rara… ―pregunta Cris.

―He quedado con José. Ya sabes que es un pesado y tengo que arreglar las cosas de una vez por todas. ¿Puedes dormir en casa de tu madre?

― ¿No prefieres mi compañía?... ―pregunta Cris.

― ¡Por supuesto! Cuanto antes corte por lo sano, mejor para los tres.

El bello de las amantes, se electriza. Se marchan a una cabina y tienen una sesión sicalíptica extra. Cris se tumba en la camilla y Vero masajea su cuerpo hasta introducir sus dedos en el fruto almendrado de su amiga.

―Creo que voy a tener que cambiar mi alias en la red erótica Babilonia. Ahora, la hembra alfa eres tú ―Vero entorna los ojos y la besa con verdadera devoción.

Al día siguiente, mientras espera a José, lee todo lo que puede sobre el bondage. Su ex siempre ha sido un gallito. Pero esa tarde, si todo sale bien, cambiarán las tornas ―piensa Vero, acicalada para la ocasión―. A las siete en punto, el Casanova llega con unas flores y unos tejanos marcones. ¡Está para comérselo! Moreno, ojos avellana y piel tostada.

―Me gusta el esmalte de tus uñas ―ataca cuando entra, feroz como siempre.

―No me digas ―contesta ella con cara de incrédula.

―Es fresa depredador ―insinúa José, acariciando su cuerpo con la mirada.

―Si tú lo dices… ―contesta Vero, sensual.

―Hace juego con tus pezones ―sugiere, lascivo.

―Bueno… ―José no la deja hablar. La aferra a su cuerpo y mete la mano por debajo de la falda.

― ¡Mmm!... ¿Desde cuándo utilizas medias en vez de pantys? ―pregunta.

―Mis gustos han cambiado… ―afirma Vero en la piel de Sugar Baby.

Los dedos de José rozan su vulva por encima de las braguitas. Los introduce por un lateral y descubre los labios de su sexo ardiente. Busca su hendidura mojada. Sugar Baby, se deja querer. La verga de José está turgente. Empero, no va a ser tan fácil. Sugar Baby, lo inicia en el bondage convertida en dominatrix. Descuaja su camiseta, araña su espalda, muerde sus brazos y lame su torso. Lo invita a sentarse en una silla. Esposa sus manos por detrás del respaldo y ata sus tobillos a las patas con una cuerda de pita. Se arrodilla y chupa su falo hasta dejarlo completamente rígido. José, alucina. Sugar Baby se masturba mirándolo, presionando sus pechos, agasajando su cuerpo, estimulando sus órganos genitales hasta llegar al séptimo cielo. La secreción vaginal fluye por sus muslos empapados. Seguido, se sienta de espaldas a José. Inyectándose su cipote hasta la campanilla. Cabalgando como una amazona perseguida por una troupe de salvajes. Disfruta con el sudor que provoca el coito. Recuerda la sensación de su carne con la de Ébano; el primer amante que tuvo en la red erótica Babilonia. La viscosidad de su piel. Un furor morboso se apodera de su hechura. Enloquecida, aúlla. José secunda sus alaridos y eyacula. Ambos, quieren seguir jugando. Sugar Baby relame las lágrimas de mármol que supuran de su miembro hasta ponerlo candente. Vuelve a montarlo. Finalizado el apareamiento, José y Vero, hablan un buen rato. Se despiden con un beso escueto. Tendrá a su ex cuando le plazca. Le ha dejado bien claro que, de relaciones serias, nada de nada: tendrán sexo y punto. José sale del patio y Vero lo mira a través de las cortinas. Cuando dobla la esquina, telefonea a Cris y le cuenta la hazaña. Ella se enfada un poco: está celosa.

―No tonta. No pienso llamarlo. Sólo quería humillarlo un poquito. El puto fanfarrón se ha convertido en Piolín ―termina por decir Vero.

― ¿Puedo ir a dormir contigo? ―pregunta Cris.

―Claro. Te llamaba para eso.

Tras una noche lujuriosa, Cris y Vero, deciden dejar la red de contactos. Se convertirán en una pareja formal. Coincide que ambas han recibido un email invitándolas a una orgía. Es la gala perfecta para despedirse: el último juego erótico en Babilonia. Para Vero será su primera y última gaudeamus. Para Cris, el adiós.

Las invitaciones, sugieren que vistan con elegancia. Además, es necesario llevar una máscara que cubra la mayor parte del rostro. Deciden acudir cada una por su lado. Cris se pone un diplomático y se marcha. Vero elige un vestido elástico negro, que se ciñe a su cuerpo como un guante de fino satén. Las hermosas curvas de sus caderas, asoman delicadas. Su trasero dibuja la curva perfecta de una pera en abril. Sus pechos emergen volcánicos; balones elípticos que hablan solos: “ordéñame, ordéñame…”. Pregonan con descaro. Se riza el cabello con una plancha especial. Unas ligeras y favorecedoras ondas, le confieren un aire a lo Farrah Fawcettl en Los Ángeles de Charlie. Está más hermosa que nunca.

Toma un taxi para llegar al Palacio de Linares donde se celebra el evento. Antes de entrar, se coloca una máscara de muñeca de porcelana. La fiesta se celebra en las galerías de la tercera planta. Asciende por la escalera de mármol de Carrara como una princesa. Al llegar al tercer piso, un pasillo larguísimo de personas engalanadas con antifaces venecianos, la aplauden. Se sirven copas de champagne y se come Beluga. Suena música de cámara.  Dos horas más tarde, la compostura ha desaparecido. Exceptuando las caretas, los restos corpóreos aparecen a la intemperie. Las vergas se clavan en esfínteres o vaginas, en labios voluptuosos o pechos amamantados por semen. El kamasutra en vivo aparece entre los techos de pasajes mitológicos y paredes decoradas por tapices de Gobelinos. Los muslos de Sugar Baby se comprimen y se aflojan, extenuados. Desconoce si por las bocas que la han lamido o por los glandes que han inundado los agujeros de su cuerpo. Ha tenido sexo con hombres y mujeres; está ebria de goce. Pero alguien muy especial, el único que no ha intervenido en el dispendio erótico y blasfemo ―El Supremo. El voyeur que conoció en la limousine―, solicita su presencia en privado. Camina hacia sus aposentos como la mismísima Mesalina en una bacanal romana. La estancia es preciosista; una amplia cama con palio dorado sobre el suelo de madera noble. Rodeado de lámparas francesas y tapices de la Casa Real. Sobre la misma, las manos impolutas del enigmático hombre amasan su falo con armoniosa parsimonia. Su cuerpo luce esculpido como una figura marmórea de la antigua Grecia.

―Aparta tu antifaz y gatea para mí ―ordena El Supremo a cara descubierta.

Sugar Baby se convertirse en una pantera enigmática y perturbadora. Relaja los labios de su abertura congestionada, por la que resbalan restos de esperma, y gatea hasta el lecho aristocrático. Al pie de la cama se estira y asciende, sinuosa, hasta depositar la carnosidad de su boca sobre el miembro endurecido del refinado omnipotente.

―Eso es… ¡Hazme la mejor felación de tu vida! ―ordena.

Sugar Baby sujeta su miembro con una mano, separando las bolas de la verga. Y lo introduce lentamente en su humedad bucal. Está circunciso, es el más potente que ha visto, el más hermoso. Se deleita igual que cuando relame un Crocanti. Con movimientos acompasados de entrega y abandono. Bebe el flujo con verdadero ardor. Relamiendo con su lengua lujuriosa hasta la última gota. El macho jadea y aprieta su cabeza. No la deja respirar. Sugar Baby contorsiona su cuerpo de placer. De improviso, el amante cambia de posición. La tiene bajo su cuerpo. Pero este misionero es de alto voltaje. Ata sus manos y sus tobillos con lazos de satén. Introduce los dedos en esa vagina insaciable que ha sido fruto de las pasiones más opulentas. El corazón bombea rápido, delirante. Reventado. La joven tiene una sucesión de orgasmos que descuellan cuando el cipote de oro la perfora envolviendo su cabeza en una bolsa de plástico.

― ¿Has practicado alguna vez la hipoasfixia? ―le pregunta El Supremo, chupando su óvalo por encima del elastómero. Sugar Baby mueve el cráneo negativamente.

―Es el éxtasis absoluto, nena.

Un hilillo de voz confirmando sus palabras, surge a través de la bolsa. El plástico se introduce en su boca. El Supremo aumenta el ritmo del coito. Sugar Baby eclosiona multiorgásmica. Toda su hechura convulsiona. Pero su cabeza sigue encerrada en la bolsa elástica y transparente.

―Es una pena. Deseaba que siguieras con nosotros… Me divertía muchísimo ver cómo follabas; yo lo contemplo todo: soy Dios. Pero tu amiguita, nos ha dicho que tienes un diario: eres demasiado peligrosa ―sugiere El Supremo con mirada homicida.

―Mi diario es tan personal como seguro ―se defiende Sugar Baby boqueando como un pez. Pero sus palabras se ahogan en el polímero.

―No sé lo que dices. Ni me importa. Lo que has hecho es un delito muy grave: Era la cláusula más importante. ¡Está terminantemente prohibido en Babilonia!

Sugar Baby mueve la cabeza como diciendo: “Prometo destruirlo. Además, es imposible que Cris me haya traicionado, ¡somos amantes!”. El supremo decodifica sus gestos. Acaricia su larga cabellera para que deje de resistirse.

―Lo siento, pequeña. Esa chica siempre ha sido una de mis mejores bazas. Me ha entregado tu memorándum; está guardado en mi caja fuerte. Siempre pasa lo mismo, ¡no leéis la letra pequeña de los contratos! La indiscreción ha sido tu suicidio. Adiós muñeca ―dice antes de apretar la bolsa al máximo.

Sugar Baby deja de respirar. Los ojos abiertos y las pupilas dilatadas. Sus circuitos se funden en negro. El Supremo aparta su cuerpo escrupuloso. Después, hace una llamada…

―Dra. Frankenstein, debo felicitarla. Mis juegos ardientes con Sugar Baby 18, han sido muy gratificantes. Procedan a pasar todas sus emociones a la nueva replicante. Esta vez tendrá la apariencia de una asiática: ya la he elegido. Mañana partimos a Singapur.

―Como guste, Sr. Goldman. ¿Desea que desconectemos a Hembra Alfa?

―En absoluto, es el cebo perfecto.

 

 

 

 Kits eróticos

 

 

Mujer solitaria

mujer exígete

con una doble vida

y un secreto eterno

 

Gina es una mujer de treinta y ocho años, complexión atlética y cabello a lo Milla Jovovich en Residence Evil. Fue una niña precoz que se quedó embarazada a los dieciséis, y poco después, se casó. Una burbuja perfecta que se deshizo como una ola espumosa en la orilla, y la encaminó hacia un sonoro divorcio. Su ex, alegó que le daba mucho al prive: lo que es cierto. Ella le dijo al juez que su adicción empezó cuando pilló a su marido entre las piernas de su hermana. El magistrado se decantó por la muchacha. Al final, tras varios tira y afloja entre abogados, Gina consiguió el piso, una suculenta pensión y la custodia compartida del vástago de ambos. A cambio, visita a un psiquiatra semanalmente.

Son las nueve de la mañana, del viernes veintinueve de junio de 2012. Gina se despereza en la cama. Por la tarde, tiene una reunión de antiguos alumnos del IES Mare Nostrum de Alicante, en donde cursó la enseñanza secundaria. No le apetece ni un pelo ir. Pero le pica la curiosidad. Tras hacer la compra, decide tomar un tetrabrik Knorr de puré con verduras. Después, se tumba en el sofá y se relaja con una mascarilla de pepino. Seguido, se pone un modelito minifaldero de Stradivarius y botas con plataformas. Se maquilla, fuma un pitillo y toma un Vermut. Cuando entra, traga saliva. El salón de actos del instituto, está abarrotado; decorado al estilo ochentero. ¡Qué estúpidos! —piensa—. Inmediato, comienza el desfile de garrulos ataviados de bodorrio. Sus compañeros de pupitre, parecen árboles navideños —se desternilla de risa—. Un grupo de colegas, se acerca a saludarla: “¡Madre mía!... Sin son Loli, Pepi, Carmen y Trini. Las que han montado la fiestecita. ¡Arrea! ¡Qué Marujas!” —cavila sin podérselo creer.

—Hola, Gina. ¿Qué bien te veo? —le dice una portentosa rubia con un modelito de seda salvaje turquesa y recogido a lo Lola Flores.

—Hola, Pepi…  Estás fenomenal —¡qué le voy a decir a la buena mujer! (piensa Gina).

—Mua, mua —aprisiona los morros siliconados contra su rostro, la anoréxica de Carmen. Enfundada en un compendio de brillos y colores que anda solo.

—Hola, Carmen, ¡qué bien te veo! —le dice.

—Bueno, una se hace sus cosillas. Todavía tengo que perder unos kilitos… —Gina levanta una ceja, acojonada. Si parece la bota de un cojo ¡qué mal está la pobre! (Elucubra para sí).

—¡Hey! Soy Loli. ¿A qué me ves bien? Llevo un modelito de Alex no sé qué —da unas vueltas para que la vea (Gina, se marea). El atavío es de lentejuelas rojas, acompañado con una melena cobre “replanchá”. Un mocho estropajoso.

—¡Ay! Sí, Loli.  Estás monísima —manifiesta Gina con hipocresía.

—Chicas, lo veis, teníamos que haber asesorado a Gina para que viniera más arregladita... Va de calle y esto es una fiesta por todo lo alto —concluye Trini con un traje chaqueta talla 56 de raso amarillo canario.

—Puede que tengáis razón, chicas –Gina hace aspavientos con las manos—. Ahora, no tiene arreglo. Como siempre soy la rarita. ¡Hale! Vamos a beber algo —sugiere para salir del trance, que ya de entrada, le está dando dolor de cabeza.

Se pide de entrada un Johnny Walker, seguido de un cubata de ginebra. Una hora después, ha saludado al resto de compañeros superacicalados. Ellos con traje. Ellas de tiros largos. La fiesta es una congregación de alopécicos, alcohólicos, botoxadictos, esteticohólicos, colillas andantes, divorciados, muertos de hambre, pasados de cintura, preñadas, salidos, siliconadas, sobreros… Lo que nos sucede a todos, pasada la juventud: nos convertimos en freaks caducos.  

La música está muy alta. Pero el “runrún” del cotilleo es estrepitoso. Gina comienza a notar zumbidos en los oídos. Algo no funciona bien. Se pide otro cubata y “palante”. De madrugada, regresa a casa dando tumbos. Tras una ducha, sólo quiere meterse en la cama con un Diazepan de 10mg bajo la lengua, para dormirla. Nada más lejos de la realidad. Vuelta tras vuelta, minuto tras minuto, se pone cada vez más nerviosa. No puede conciliar el sueño. Los acúfenos, aumentan. Se tapa la cara con la almohada y chilla con todas sus fuerzas. Pasados los minutos, salta de la cama.

—¡Hostia! ¡Hostia! ¡Hostiaaa!!! Tengo un ataque de ansiedad como cuando era “discotequera” y llegaba a las tantas. Hacía mogollón que no tenía una crisis tan fuerte. Pero la puta reunión me ha sacado de mis casillas. ¡¿Quién me habrá mandado meterme en camisa de once varas?! Eso por ser fisgona. ¡Qué leches me importa a mí cómo están o dejan de estar los demás! —Gina, en su incapacidad momentánea, elucubra consigo misma. Caminando por el pasillo, “atacá”. Parece Chiquito de la Calzada con sus tics.

Abre la luz del cuarto de baño, se mira al espejo y entabla una conversación en la que interpreta tres papeles: su psiquiatra, su conciencia y ella misma en el presente que está viviendo.

—¡Eh tú, capulla! Sí. Gina te digo a ti. No eras como Enrique Murciano en Sin Rastro: “nunca miro al pasado…” Pues, ¡te jodes! Por mirarlo —le sermonea su conciencia  

—Gina no te atormentes. No seas tan dura contigo misma. Era un compromiso y punto —dice como si fuera su Freud particular.

A partir de este momento, entabla un tête à tête con su comebolas…

—Sí. Pero el Valium no me hace efecto. ¿Por qué? —contesta la Gina torturada.

—Necesitas más material, pequeña.

—¡Malditos loqueros! Lo que quieres, es que me convierta en una “devorapíldoras”.  ¿Vedad, jefe?

—No. Sólo quiero que descanses.

—Claro. Lo que tú digas. Eres un maldito cabrón. Estuviste de mi lado para que fuera tu juguete sexual. Siempre pasa lo mismo… O te la mañaco o te hago una felación. Me siento como Lisbeth Salander en Los hombres que no amaban a las mujeres cuando visitaba a su albacea testamentario.

—No hace falta que exageres...

—¡Déjame en paz, Maldito comebolas!

Sale del cuarto de baño y vuelve al pasillo con sus tics “cañís” y su soliloquio.

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! Sigo con acúfenos. Ahora, son más fuertes —chilla sujetándose la cabeza. Se tapa los oídos. Inmediato, comienza a darse golpes suaves. Primero, oprimiendo su cráneo. Seguido, contra la pared—. A ver, piensa Gina, piensa —se repite, una y otra vez con la cabeza apoyada en la pared, los ojos desorbitados y la cara desencajada—. Como decía mi tía Remedios: “el mejor somnífero es un buen meneo…” Y, ¿qué hago? No tengo un chorbo a mano y las redes de contactos, son un coñazo. ¡Ya lo tengo!  Me voy a por los juguetitos…

Sale como un rayo hasta el dormitorio. Abre el último cajón del sifonier, saca una caja con dibujos de Mafalda; levanta la tapa, vuelca el contenido hasta encontrar una llave pequeñita, indefensa y solitaria. Va hasta el despacho de su ex, la introduce en la cerradura de la estantería y descubre la caja fuerte: enorme. Demasiado grande para una familia de clase media. Como una posesa. Decodifica la contraseña girando, a uno y otro lado, la rueda metálica de la fortaleza particular de su domicilio. Dentro, todo tipo de artefactos de sex-shop. Su marido era adicto a los estimuladores sexuales y Gina, ha heredado su colección.

—A ver —dice en alto—. Necesito algo que me haga ponga como una moto, rápido. Un “vibrator” con quinta marcha —se jacta, sonriendo—. A ver, a ver, a ver… ¡¿Qué tenemos por aquí?!

Delante de ella, una estantería con DVD porno, dildos, disfraces, grilletes, látigos, máscaras, pañuelos, pelucas, prendas de cuero, preservativos con sabores, rosarios, ungüentos, vibradores…

—Aquí está mi grandullón preferido —dice asiendo un estimulador de silicona fresa que se introduce en su vagina e ipso facto pone en turbo funcionamiento.

Cuando finaliza, el Sol está en medio del horizonte. Gina, está sudorosa. Una sonrisa perversa ilumina su óvalo de porcelana china. Todavía respira entrecortada, cuando se dice a sí misma…

—No sé por qué me empeño en meterme los deditos teniendo este museo particular, sólo para mí. ¡Ah! Sí. A lo mejor, porque me recuerda cómo mi ex los utilizaban conmigo...

Lo limpia escrupulosamente a lametones. Cierra el escondite de sus kits eróticos y regresa al cuarto de baño. Se lava sus partes púdicas y ríe a mandíbula suelta. Frente al espejo, vuelve a hablar con su cuerpo sinuoso y su rostro perverso…

—Gina, ¡qué razón tenía la tía Remedios! Se acabaron los pitidos atronadores que te enloquecen. Seguro que duermes como un lirón.

Se mete en la cama sujetando un oso de peluche entre sus brazos. El dedo pulgar, en la boca. Un minuto más tarde, duerme como un angelito.

 

 

 

 Revelación tántrica

 

 

Espasmos sin roces

sexo interior

amor carnal en una botella

 

Isa es fisioterapeuta. Pero es viernes y se siente más cansada que de costumbre. No puede quitarse de la cabeza a un chico que ha conocido en la discoteca. Siempre que lo ve bailan mariposas en su estómago. Sin embargo, desconoce si a él le sucede lo mismo. Es un festero libertino con demasiadas fans como para atarse a una mujer. Con estos pensamientos se lava las manos a conciencia y se prepara para dar el último masaje de la jornada. El paciente es un maestro de yoga llamado Kamadev, asiduo a la consulta. El gurú le da dos besos cuando entra a la sala. Tras la sesión, conversan un buen rato.

―Isa te noto rara… ―insinúa Kamadev.

― ¿He hecho algo mal? ―pregunta ella.

―No, no. Has estado magnífica. De hecho, mi espalda está como nueva. Pese a ello, he percibido vibraciones negativas… ¿Quieres que te ayude? ―pregunta con tino.

― ¿Una clase particular de meditación?

―Algo así.

― ¿Aquí mismo?

―Sería preferible que fuéramos a mi local. Está justo al lado.

―Vale ―contesta Isa encogiéndose de hombros.

Minutos más tarde, entran en el espacio Zen del yogui. El caballero lo ilumina con velas y sándalo. Enciende un DVD con música relajante. Isa se siente en un mundo diferente. La sorpresa es muy agradable.

― ¿Sabes lo que significa mi nombre? ―le dice Kamadev mientras la mira fijamente (están sentados en la posición del loto, uno frente al otro).

―Pues, no.

―Significa Dios del amor.

―Es hermoso.

―Gracias. Tengo un sexto sentido que detecta los problemas sentimentales.

―Pues funciona de maravilla… Verás, he conocido a un chico que me agrada bastante. No obstante, desconozco sus verdaderos sentimientos.

 

―Lo veo en la profundidad de tus ojos, negros como el ámbar.

― ¿Y qué más ves?

―A un hombre joven y de torso esculpido ―el guía roza sus mejillas con esmerada ternura. Isa se siente amada y protegida.

―No me tomas el pelo, ¿verdad? ―le pregunta.

― ¡Nopo!… Al chico le gustas. Pero tiene muchas dudas ―Kamadev besa su frente y acaricia su cuerpo con ternura.

Isa se estremece. Siente que Kamadev puede amar a cualquier ser vivo. Y no se equivoca. Mientras sigue hablando la desviste con esmero y se queda desnudo. Las piernas de Isa por encima de las suyas. Entre respiraciones profundas y palabras melodiosas, la joven se siente deseosa de experimentar el sexo tántrico: una unión sexual y espiritual con la que no contaba. Sus sentidos advierten un placer inesperado. Está relajada y húmeda; con un autocontrol perfecto. Minutos después, los amantes se enlazan mutuamente, confiados en alcanzar el máximo placer en ese encuentro fortuito. Sin prisas ni ataduras.

―Isa eres una diosa y voy a venerarte como a tal ―le dice el experto yogui.

―Lo noto en cada una de tus caricias. Estoy dispuesta a recibirte. Soy un recipiente esponjoso y delicado, que necesita amor ―contesta ella, satisfecha.

―Retardaré la eyaculación para que tu orgasmo se prolongue. Después, estarás preparada para practicarlo con ese joven que me has comentado… O para dejar de pensar en él.

―Lo sé ―contesta ella, extasiada. A la espera de ser empalada por el maestro con su cetro mágico.

Kamadev sigue mirando la profundidad de sus pupilas; su alma gime de placer. La agasaja con extrema devoción. Su almendra se abre, espumosa y rosada. El hombre estira las piernas y ella abraza su tronco con los muslos. Su hendidura acoge el miembro viril que la idolatra sin apenas moverse. Una mano sobre el corazón del amante, conectadas sus energías; escuchado los latidos y el sensual ritmo cardiaco. El quinto elemento: la luz. Aparece entre los amantes. Mimándose mutuamente, compenetrados. Dos cuerpos fusionados en uno sólo, friccionando la piel de los brazos, de las piernas, de las espaldas húmedas; descubriendo las flaquezas y necesidades del otro. Isa imagina su interior hasta controlar cada uno de sus músculos; regulando los espasmos de sus entrañas en unos rítmicos y pulsátiles sístole-diástole, que alargan su placer hasta la extenuación. Sin dejar de acariciarse, el educador comienza un lánguido vals que la trasporta al más allá, liberando totalmente su mente. Unas lágrimas de agradecimiento recorren los pómulos de la joven. Como si el orgasmo que experimenta, fuera el primero de su vida y aquel hombre se hubiera adherido a su hechura. El dómine conoce sus secretos y necesidades. La besa cuando todavía está dentro de su cuerpo; viajando por la humedad de su boca con la lengua, mimando sus pechos y coqueteando con su rostro sofocado.

Kamadev abandona su templo con el miembro erecto. Punta que se ablanda al compás de las respiraciones. Sonríe, plácido. Isa tiene la misma sensación que cuando probó las ostras sublimes de Gillardeau. El chico que le quitaba el sueño ha desaparecido completamente de su pensamiento. Quizás ha encontrado a su verdadero príncipe azul. No todo son músculos hinchados y coitos frenéticos.

 

 

 Sexo exprés

 

Madura o joven

da igual

son femme fatale

manda la promiscuidad

 

Martina acaba de entrar en la cuarentena. Sin embargo, está más rica que cuando era una Lolita. Divorciada desde hace un año, Luna (su hijastra) ha decidido vivir con ella. A finales de febrero, cuando las rebajas de invierno están con los remates finales, recibe el cheque de su ex.

―Luna ―le dice a su vástiga―. El tontaina de tu padre acaba de mandarnos la pasta. Vamos a despilfarrar en trapitos hasta el último euro. ¿Qué te parece?

― ¿Lo dices en serio? ―pregunta la joven.

― ¡Claro!!! ―contesta Martina con un subidón de adrenalina estratosférico.

Dicho y hecho. Se arreglan en un plis-plas y marchan al centro comercial más grande de la ciudad. Lo recorren de arriba abajo como dos amigas bien avenidas. Acaban en el Corte Inglés. En el stand de Desigual, se topan con un caramelín veinteañero…

―Mami, creo que te has ligado al dependiente ―comenta Luna por lo bajini.

― ¡Ja! Te ha echado el ojo a ti. Pero no lo tengo del todo claro…  No le ves un poco de pluma.

― ¡¡¡Nopo!!!

―Vamos a descubrirlo. Ya verás…

Tras elegir varias prendas —asesoradas por el jabato—, van a los probadores. No hay ni clientes ni vigilante. Luna se queda en ropa interior antes de comenzar a probarse el popurrí que han agarrado. Le chifla una camiseta negra con dibujos estrambóticos. Sin embargo, le queda un poco ancha.

―Te está un poco grande… ahora vuelvo ―dice Martina.

Sale directa a por el dependiente guaperas. Lee su plaquita identificativa antes de hablar: “Sr. García. ¡Señor! ¡Si es un pipiolo!” —piensa, descojonándose para sí misma.

―Sr. García, ¿podría acompañarme al probador? Es que mi hija se ha encaprichado de una camiseta y me gustaría su opinión profesional ―parlotea haciéndose la simpática.

El joven carraspea. Le tiembla hasta la corbata. No obstante, sigue a la madame como un corderito. En la puerta del probador, Martina le pega un apretujón en el trasero y lo mete dentro. El pobre cae justo encima de Luna. La chica se humedece por completo. Su libido está por las nubes. No puede remediarlo, lo agarra de la chaqueta y palpa su virilidad. Nota un buen sable. Luna comprime sus muslos y frota su cuerpo contra el chico. El pobre, está alucinado. Martina, palpa sus nalgas. Lo separa de Luna y saca sus preciosos morritos. Habla arrastrando la voz. Su sexapil inunda el cubículo. El chorbo se excita.

― ¿Qué, Sr. García, no le apetece un 2x1?

― ¿Co… cómo? ―tartamudea el bizcochito.

―Que te lo montes con nosotras, pavito ―le toca la barbilla mientras le desabrocha la bragueta y lo aprisiona contra la mampara del vestidor.

El chico no puede hablar; es un flan con el mosquetón a punto de disparar. Luna está tan estimulada que acaricia su vulva; su semilla rosácea se abre, sudorosa y abultada. Roza su pubis e introduce el dedo en su absorbente vagina. El pene de García está exultante, Martina se lo calza apoyada contra el espejo que vibra como si fuera a desmontarse. El coito apenas dura unos segundos. El chico no estaba preparado para el festín. Pone cara de circunstancia y hace un ademán para vestirse.

― ¡Eh!!! ¿Dónde te crees que vas? Todavía no hemos acabado… Ahora, tienes que montártelo con mi niña ―puntualiza Martina señalando a Luna.

La joven lo besa con fervor. Introduce su lengua y asfixia su interior. Después, se agacha y empotra su ídolo en su ávida boca, relamiendo las lágrimas de nata que siguen fluyendo del miembro nacarado. Martina mira la escena; hace un selfi y lo wasapea con las amigas.

―Esto es lo que se dice un buen rabo, ¡nenas! ―pone en el mensaje.

El chico está nuevamente a punto. Luna alza la pierna y Martina encara el manubrio hasta la oquedad acuosa de la joven. Acoplados a la perfección: llave maestra de su cerradura jugosa y mullida. Madre e hija se besan, agasajando cualquier parte corporal que captan sus manos. El torso de García al descubierto, musculado y sin bello.

―Señoras soy gay… ―suelta de repente el objeto carnal.

―Ya lo veo, guapo. Y yo monja de clausura ―contesta Martina.

 ―Bueno, soy “bi” ―protesta.

―Y nosotras también, cielito ―sugiere Luna, maliciosa.

―¿¿¿ ??? ―García pone cara de sorpresa.

―Luna es mi hijastra y a mí, siempre me gustaron los jueguecitos ―aclara la MILF  sicalíptica.

―Ya veo… ―comenta el dependiente agasajado.

―Martina es toda una maestra ―insinúa Luna antes de meterle un dedito en su hermoso y turgente esfínter.

― ¡Uyuyuy… qué gusto!!! ―suelta el joven balanceándose como un poseso; emparedado por las dos apetitosas hembras.

―Tenemos para todo el gusto…  ―dice la mamá.

Acabado el banquete, madre e hija se besan. El dependiente las mira y acaricia su cuerpo hasta llegar al glande. Rítmicamente vuelve a ponerlo como una barra de acero.

―No sé quién me gusta más, si la madre o la hija. ¿Qué os parece si volvéis a emparédame? ―apunta el chico.

Martina le espeta una palmada en las nalgas. Media hora más tarde, García tecleaba una venta sustanciosa en metálico. El dueto de promiscuas damas, sonríen.

―Volveremos pronto, Sr. García ―dice Martina guiñándole un ojo.

―Cuando gusten señoras. Aquí estaré para servirles ―contesta el afortunado arreglándose el nudo de la corbata.


 

 

 

 Singles

 

Solitarios que se consuelan

los unos a los otros

el tiempo no importa


De pequeña me llamaban trapatroles. De púber, despeinada. De madura, sobrera. Mi madre me llamaba sobrera. Mi abuelo me llamaba sobrera. Mi tía me llamaba sobrera. Todos me llamaban sobrera.

***

SOBRERO-RA, definición y acepciones según la RAE:

sobrero1. (Del port. sobreiro). 1. m. sal. Alcornoque (árbol).

sobrero2, ra. (De sobrar). 1. adj. Que sobra. 2. adj. Dicho de un toro: Que se tiene de más por si se inutiliza alguno de los destinados a una corrida.

sobrero3, ra. (De sobre2). 1. m. y f. Persona que tiene por oficio hacer sobres.

***

Está claro que pertenecía al segundo grupo apartado primero... o segundo: cada cuál que haga sus conjeturas. 44 años y sin catar varón. Un día, pegué el campanazo y me convertí en ninfómana. Una Michael Fassbender en Shame, con útero y trompas de Falopio. Todo comenzó cuando mis amigas me arrastraron al pub-disco de maduros más famoso de la city: La Edad Brillante. Me sentí como una tennager. Los bailones-as eran treintañeros, cuarentañeros, cincuentañeros, sesentañeros y más… Nos hicimos asiduas de los viernes noche. Danzábamos, nos emborrachábamos, vomitábamos y después, pillábamos cacho.

No haber probado varón, no significaba que tuviera el himen intacto o que me lo hubiera cortado con una Gillette a lo indie retorcido de Haneke en La Pianista. No. Comencé con los Támpax. Más tarde, con los dedos. Por último, con los vibradores más sofisticados del Sex Shop más cool de la metrópoli. Llegué a coleccionarlos. Tenía una estantería completa con todos los “pepitos” habidos y por haber colocados como si fueran trofeos: el arco iris de colores, texturas y sabores. Hubo una temporada en la que fue un totum revolutum con las amigas. Nos reuníamos en la casa de turno y bajábamos porno. Cada una con su instrumento a practicar felaciones, penetraciones o lo que se terciara. La cosa terminaba consolándonos las unas con las otras. ¡Joder, era genial!

En La Edad Brillante nos conocían como las “rubias marchosas”. Sí, todas éramos rubias de bote: quedaba o muy chic o muy barriobajero. Dependiendo del color exacto y del gusto de una. Al final, éramos más conocidas que la Charito. Nos habíamos ventilado a todos los machitos útiles. Así que, cambiamos de local y de tinte de cabello; nos hicimos morenas. ¿Dónde ir? Estaba claro: fuimos directas a La Máquina Salsera. Meneíto por aquí, meneíto por allá. De sopetón, me lie con un colombiano de veintisiete añitos. Más ancho que alto, más músculos que cerebro: perfecto. Me pegaba unos buenos revolcones y ¡chimpún! Pasé de ser “la sobrera”, a ser “la vergüenza”. ¿Y qué? Me dio igual. Andaba yo caliente y plus. Ríase la gente ―pensaba.

El mulato de ojos achinados, estuvo meciendo mis carnes un año. Un día, descubrí que desatascaba todas las cañerías que se le ponían a tiro. Hasta tenía un anuncio en una red de “gigolós” en la que especificaba que le agradaban las MILF. Claro que le gustábamos: nos sacaba más guita que la recogida de los cepillos de la catedral. Me quedé compuesta y sin novio. De nuevo: una sobrera machucha y escaldada. Hasta que escuché en la TV: “buscas pareja o quizás un encuentro apasionado… Llámanos, dinos tus preferencias y lo que necesitas. Nosotros te lo encontramos.” Bajo el eslogan Sin Pareja. Las primeras experiencias fueron nefastas. Los partenaires o eran peluches babosos que deseaban sonsacarme los cuartos. O viejales alopécicos que parecían mis padres. Pero un día, encontré a uno de mi quinta “apañao”.

De eso hace un lustro: la cosa funciona a golpe de estocada. Somos dos almas calenturientas en el vía crucis decrépito. Recuerdo que estuvimos a punto de rajarnos. Me propuso algo pecaminoso: practicar sexo anal. ¡Madre mía! Por casi lo mato. Eso está de moda entre mascachapas, tatuados y piercingneados ―le dije―. El rollito empezó a desinflarse.  El payo quería lo que quería… A mí no me daba la gana. Un día me planté: “si me dejas que te inserte un dildo de dimensiones parecidas a tu miembro, acepto” ―sugerí para que me dejara en paz―. Por suerte, se lo tomó al pie de la letra. Salimos pitando a un Sex Shop 24 horas. Lo compramos. Se lo introduje hasta la garganta y encima me puse como una moto. Todo con lubricantes ―ex profeso― para el evento. Después, me la clavó por detrás. Y ahora, nos damos mutuamente. Nos hemos hecho adictos al anal sex y el sado, obviamente. Estamos memorizando los códigos de sumisión/dominación. Negociando quién será quién…

 


 Sueños de poeta

 

Escribe en todas partes

versos que nadie lee

es un soñador

un poeta sin fe

 

Borja es un soñador. Un poeta que nunca ha ganado ni un euro con los cientos de folios, servilletas, papel higiénico, tickets de compra y un largo etcétera… Apilados por la casa, repletos de garabatos que sólo él decodifica y pasa al ordenador. Tampoco ha trabajado. Sí. Es de la mal llamada generación nini. Pero esa mañana, está muy animado; ha finalizado su séptimo poemario.

Indeciso por el título, escribe sus ideas en una libreta. Después elige el mejor poema de su nutrido “baúl de palabros”; lo enviará a un concurso de poca monta y ganará ―piensa―. El hombre está convencido. Con el dinero que recoja, pasará el manuscrito por la Propiedad Intelectual. Lo fotocopiará y encuadernará las veces que necesite... Entre pitos y flautas, seguro que se gasta 50€ cómo mínimo. Hace sus cálculos y comenta la idea con su pareja.

―Paquito, he pensado enviar un poema a un certamen literario. Elegí uno romanticón. Ese que titulé Sin ti.

―Pues… ¡fenomenal! Me parece perfecto, querido. Si no recuerdo mal, me lo dedicaste. ¡Es precioso! ―Paquito junta las manos y suspira.

―Mi amor, ¡cuánto te quiero! Te acuerdas de todo. ¡Ayayay!  ―se emociona Borja.

―Si Bécquer lo leyera, estaría extasiado. ¿Cómo no voy a recordarlo? ―dice Paquito.

― ¿Me ayudas a buscar el concurso perfecto?

―Lo que haga falta, amor.

―Léeme los certámenes de marzo, uno a uno. A ver cuál me parece más apropiado. Tiene que ser de poesía romántica…

―Ok tesoro ―contesta Paquito.

Cuando llegan al día 31, se topan con un concurso de versos románticos que le va de perillas. Pero sólo pueden participar mujeres.

―Ese descartado ―dice Borja.

―Why? ―pregunta Paquito.

Borja se encoje de hombros.

―Uno es lo que es. Pero tiene cojones. No puedo falsificar el nombre. Ya sabes que piden todos los datos y el DNI.

― ¿Y si lo enviamos con mis datos? Tú sigues llamándome Paquito. Pero tras el cambio de sexo, en el NIF pone Francisca ―sugiere Paquito.

―No sé… Uno tiene su orgullito ―insinúa el gallo.

Francisca lo acaricia mimosa. Recorre su cuerpo, sinuosa, bajando por su torso hasta llegar al manubrio que tanto conoce. Lo lametea… El piloto automático se dispara. Ella lo absorbe hasta la mismísima campanilla, para después soltarlo. El fluido seminal se agita en su boca.

―Lo que quieras, cielito ―susurra Borja revolviendo su peluca caoba.

―Así me gusta, campeón. Soy tu chica y debes confiar en mí plenamente ―le dice mientras piensa: “¡Qué estúpidos son los hombres! Te pones un poquito cariñosa y te dan hasta la combinación de la caja fuerte. Voy aprovecharme todo lo que pueda. ¡Cuánto me alegra haber cambiado de sexo!”.

Borja se hace un poeta de renombre. Sin embargo, es Francisca quien recoge los premios y la guita. Cuando gana el Loewe y el José Hierro, el dinero cae del firmamento como lluvia purificadora. Están celebrándolo con Don Pernigón y Beluga, en una fiesta por todo lo alto. Lo que desconoce el verdadero poeta, es que su transexual lo va a dejar compuesto y sin novia. Ni dinero; por supuesto. Borja seguirá siendo el juntaletras amanerado del extrarradio barcelonés for ever...

 

 

 Tatuajes y piercings

 

Las apariencias engañan

los prejuicios son fallidos

lo dice el dicho

y así es


Tamara está escribiendo las últimas experiencias sexuales que ha tenido en su diario. Un “aquí te pillo y aquí te mato” con preservativo incluido. En el último mes, ha estado con tres chicos que apenas conocía. Es una joven hermosa, moderna, sin pareja estable y muy precavida: nunca practica el sexo a pelo. El sonido del WhatsApp, la turba. Lee el mensaje: “Tamara, recuerda que tienes cita a las 19:30h para hacerte un piercing umbilical” (emoticono sonriente) —resopla—. Mira el reloj. Se prepara la merienda y sale hacia el garito. Antes de entrar en la sala quirúrgica, elige un abalorio de plata con una circonita. El tatuador es un jamaicano con truños hasta la cintura y ojos índigos, llamado Khenan.

―Anda, pasa sin miedo y túmbate en la camilla. Eres una veterana de los tatuajes. Esto apenas te dolerá ―indica el rastafari con amabilidad.

Tamara se posiciona. Aprieta la boca con la punzada de la aguja; un hilillo de sangre resbala hasta su barbilla. Sin embargo, el contacto de los dedos de Kehnan enfundados en látex, la excitan muchísimo. Sus labios vulvares, se dilatan.

―Khenan, ¿podrías hacerme otro piercing en la boca? ―demanda, pícara, señalando su hocico. Apetitoso como las fresas.

―Mujer, claro. Pero es tan sensual que me da un poco de pena… ―insinúa el rasta con mirada devoradora.

Tamara no soporta la TSR entre ambos; está empapada como una esponja marina. Se levanta y atrapa a Khenan de la camiseta. Las bocas húmedas y deseosas. Las lenguas degustando el paladar descubierto. El artista se deja querer en un baile erótico, masajeando los hermosos glúteos de la joven. Seguido, despasa los botones de su camisa y roza sus pezones. Rosas. Inmaculados como los de una semivirgen recién estrenada. Quiere adorarla. Mordisquea su esbelta figura y desciende hasta el bóxer de animal print. Tamara abre las piernas. Él babosea su abdomen. Acaricia los muslos hasta llegar a su sexo y lamer la oquedad ardiente con fragancia a estrógenos que lo hipnotizan. El vientre de la hembra se agita repetidas veces.

―Tamara, me gustas demasiado. No quiero precipitarme… ―comenta Khenan, sutil.

―Lo cierto es que me atraes mucho. Pero…  ―se queda pensativa.

―No te agradan los truños. Es lo que ibas a decir, ¿verdad? ―sugiere el macho. Mirándola intensamente.

― ¡Qué va! Iba a decir que nunca me has mirado con apetencia —levanta una ceja.

―Mujer, ¡soy un profesional! No puedo tirarles los tejos a las clientes. Así porque sí...

― ¿Y hoy qué te ha sucedido?

―No he podido reprimirme.

Vuelven a besarse. Khenan juguetea con las ondas azabaches y sedosas del cabello de Tamara. Lo huele. Masajea su cuero cabelludo como si fuera un bobtail. Ella se estremece: escabulléndose de la situación. Saca del bolso un Durex Sensitivo Contacto Total; amasa con delicadeza el poderoso falo del jamaicano y se lo coloca. La compenetración del apareamiento es absoluta. Dos cuerpos extenuados con músculos trémulos. Tamara descubre que siempre ha tenido mala suerte con los hombres. La mayoría han pasado por su vida como un torrente de lujuria carente de afecto, al margen de sus necesidades y deseos. La experiencia con Khenan ha sido más que gratificante. Una sabrosa golosina paladeada con los cinco sentidos como las tartas de moka: sus preferidas.

 

 

 Una cocina llamada deseo

 

El sudor resbala por las piernas

por los brazos

y las posaderas

el sexo a flor de piel

 

La habitación está colmada de un ritmo endiablado: suena John Coltrane. Claudia está sentada en el sofá con las piernas abiertas y un ventilador frente al potorro. Acaba de lavar los platos y el ahogo de las temperaturas sofocantes la han hecho fantasear. Habla consigo misma…

—A ver si ahora viene mi hombre y me echo en sus brazos como una leona hambrienta. ¡No, no! ¡De eso nada! Me enseñaron a comportarme como una señorita bien. Las mujeres nunca deben soliviantar a los hombres. Son ellos los que tienen que buscar a la hembra. ¡Faltaría! —dice en alto.

Se levanta con unas ganas de orinar tremendas. Una vez descargada. Ve que sus labios vulvares aplauden solos.

—¡Qué vergüenza! Estoy más húmeda que cuando tenía 18 años —se regaña a sí misma.

Unas manchas sonrosadas comienzan a aparecer en su escote; inundan su cuello y su rostro: es una granada madura. Coge la toalla y comienza a girarla a modo de aspas. Pero el mero hecho del roce caliente del aire, la ponen todavía más cachonda. No puede más, en un ataque vehemente, se introduce los dedos y se masturba. Aúlla como una posesa. Los calambres de su vientre se aceleran. Satisfecha, marcha a la cocina y se pone a trajinar con la vajilla.

Lleva una bata de tirantes gaseosa. A los pocos minutos, —el tejido— literalmente se pega en sus carnes. Recuerda la fragancia temprana de otros años, cuando descubrió el amor en brazos de un hombre maduro; la piel sudorosa y mugrienta tras una jornada de trabajo pegada a su cuerpo sediento de sexo. Fue la única vez que gimió de placer. Poco después, se casó y pasó a simular que tenía orgasmos cuando su marido requería los servicios maritales.

En ese momento, el algodón de su vestido se introduce entre las nalgas, y al moverse le producen un goce inusitado. Agita su cuerpo ligeramente, a la par que las gotas de sudor, resbalan hasta las baldosas formando charcos microscópicos. Está tan embelesada que no ha escuchado que su esposo ha entrado y se ha cambiado de ropa. El hombre, camina por el pasillo con camiseta sport y bóxer; los músculos brillantes. La mira desde el otro lado del salón. La silueta de Claudia dibujada a través de los rayos luminosos. El contorno de los cachetes de sus nalgas perversamente siluetados por el bochorno.

¡Qué hermosa es! Si no fuera porque es tan recatada, podríamos disfrutar como es debido. Yo dejaría a la del cuello largo y las “cuquis” de los burdeles, sólo por ella —piensa, contemplando su figura—. El esposo decide acercarse despacio. La atrapa de las caderas. Ella huele ese aroma fuerte a testosterona, y recuerda su affaire juvenal. Muy al contrario de lo que suele hacer, las comprime y lo sujeta con fuerza.

—Manuel, hazme tuya —le susurra con voz empalagosa. Babeante.

—Mmm…

El hombre no sale de su asombro. Acerca una mano a la boca de su esposa, los dedos se introducen en sus labios golosos. Ella los lame con gusto. Manuel besa su nuca. Hocico ardiente como una babosa mojada. Claudia vuelve a convulsionar y deposita las manos del macho sobre sus pechos. Voluminosos, con pezones afilados y aureola marcada; encaje fino. Manuel levanta su falda y rasga sus braguitas.

—Claudia, cuánto tiempo sin sentir tu excitación. Tu cuerpo mullido y deseoso —susurra en el oído mientras las manos palpan el cuerpo de la mujer.

—Demasiado. Hoy voy a recompensarte…

No pueden separarse; agitados. Jugosos; atmósfera placentera y sudor entre cuerpos fogosos. Claudia se aparta un poco del Silestone; su trasero respingón, vibra. Abre ligeramente las piernas (la espalda de Manuel adosada a su lomo). Palpa sus muslos e introduce un dedo en su esponjosa cavidad. Ella tiembla. Siente cómo el miembro rígido de su esposo traspasa sus piernas y se introduce en su vagina. Templo acuoso que lo devora. Una lucecita se enciende en su mente tórrida. Sabe que en algún libro ha leído que existen dos tipos de orgasmos: los clitorianos y los vaginales. Los primeros pueden llegar por el roce de una prenda, por la estimulación manual, incluso mental… Los segundos, son arduos difíciles. Recuerda cómo alcanzarlos y se propone enloquecer a su partenaire como nunca lo ha hecho. Manuel mueve las caderas al ritmo de un Jazz endiablado. Ella lo acompaña a la par que atrapa y suelta el interior de sus entrañas.

—No sé cómo has aprendido a cerrar tus carnes y a soltarlas. Pero poco importa. Eres tan ardiente que me enloqueces —insinúa jadeante.

—Leer es bueno. Ahora no pares, amor… —sugiere Claudia con los ojos entornados y el rostro descompuesto. Rozando el éxtasis.

Minutos después, se siente como un girasol poroso que engulle el calor solar a su antojo. Manuel comienza un baile frenético. Ella lo secunda; voraz como las antiguas meretrices de Sodoma. Alcanzan el Nirvana juntos. Desde ese día, Claudia recibe a Manuel en la cocina, vestida únicamente con un delantal.

 


 

Un Noel muy travieso

 

 

Fiesta y Navidad

luces de colores y bebidas

con las que jugar

 

Faltan unos días para Navidad. Dolores tiene la familia desperdigada por el mundo y la celebra con los amigos. Pero ese año se marchan a esquiar y, a ella, no le apetece. El 24 de diciembre se conecta a una red erótica que le han comentado… Le pica la curiosidad y el chichi: ¡a ver si me proponen algo interesante! ―piensa―. Media hora más tarde, se ha citado con un desconocido para cenar en el restaurante De Los Remedios de Sevilla. Se engalana con un vestido extra corto negro. Lleva tachuelas en los hombros. Se calza unos botines caté de varios pasadores con velcro. Bajo un chaquetón largo de plumón, todo de Mango. Antes de salir, atempera sus nervios en la primera cita a ciegas de su vida. Cuando entra en la local pregunta por la reserva del señor Nieve. Para su sorpresa, le aguarda una mesa muy íntima. Cena sola. Cuando está terminando la sopa, lee en el fondo del plato: “Dolores, acaba de cenar y ve a las toilettes. Habrá un disfraz. Póntelo”. Se desternilla al ver un traje de Mamá Noel con una tarjetita. La nota le indica que se una al grupo navideño de la puerta. Está de lo más mona con su mini rojita y su gorrito con borla blanca. En la puerta, le espera Papá Noel con una corte de duendes.

―Buenas noches, me han dicho que me buscaban… ―insinúa Dolores, escéptica.

―Hola querida. Soy el Señor Nieve ―contesta Papá Noel con una sonrisa pícara por debajo de los anteojos.

Dolores no sale de su asombro. “¡Vaya con la red de los cojones! ¿Qué pretenden? Que me lo monte con un viejales” ―piensa de mala hostia.

― ¿Qué tengo que hacer? ―pregunta.

―De momento cantar villancicos y regalar caramelos hasta que lleguemos a mi cabaña.

―Vale ―tuerce el morro.

Recorren las calles al son de zambomba, panderetas y las voces de los nomos. Hasta llegar a una casita encalada y decorada con luces de colores intermitentes. A Dolores le entra la risa floja. Pero sigue el juego.

―Vamos, jovencita. ¿Creías que Papá Noel es anoréxico sexual?

―Mmm… ―se encoge de hombros.

―Pues te equivocas ―acerca su panza hacia Dolores y empieza a masajearla.

―Mire no puedo. Ud. es para mí algo muy especial ―termina por decir la chica, roja como una cereza.

― ¿Seguro? ―pregunta el Bad Santa cañí.

Segundos después, empieza desvestirse con movimientos sensuales. Dolores se parte la caja hasta que ve que debajo de esas gafas redonditas y esa cabellera nívea, aparece un cráneo rasurado. Inmediato, se quita una máscara de silicona a lo Tom Cruise en Misión Imposible. Tras ella: el señor Nieve. Treinta y pocos, rostro cincelado, labios carnosos y ojos verdes de mirada seductora.

― ¿Así te gusto más?...  ―pregunta, sugerente.

―Sí. Pero, ¿y los duendes?

― ¿Qué pasa con ellos?

―No querrán unirse a la fiesta, ¿verdad?

―Disfruta del espectáculo, Dolores… ―incita Papá Noel con movimientos sensuales.

La música de fondo acompaña: los elfos están cantando un villancico customizado con melodía de jazz. El disfrazado es toda una exhibición. Fuera chaquetón rojo con movimientos seductores. Dolores aplaude al ver que el abdomen abultado es una prótesis bajo la cual aparece un musculado torso. Los pantalones caen al suelo. Asoma un slip CK rojo con elástico que reza: “mi nieve es tuya”. Al notar una protuberancia más que notable, se queda abobada mirándola. La joven se une al baile; le ayuda a deshacerse de las botas y los calzones, acariciando sus piernas con el marabú blanco ―de quita y pon― que rodea su cuello. Él le ayuda a desvestirse. La humedad de su sexo se torna irresistible. El joven es muy travieso. La rodea por detrás, acariciando sus pechos, su pubis y sus partes íntimas. Ella coquetea con su trasero. Lo atrapa para que se una a sus turgentes glúteos. El mango viril prieto como el granito, bailando con sus perfectas nalgas. El Sr. Nieve, baja hasta el suelo lamiendo sus pantorrillas. Se tumba sobre el parqué. Dolores repta hasta su enorme miembro. Lo introduce en su boca a la par que el amante bucea entre sus piernas y abre sus fuelles vulvares. Su hendidura separada ante su lengua como los pétalos aterciopelados de una flor grana, pulsátil. Un perfecto 69 que detona con la abundante nieve de Noel y los efluvios de la ardiente hembra. En ese instante, los geniecillos corean un: “oh, oh, oh, ohhhh” … Dolores nunca olvidará la Nochebuena de 2013.

  

 



 Vampirella Gay


 

A los mayores

nos agrada el escondite

el premio es bello

y las risas, caramelos

 

Luna es una mujer joven y abierta con unas mini vacaciones de invierno. Tras las fiestas navideñas, tiene una resaca enorme por los excesos gastronómicos de los últimos días. Sin embargo, está falta de sexo: necesita un poco de acción. Se pone a mirar los artilugios eróticos que ha ido comprando en diferentes Sex Shops cibernéticas. Es una compradora compulsiva y tiene un buen surtido: un hermoso plumero decorado con strass, unos antifaces, unas esposas, vibradores, un Babydoll de encaje rojo con tanga a juego, bolas chinas, unas medias de rejilla…

Fantasea con todo lo que ha hecho y todo lo que podría hacer; se excita más de lo habitual. La fragancia a mujer lozana es expande por el ambiente. Acaricia sus pezones y su sexo se humedece. Sus dedos se deslizan por sus esculturales curvas, el bello se le eriza cuando roza los labios de su vulva y aprieta el clítoris. Gime de placer cuando su vientre se agita. Saciada, wasapea a una amiga. Y ésta, la invita a una fiesta picante que celebra su troupe en el local Vampirella Gay. Al día siguiente, se viste con el Babydoll y unas medias de rejilla. Coge un antifaz de estilo veneciano. Se resguarda con un buen abrigo de studio masculino y se marcha al antro.

Vampirella Gay está extrañamente iluminado a puerta cerrada. No obstante, cuando la golpea, los paneles se abren. No hay nadie esperándola. Pese a ello, ve una espectacular butaca de seda fucsia, estilo Napoleón III, con un sobre lacrado que lleva su nombre —sonríe maliciosa—. Lo abre y lee: “ponte cómoda Luna. Jugaremos al escondite. Te divertirás”. Se quita el abrigo y se pone el antifaz.

Le llama la atención, la suave música de cámara que oye en la lejanía; se encamina hacia ella entre habitaciones vacías y mesitas barrocas. Sube al primer piso. El salón está decorado con sendas cortinas de terciopelo grana. Unas risas fluctúan cerca. Se para junto a una repisa y alguien deja el aliento en su nuca. Se estremece cuando unos labios besan su cuello y unas manos rodean su cintura para seguido, destrozar su tanga y rebuscar entre su vulva. Palpitante. Sobreexcitada por la sorpresa. Se gira de golpe. Empero, la luz es tenue y sólo entrevé una máscara ocular que se lanza sobre sus pechos, muerde sus hombros y lame su piel con una lengua depredadora. Luna busca su miembro endurecido. Sin embargo, encuentra unos labios vulvares irritados: los toca. Introduce los dedos por la abertura. Nota cómo se contraen y dilatan las paredes húmedas. De repente, la enmascarada desaparece en la penumbra.

Agitada, sigue a la sombra. Pero cuatro manos la sujetan a la pared, acariciando su cuerpo. Aproxima sus dedos y toca pechos con pezoneras seseantes. Los estruja, igual que comprimen los suyos. Las siluetas se esfuman traviesas. Junto a otro cortinaje, unas manos pellizcan su espalda y se abren camino entre el surco de sus nalgas. Su almendra rosada, gotea. Un miembro eréctil juguetea entre sus melocotones. Quiere tenerlo dentro. El macho la encara y sujeta su cabeza. La besa voraz. La joven experimenta unos vigorosos espasmos musculares. Entonces, un taladro de considerable tamaño, irrumpe en su intimidad mientras numerosas manos agasajaban su organismo. Los movimientos endiablados, aceleran los calambres de su pubis. El semental no se aparta. Siguen bailando hasta que sus cuerpos sudorosos, caen extenuados sobre las baldosas.

Luna deja Vampirella Gay horas después. Sonriente. Se ha sentido como un apetitoso filete de carne picada, espolvoreada por distintos condimentos. Ha fluctuado entre todo tipo de secreciones gozosas. Una experiencia gravitatoria.




Wasapéame

 

 

SMS o WhatsApp

da igual que da lo mismo

si no lo utilizas

estás excluido

 

Voy a enviarle un SMS a mi amiga Pepa. Tengo que convencerla para que me acompañe al cine. ¡Maldita sea! Como no aprenda a manejarlo rápido me va a dar un síncope ―barrunta Carmen (a viva voz) por el pasillo de su casa tocando todas las teclas de su móvil recién estrenado―. Al final, consigue su propósito. Al instante, suena la melodía de llamada. Pega un salto: “¡joder! ¡Joder! ¡Joder! Nada que no gano para sustos con el teléfono de las narices” ―manifiesta de mala leche y hablando sola―. Pulsa la flecha para contestar.

― ¿Sí?...

―Hola, soy Pepa.

―Contigo quería hablar. ¿Cómo andas?

―Bien, trabajando. ¿Qué te pasa?

―Estoy un poco atacada con el móvil nuevo. Quería preguntarte si te apetece que vayamos el sábado al cine…

―Pues claro. Justo libro.

― ¡Súper! Yo elijo.

―Como quieras.

―Entonces nos vemos... ―Pepa corta la frase.

―Espera, quiero comentarte otra cosita…

― ¿Tú dirás?

―Me has enviado un SMS ¿no?

―Ni lo nombres… ¡Ya te he dicho que estoy hasta el higo del puto Galaxy!

― ¡Si es una pasada!

― ¿Tú crees?...

―A eso voy…

― ¿No querrás que me meta en internet?

―No hace falta, de momento. Sólo quiero que te descargues el WhatsApp.

―El ‘wasa’ de los críos.

― ¡Yes!

― ¿Para qué?

―Porque es un servicio de mensajería instantánea y gratuita compatible con todas las compañías telefónicas: te ahorras un montón de guita.

― ¿Quieres decir que, si en vez de enviar SMS utilizo wasaps, no me cobran?

― Exacto.

― ¡Me apunto! ¿Cómo lo hago?

Pepa le da las instrucciones y la inicia en el wasapeo.

***

Una semana después, Carmen maneja su Galaxy como si fuera una Lolita post moderna. Hasta se le olvidan los quehaceres domésticos habituales. Está comiendo con Antonio ―su esposo― y wasapeando con Pepa.  De repente, le entra la risa floja.

―Nena, ¿qué haces? Pareces una tennager dándole a las teclas ―comenta su partenaire.

― ¿Te molesta?

―No, no. Sigue…

―Hablo con Pepa.

―Ya.

―Tú a lo tuyo, cielo. Con los deportes…

Antonio tuerce el morro. Pero calla. Así la comida y la sobremesa. Recoge la cocina pegando saltitos entre mensajito y contestación. Sabe que tendrá que cortar en breve: es domingo y toca echar una canita al aire. Una hora después, entra en la habitación y ve a su Antonio en ropa interior: slips negros con elástico blanco que reza Calvin Klein. Posando como si fuera la mismísima Maja Desnuda. Es atractivo y se mantiene en forma; la panorámica es agradable para cualquier mujer. Carmen pasa sus dedos ―con uñas de porcelana a lo francesa― por el torso de su marido.

―Estás tan apetitoso como el primer día ―insinúa, felina.

―Gracias amor… ―contesta él, arrastrando la voz.

―Yo tampoco estoy mal ¿verdad cariño? ―sugiere, mirándolo con ojos devoradores.

―Déjame que lo compruebe ―indica, sensual.

Se enrollan como dos amantes salvajes. De improviso, se oye el sonido de un mensaje nuevo. Carmen se separa con gracejo de Antonio. Mira el móvil y se desternilla. Seguido, wasapea como una posesa ante el rostro atónito de su enamorado. En un intento desesperado, Antonio prepara un porno. Enciende el televisor. La pantalla se inunda con un cipote descomunal que agasaja la boca de una señorita. Ipso facto, Carmen deja su Galaxy y ronronea cual leona en celo. Antonio se vuelve a animar. A punto de imitar la escena de la caja tonta. Escuchan un nuevo pitido melódico.

―Antonio, espera un poquito. Pepa me está detallando una historia muy emocionante. Después te la cuento: te reirás ―le dice de sopetón al pobre hombre.

―Mujer, que uno está como está… ―indica señalando su pene erguido.

―Seguro que aguantas un ratito.

― ¿Un ratito?…

― ¡Si hombre! Entretente con la tele…

―Cualquiera diría que prefieres sus teclas a las mías.

― ¡Qué gracioso eres!

―O lo dejas o te vas a enterar ―recrimina el esposo.

― ¡Uy! Si va a tener razón Pepa: eres un puto celoso.

― ¿Yo?...

― ¿No ves que mi juguetito es sólo un telefonito indefenso?

― ¡A qué mala hora te lo compré!

― ¡Por Dios! No podría vivir sin él. Recuerda que me lo regalaste para distraerme…

―Sí, churri… ¡Para que te divirtieras cuando no tuvieras nada qué hacer ¡

― ¡Pues eso hago!

― ¿Y yo qué?

―Tú con la peli. Yo, con mi WhatsApp –le guiña un ojo y sonríe.

Al amante despechado, se le quitan las ganas de todo. Mira a su esposa y decide coger su móvil. Minutos después, ambos wasapean hipnotizados con sus pantallas móviles. Ella con Pepa. Él mandándole selfis picantones a una chavala de Facebook.

 

@Anna Genovés

Revisión 21 de junio de 2020


*Dedicado a todos los lectores y a mi querida Anaïs Nin

 

 



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