El viento, de Dorothy Scarborough



De Dorothy Scarborough (1878 – 1935) no conocíamos nada en España y, gracias a Errata Naturae, hemos podido disfrutar de su novela El viento, que fue adaptada en 1928 en una película protagonizada por Lillian Gish. El viento es una de las novelas más angustiosas que he leído en los últimos tiempos, y en algunos pasajes me ha provocado el mismo desasosiego que La metamorfosis (o La transformación) de Kafka. Porque ese viento simboliza el miedo de la protagonista, representa una amenaza a la que no se puede vencer porque forma parte de la naturaleza, y se convierte, aquí, en una especie de monstruo imbatible.

Letty Mason es una joven que vive en Virginia. A la muerte de su madre, el pastor de su localidad le recomienda que se mude a la casa de su primo Beverly, quien reside en el Oeste con su familia. La joven, soñadora e ingenua, no sabe que está a punto de vivir en una tierra árida, sin vegetación, una zona castigada por la sequía y la pobreza, en la que apenas hay nada salvo desierto y arena, y un viento terrible, continuo e implacable que empuja esa arena día y noche y la mete en las casas y entre la ropa, sumiendo a las personas en estados de crisis y de nervios. Y, según afirma la narradora, ese viento es aún más terrible para las mujeres porque les seca la piel, les enreda y les alborota el pelo, les hace achinar los ojos para evitar que les entre arenilla, las ensucia y las vuelve locas mientras trabajan en el hogar o en las inmediaciones de la casa. Cuando llega a la propiedad de su primo y tiene que dormir con sus hijos en la misma habitación y soportar a la esposa de Beverly, una mujer arisca e intratable, y tiene que sufrir el viento, la arena y los parajes sin vegetación, es cuando Letty se ve atrapada sin remedio, asfixiada, viviendo una vida que no le gusta, en un lugar que no le parece confortable y en un entorno que la agobia.

Decía al principio que es una de las novelas más angustiosas que he leído y eso es gracias a las descripciones de la autora: nos pinta ese viento del Oeste bajo la mirada de la protagonista, que lo ve como un monstruo, como un ser con vida que adivina sus intenciones y le tiende trampas y la persigue. Un viento fuerte, cuando se alía con la arena, puede volver loco a cualquiera porque le obliga a cerrar los ojos y le trastorna con su silbido. En algunos momentos Letty está próxima a la locura porque ese viento la atosiga y la trastorna. Casi podríamos decir que es una novela sobre la claustrofobia, como si las casas en las que vive la protagonista fueran los muros de una prisión y el viento y la arena fuesen los carceleros. Esa impotencia de no poder salir de un lugar, de no poder escaparse de una situación, de volverse loco estando atrapado, es lo que me recuerda a Kafka y a su insecto patas arriba. Por si fuera poco, Letty está rodeada de vaqueros, de hombres rudos y polvorientos que tienen rifles, monturas y kilos de suciedad. Es decir, como si viéramos el lado femenino de un western. Me ha parecido una novela espléndida. Aquí van algunos extractos:

El viento fue la causa de todo. La arena también tuvo parte de culpa, y los seres humanos se vieron implicados, pero el viento fue la fuerza primigenia, y de no ser por él nada de lo que ocurrió después habría tenido lugar. Sucedió en el oeste de Texas, hace muchos, muchos años, antes de dividir los vastos parajes en granjas, antes de ararlos y sembrarlos para el cultivo, cuando no había nada que estorbase el barrido del viento a través de las llanuras sin árboles, cuando la arena volaba con furia sobre la meseta, o conformaba burlonas ondas que nunca rompían en playas, ni cercanas ni remotas, o se acumulaba en montículos que eran arrastrados por caprichosas ráfagas tan pronto como se erigían, cuando a lo largo de interminables kilómetros no había más que viento, arena y vacío, distantes del cielo.

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En los viejos tiempos, el viento era enemigo de las mujeres. ¿Las odiaba porque veía en ellas el símbolo de esa civilización que menoscababa paulatinamente su propio poder? ¿Porque era para las mujeres para quienes los hombres construían casas –tal y como antaño construían refugios–, agrandaban los rebaños y convertían la llanura en granjas, surcando la tierra que desde la noche de los tiempos no había conocido arado alguno?
El viento era cruel con las mujeres, sometidas a su tiranía. Se ensañaba con ellas sin descanso, azotándolas con gélidas ráfagas en invierno, quemándolas con su hálito ardiente en verano, agostando su piel y enmadejando su cabello, intentando erosionar sus nervios y atemorizarlas.
La arena era el arma del viento. Se clavaba en la cara como esquirlas de cristal, cegaba, se colaba en las casas a través de las ventanas cerradas, de las puertas, de cada grieta, de cada fisura, de manera que podría hacer que la ropa de cama resultase áspera, que la comida tuviese un regusto arenoso, que el aire fuese sofocante. Se acumulaba en montículos como la nieve tras una ventisca del norte.

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El agua se había convertido casi en una obsesión. Por la noche, en sus agitados sueños, se encontraba perdida en un desierto luchando contra la arena profunda, las manos y el rostro lacerados por las espinas de mezquites y cactus, los pies repletos de agujas de nopales clavadas, y sin embargo obligada, forzada a buscar un pozo… ¡Un agua profunda en la que pudiera sumergirse para refrescarse y purificarse de nuevo! Un agua que borrase la arena y las lágrimas, que la ayudase a olvidar las escenas horribles a las que había asistido…

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Y el viento continuaba soplando. El viento le había robado la belleza, la juventud, los sueños, se repetía a media voz. ¿Se apoderaría también un día de su razón o de su vida? Ululaba alrededor de la casa día y noche… ¿Era él lo que oía cuando prestaba atención, rastreando esos sonidos agudos, incesantes, implacables? ¿Era él o la letanía fúnebre de los coyotes…? 


[Errata Naturae. Traducción de Sara Álvarez Pérez]

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