Enero, de Sara Gallardo



Nefer piensa que hay bastante distancia entre la mesa y su cuerpo, pero que ha de llegar el momento en que le sea difícil pasar costeando el banco hasta su sitio. "Pero entonces no vendré a comer… Quién sabe si para entonces no estaré muerta…" y se imagina rodeada de flores y gente triste, y al Negro apoyado en la puerta con la cara seria y los ojos por fin puestos en ella. "Sin embargo, más bien mirará a la Alcira", reflexiona con desaliento, y las ganas de morir se le pasan contemplando a su hermana que se rasca pensativamente un brazo, mientras espera que el turco acabe de comer para llevarse el plato.

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¿Qué es el día, qué es el mundo cuando todo tiembla dentro de uno? El cielo se pone oscuro, las casas crecen, se juntan, se tambalean, las voces suben, aumentan, son una sola voz. ¡Basta! ¿Quién grita así? El alma está negra, el alma como el campo con tormenta, sin una luz, callada como un muerto bajo la tierra.

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Cuando cierra los ojos es como si los abriera a su interior, donde crece y vigila su desdicha, y apretando los dientes hunde más la cara en el cuello del perro. Pero no llora. "Desgraciada. Soy desgraciada. Más me valiera estar muerta. Sí. Más me valiera. Más me valiera morirme ahora mismo. Capitán. ¿Capitán?".
Capitán se rasca de modo inhábil y bosteza con un gritito como un silbido, entonces ella lo agarra por dos mechones de pelo y sacude hasta que los dientes le entrechocan. Capitán es su amigo y cree que está jugando, pero ella sacude en él a la gran confabulación que la cerca: su desdicha confabulada con el tiempo, confabulado con su cuerpo, todos contra ella sola, unidos como un triple gigante impávido.

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Antes le gustaba la misión y tenían cuentos para meses, pero hoy Nefer quiere cavar un pozo en la tierra, aunque fuese con las uñas, aunque sangraran, con los dedos si las uñas se rompían, con los brazos si los dedos se gastaban, y en el pozo profundo enterrarse, cubrir de tierra los ojos cerrados y volverse poco a poco raíz, o pasto, o barro, sin sueños, sola, olvidada del miedo. Porque los días están amadrinados, llega uno y sabemos que el otro viene, y también el otro, y el otro más, y hay que aguantarse, porque el hombre es un pobrecito que no puede levantar el cuchillo y decir: no quiero más días, sin decir: no quiero más hombre, y arreglar tal vez las cosas metiéndose el cuchillo en la barriga. Porque los días son como una tropa sin fin pasando una tranquera.


[Malas Tierras]

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