El libro más peligroso, de Kevin Birmingham



Subtitulado James Joyce y la batalla por el Ulises, este volumen publicado por Es Pop Ediciones es uno de los trabajos actuales más interesantes y exquisitos sobre el entorno literario. Un libro, me atrevería a decir, de lectura obligatoria para todos aquellos que nos dedicamos a esto: la escritura, la edición, la traducción, la venta en librerías…, porque habla de la libertad de expresión y del lenguaje, de una obra que rompió moldes, que revolucionó el panorama de las letras y puso en marcha un proceso asombroso de juicios y prohibiciones. De cómo Ulises fue escrito y concebido, publicado por entregas, censurado, perseguido, pirateado, prohibido, confiscado e incluso quemado.

Uno de los aspectos más notables es que su autor nos presenta a Joyce como un hombre enfermo, obsesionado y doliente, y a Sylvia Beach como la auténtica heroína de la historia: no en vano, además de abrir Shakespeare and Company, la mítica librería de París, publicó Ulises contra viento y marea. El resultado, como digo, me parece apasionante, repleto de vínculos de amistad y de rencor entre escritores, de pequeños detalles sobre las dificultades de edición y de publicación de aquella novela que hizo historia mediante la polémica, el escándalo y su contenido revolucionario (como bien expresa el autor), pero tampoco faltan detalles de otras obras de Joyce ni de capítulos esenciales de su biografía. Yo no he leído el James Joyce de Richard Ellmann y no sé si lo leeré porque el acercamiento que hace Birmingham me parece ya ejemplar. Ulises, en cambio, sí lo leí hará unos 15 años (en la edición de José María Valverde), pero tras El libro más peligroso me gustaría releerlo, aunque ya en otra traducción. Veremos. De momento, aquí van unos extractos:

"No puedo escribir sin que alguien se ofenda", concluía [Joyce], y si se hubiera visto obligado a redactar sus cuentos de otra manera, no se habría tomado la molestia.

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El problema más práctico para la familia era que Joyce seguía fervorosamente entregado a la escritura a pesar de que su carrera, a la que para entonces había dedicado más de diez años, apenas le reportaba beneficio alguno. Aunque Joyce había empezado a labrarse cierto reconocimiento, la posibilidad de ganarse la vida como escritor seguía pareciendo en aquel momento tan remota como el primer día.

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El mosaico federal de leyes antiobscenidad tuvo efectos perversos. Un hombre era libre de visitar un burdel, pero si se le ocurría escribir un relato sobre su visita, podía ir a la cárcel; las palabras inmorales pasaron a ser más punibles que los actos inmorales. Un oficinista que enviase por correo un libro obsceno se enfrentaba a una sentencia más dura que el autor, el editor y el vendedor del libro, porque la Ley Comstock no pretendía controlar las librerías. Pretendía controlar la cadena de distribución más poderosa de la nación.

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La letra impresa era el medio a través del cual una idea penetraba en el flujo de la cultura, y las prohibiciones literarias se aseguraban de que la cultura nunca absorbiera conceptos y argumentos peligrosos. Como las prohibiciones eran nebulosas (la censura nunca fue tan simple como una lista de palabras impublicables), su influencia sobre la cultura acabó siendo escalofriantemente amplia.

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Ulises era revolucionario porque no se limitó simplemente a solicitar un margen ligeramente más amplio de libertad. Ulises exigía una libertad absoluta. Se llevó por delante los silencios. Las amenazas de un soldado enfurecido en Nighttown ("¡A ese malnacido cabrón le retuerzo el maldito puto gaznate!"), las exigencias imaginadas por Molly ("lame mi mierda") y la desagradable imagen que del Mar Muerto tiene Bloom ("el gris y hundido coño del mundo"), eran variaciones de una misma declaración: que a partir de aquel momento no volvería a haber pensamientos inexpresables, ninguna restricción a la manifestación de las ideas. Por eso, poner por escrito la palabra fuck era más que una travesura juvenil. "Joyce lo expresa todo… ¡todo!", se maravilló Arnold Bennett. "El código ha quedado hecho añicos". Ulises hacía que todo fuera posible.

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Para muchas personas, entre ellas aquel bachiller estadounidense, simplemente poseer Ulises era un acto de rebelión. Pasarlo a través de aduanas era un crimen. Imprimirlo, venderlo y distribuirlo conllevaba penas de cárcel. Cualquier agente que colaborase en la importación de incluso una sola copia de Ulises podía recibir una multa de cinco mil dólares y una pena de hasta diez años de cárcel. El riesgo generaba devoción; tu relación con un libro cambia cuando te ves obligado a esconderlo de tu Gobierno. 

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Censurar un libro es fácil. Únicamente requiere aumentar los riesgos de publicarlo de forma que al editor le acabe pareciendo un riesgo excesivo, y publicar libros ya es de por sí una empresa quijotesca.


[Es Pop Ediciones. Traducción de Óscar Palmer Yáñez]

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