CISNE NEGRO por SUSANA BARRAGUÉS SAINZ




Es imposible que lo improbable no suceda jamás.
Una probabilidad de uno entre un millón obliga a construir de nuevo el arca de Noé.
Lo potencialmente posible es sencillamente muy posible.
El beso entre la predicción y el tiempo tiene por hija la consecuencia irreversible
y yo me pinché el dedo del pie con la aguja en el pajar.
La frecuencia con que ocurren los sucesos insólitos
se ajusta como un guante a la función de Emil Julius Gumbel
que sentado en una silla de dos patas suponemos tuvo la gran revelación:
“Sólo es cuestión de esperar”. En el infinito ocurre todo.
La aparición de lo inédito, lo extraño, lo increíble,
las crisis que anunciaban los oráculos babilonios, minoicos, aztecas
-kronos frente a kairós-, los cisnes negros
nacen de los huevos que nacieron de otros huevos idénticos
pero que llevaban la posibilidad del contrario en su centro.
Conocimiento que, instintivamente, ya tenemos.
Puede ocurrir que un rayo nos entre y salga por los pies.
Que una roca se desprenda desde el acantilado, mientras tomamos el sol.
Que se produzca el encuentro con un ser remoto, que justamente,
era idéntico a ti en la curvatura y el espesor de las cejas.
Crecidas de ríos, tormentas, ráfagas de viento extremo.
Combinación de estrellas ganadora en el boleto del bolsillo.
Somos hijos de lo fortuito, llevamos la marca del uno sobre el cero en la frente.
Si no nos sucede algo increíble, en algún lugar rocambolesco,
en algún momento frenético, presentimos que el universo
se está conjurando para la siguiente carambola.
Una pieza de titanio se desprendió del avión
que precedía al Concorde 4590 París-Nueva York
y perforó un neumático de la aeronave
que hizo saltar un trozo de caucho
que golpeó el depósito de combustible
que rompió un cable eléctrico que produjo una chispa
que incendió el ala izquierda que precipitó al avión contra un hotel.
Y algo dentro de nosotros asiente, en conformidad.
Los cacahuetes de cabina eran como los de todos los días.
El blanco dental del piloto lucía igual que igual.
Pero la fortuna había desplegado su vela maestra al viento revés
y el azar estaba mareado. El azar con sus dos caras,
incluyendo la posición de canto en la moneda.

Algunos llaman Dios al caballo de la sorpresa
cabalgando sobre la pradera de la suerte.


Susana Barragués Sainz, de Poemas para mi Hermano Álvaro, 2018.


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