Érase un río, Bonnie Jo Campbell, Traducción de Tomás Cobos, Dirty Works, 352 páginas, 25,50€.



En el sobreexcitado y no siempre tan literario mercado editorial de nuestros días hay una proliferación de sellos, líneas editoriales de grandes marcas y mucho empuje de los dos inmensos emporios (Planeta y Penguin Random House), que parecen engullirlo todo. La frase de que cada año se crean y desaparecen el mismo número de editoriales dejó de ser epatante hace tiempo. Sin embargo, todo lo señalado no es óbice para que existan pequeñas casas editoriales, normalmente proyectos personalísimos convertidos en papel gracias al tesón de sus creadores, que apuntalan la calidad del sistema con su quehacer. Dirty Works Editorial es uno de esos puntales, pues pese a su juventud y al peligro de las exiguas ventas, se atreven a apostar por una línea clara, publicar en español autores norteamericanos inéditos, muchos vivos, que navegan entre lo culturalmente fronterizo, el western moderno, lo bizarro o lo encantadoramente outsider, pero siempre manteniendo unos estándares literarios de calidad.

Una de las últimas publicaciones de Dirty Works ha sido Érase un río, firmado por Bonnie Jo Campbell. Su acierto no puede ser pasado por alto, puesto que con una excelente traducción (cuestión marca de la casa y realizada en este caso por Tomás Cobos), introducen en el mercado español una obra con una protagonista femenina, empoderada a la fuerza y valiente sin saberlo, cuyas acciones firmaría cualquier colectivo feminista. Sin embargo, el sentido último de Margo Crane es la supervivencia física y emocional en un medio hostil. La protagonista se irá convirtiendo, además, en un trasunto moderno de su admirada Annie Oakley, tiradora virtuosa del show de Buffalo Bill.

Imaginemos por un momento que trasladamos los mimbres de un drama shakesperiano al interior de Michigan, por poner algún lugar cierto, y que lo combinamos con elementos de amor por una naturaleza cada vez más enferma propios de Thoreau y, por si todo ello fuera poco, le añadimos unos rasgos whartonianos de lucha por su destino, por no dejarse dominar como mujer por nadie, ni familia, ni amantes, ni desgracias. Ese es el trayecto que nos ofrece la autora, aunque se dibujan otras tantas cuestiones esenciales en el libro, como la búsqueda del lugar propio, el recuerdo de los seres queridos, la necesidad de hollar el camino de la experiencia o la dolorosa evolución de una adolescente que se ve arrastrada por la fuerza continua y sugerente de un río, que es a la vez metáfora, hogar y camino.

No obstante, lo más destacado de esta novela de descubrimiento no es nada de lo que podría parecer evidente. Hay en Érase un río una poética del desamparo y de la supervivencia de una fuerza estética arrolladora. Los propósitos y maneras cargados de sencillez y verdad que mueven a la muchacha protagonista podrían ser dictados de los dioses en cualquier epopeya. Margo Crane se sustenta como un junco ante las desgracias, flexible pero resistente. Es capaz de habitar en un abrazo cuando lo siente sincero y de superar las adversidades, algunas terribles, sin dejarse amilanar por el miedo o el deseo de venganza. En ocasiones, y quizá también como símbolo de su espíritu de lucha, ve la vida (y a los habitantes del río) a través de la mirilla de su rifle, con el que ha conseguido una pericia sensacional. Me gusta imaginarla eternamente así, a la intemperie y junto a una prole de valientes salvajes, acechando alimañas, animales y humanas, precedida por el cañón de su fusil Marlin. No dejen que les alcance.


Reseña publicada previamente en la revista Qué Leer. 

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Érase un río, Bonnie Jo Campbell, Traducción de Tomás Cobos, Dirty Works, 352 páginas, 25,50€.



En el sobreexcitado y no siempre tan literario mercado editorial de nuestros días hay una proliferación de sellos, líneas editoriales de grandes marcas y mucho empuje de los dos inmensos emporios (Planeta y Penguin Random House), que parecen engullirlo todo. La frase de que cada año se crean y desaparecen el mismo número de editoriales dejó de ser epatante hace tiempo. Sin embargo, todo lo señalado no es óbice para que existan pequeñas casas editoriales, normalmente proyectos personalísimos convertidos en papel gracias al tesón de sus creadores, que apuntalan la calidad del sistema con su quehacer. Dirty Works Editorial es uno de esos puntales, pues pese a su juventud y al peligro de las exiguas ventas, se atreven a apostar por una línea clara, publicar en español autores norteamericanos inéditos, muchos vivos, que navegan entre lo culturalmente fronterizo, el western moderno, lo bizarro o lo encantadoramente outsider, pero siempre manteniendo unos estándares literarios de calidad.

Una de las últimas publicaciones de Dirty Works ha sido Érase un río, firmado por Bonnie Jo Campbell. Su acierto no puede ser pasado por alto, puesto que con una excelente traducción (cuestión marca de la casa y realizada en este caso por Tomás Cobos), introducen en el mercado español una obra con una protagonista femenina, empoderada a la fuerza y valiente sin saberlo, cuyas acciones firmaría cualquier colectivo feminista. Sin embargo, el sentido último de Margo Crane es la supervivencia física y emocional en un medio hostil. La protagonista se irá convirtiendo, además, en un trasunto moderno de su admirada Annie Oakley, tiradora virtuosa del show de Buffalo Bill.

Imaginemos por un momento que trasladamos los mimbres de un drama shakesperiano al interior de Michigan, por poner algún lugar cierto, y que lo combinamos con elementos de amor por una naturaleza cada vez más enferma propios de Thoreau y, por si todo ello fuera poco, le añadimos unos rasgos whartonianos de lucha por su destino, por no dejarse dominar como mujer por nadie, ni familia, ni amantes, ni desgracias. Ese es el trayecto que nos ofrece la autora, aunque se dibujan otras tantas cuestiones esenciales en el libro, como la búsqueda del lugar propio, el recuerdo de los seres queridos, la necesidad de hollar el camino de la experiencia o la dolorosa evolución de una adolescente que se ve arrastrada por la fuerza continua y sugerente de un río, que es a la vez metáfora, hogar y camino.

No obstante, lo más destacado de esta novela de descubrimiento no es nada de lo que podría parecer evidente. Hay en Érase un río una poética del desamparo y de la supervivencia de una fuerza estética arrolladora. Los propósitos y maneras cargados de sencillez y verdad que mueven a la muchacha protagonista podrían ser dictados de los dioses en cualquier epopeya. Margo Crane se sustenta como un junco ante las desgracias, flexible pero resistente. Es capaz de habitar en un abrazo cuando lo siente sincero y de superar las adversidades, algunas terribles, sin dejarse amilanar por el miedo o el deseo de venganza. En ocasiones, y quizá también como símbolo de su espíritu de lucha, ve la vida (y a los habitantes del río) a través de la mirilla de su rifle, con el que ha conseguido una pericia sensacional. Me gusta imaginarla eternamente así, a la intemperie y junto a una prole de valientes salvajes, acechando alimañas, animales y humanas, precedida por el cañón de su fusil Marlin. No dejen que les alcance.


Reseña publicada previamente en la revista Qué Leer. 

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