Dog Soldiers, de Robert Stone [Nueva edición]


Al final, para un hombre como es debido, para un samurái, no hay demasiadas cosas que merezcan la pena desear. Pero hay algunas. Y al final, si un hombre como es debido sigue necesitando una ilusión, elige la más valiosa y se compromete con ella. Esa ilusión podía consistir en esperar el día en que una mujer estuviera en sus manos. En estar con ella y estremecerse en el mismo momento.
Si dejo esto, pensó, seré viejo: no quedarán más que fantasmas, resacas y dulces recuerdos. A la mierda, pensó, haz lo que sientas. Esta es la ola. Esta es la ola que debo montar hasta que se estrelle.

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-Llevo mucho tiempo sin encender las luces. Pero la mayoría funciona, creo.
-Cuando oigas la primera ráfaga, enciéndelas. Conecta los altavoces… Quiero un auténtico diluvio de cosas raras. Quiero una ópera.
-Sí, ya lo veo. Pero en la vida real esas cosas no salen bien –dijo Dieter.
-Bueno, entonces que le den por culo a la vida real. La vida real no me impresiona.

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¿Con qué cargas?, preguntó alguien.
-Con el dolor, tío. El de todos. También el tuyo, aunque no lo sepas.

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Para empezar, demostraba que, si uno se aferraba a algo, plantaba cara a cualquier tipo de presión, se negaba a ceder cuando las cosas iban mal, superaba a todos los adversarios y confiaba en su propia decisión y entereza, entonces, al final, el saquito de habichuelas le estaría esperándole al otro lado del arco iris.

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-Un tipo me dijo una vez algo que siempre he recordado. El tipo me dijo: "Si crees que alguien está pensando en jugártela, no te toca a ti juzgarlo. Mátalo y deja que Dios se ocupe del asunto".


[Malas Tierras. Traducción de Mariano Antolín Rato e Inga Pellisa]

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