Némesis, de Philip Roth



El primer caso de polio de aquel verano se produjo a comienzos de junio, poco después del Día de los Caídos, en un barrio italiano pobre que estaba en el otro extremo de la población donde nosotros vivíamos.

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-No soy médico, no soy científico. No sé por qué esta enfermedad ataca, ni creo que nadie lo sepa. Por eso todo el mundo trata de descubrir quién o qué es el culpable. Tratar de averiguar cuál es la causa para poder eliminarla.
-Pero ¿qué me dice de los italianos? ¡Tienen que haber sido los italianos!
-No, no, no creo tal cosa. Yo estaba allí cuando llegaron los italianos. No tuvieron ningún contacto con los niños. No fueron los italianos. Escuchen, no deben dejarse consumir por la preocupación ni por el temor. Lo importante es no infectar a los niños con el germen del temor. Vamos a superar esto, créame. Todos aportaremos nuestro granito de arena, mantendremos la calma y haremos todo lo que podamos para proteger a los niños, y saldremos de esto juntos.

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El boletín de la polio, que también emitía a diario la emisora de radio local, mantenía a los ciudadanos de Newark al corriente del número y la localización de cada nuevo caso en la ciudad. Hasta ese momento del verano, lo que la gente oía o leía nunca era lo que esperaba –que la epidemia estaba remitiendo–, sino más bien que el número de casos nuevos había vuelto a aumentar el día anterior. El impacto de las cifras era, naturalmente, descorazonador, aterrador y fatigoso, pues no se trataba de los números impersonales que uno estaba acostumbrado a oír por la radio o a leer en el periódico, esos números que servían para localizar una casa o registrar la edad de una persona o establecer el precio de unos zapatos. Aquellos eran los números aterradores que reflejaban el progreso de la horrible enfermedad y que, en los dieciséis barrios de Newark, se correspondían, en impacto, con las cifras de los muertos, heridos y desaparecidos en la guerra de verdad. Porque aquella era también una guerra de verdad, una guerra de matanza, ruina, desolación y perdición, una guerra con los estragos de la guerra: una guerra contra los niños de Newark.

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-Las cosas están mal, Eugene. La gente ha puesto el grito en el cielo. Están aterrados. Todo el mundo teme por sus hijos. Gracias a Dios que estás lejos. Los conductores de autobús de las líneas ocho y catorce no quieren ir a Weequahic a menos que les den mascarillas protectoras. Algunos no están dispuestos a ir de ninguna manera. Los carteros se niegan a llevar el correo. Los camioneros que transportan mercancías para los almacenes, las tiendas, las gasolineras, etcétera, tampoco quieren ir allá. Los forasteros pasan en coche con las ventanillas cerradas pese al calor que hace. Los antisemitas dicen que es por culpa de los judíos el que la polio se propague en esa zona. La culpa es de todos los judíos…, por eso Weequahic es el centro de la parálisis y por eso habría que aislar a los judíos. Se diría que algunos creen que la mejor manera de librarse de la epidemia de polio sería quemar Weequahic con todos los judíos dentro. Hay mucho resentimiento debido a las barbaridades que dice la gente a causa del miedo. Del miedo y del odio. Yo nací en la ciudad, y no había visto una cosa igual en toda mi vida. Es como si todo se viniera abajo.


[Debolsillo. Traducción de Jordi Fibla]

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