LA ÚLTIMA VEZ DE TODO por MIGUEL ÁNGEL BERROCAL



Estuve conduciendo algo más de treinta y tres horas seguidas; no podía permitirme parar cuando miré por última vez el reloj. Buscaba sin descanso mientras en el asiento de atrás se movían de un lado para otro una veintena de libros: Arthur y Henry Miller, Elia Kazan, Tennessee Williams, William Faulkner, Norman Mailer, James Joyce, Burroughs, Ginsberg y Pio Baroja; puede que alguno más y una vieja biblia. Los llevaba siempre. Nos encantaba leer tirados en el suelo rodeados del resto de libros, fumando Camel sin filtro y bebiendo güisqui, riendo entre lectura y sexo, derramando esa turba por tu cuerpo para luego perderme entre sus rincones; eran los mejores momentos del mundo. 
Delante, una caja de Ardbeg a los pies del copiloto, varias cajas de cafeína en pastillas y cinco tabletas de chocolate negro. A veces paraba para mear y cambiar las pastillas por café; una excusa para echar el güisqui a algo caliente. Y seguía, seguía buscando.
Durante las diez primeras horas creí que sería fácil, sabía tu nombre de dni, sabía tu rostro mejor que tu madre, tu olor y maneras, te sabía a ti; casi todo podría decirse.
Anduve rápido esas horas entre los sitios que más te gustaban. Esos bares de carretera entre Despeñaperros y las afueras de Madrid con olor a rancio y llenos de souvenirs; y habías pasado, las camareras siempre me decían que habías estado hacía unas horas. No me alteraba por ello, tomaba un café y seguía, casi me divertía este juego que empezó por tu cabezonería en un bungalow de Grazalema.
Cuando pasé Madrid empecé a entrar en un estado de Nervio leve que no me dejaba disfrutar de la búsqueda, pasaba algo y me tenía totalmente distraído. Entonces fue cuando empecé a buscar como si fuera un perro de caza, apenas paraba, lo justo para buscar tu rastro, mear, y seguir.
No me di cuenta cuando entré en Galicia, llevaba casi veinticinco horas al volante, y empecé a recordar la estupidez de Grazalema:
- Encuéntrame antes de que se termine el mundo, o allí donde termina, acabará el nuestro... treinta y tres... ~
Pasé el norte Gallego rozando tu espalda, lo podía sentir. Miré el reloj por última vez casi llegando a Finisterre, no volvería a mirarlo, habían pasado casi treinta y tres horas.
Llegué con el coche lo más cerca del acantilado que pude, se acababa el tiempo, había dejado atrás tu Peugeot hacía escasos doscientos metros. Empecé a correr en plena noche cerrada, caí varias veces, hasta que te vi por un golpe de faro. Me acerqué despacio, llevabas ese vestido blanco que te regalé con el que parecías salida del mar. Te dije hola.
Tú sólo dijiste treinta y tres, y saltaste por el acantilado. Fue la última vez que nos vimos, la última vez que viví, la última vez de todo.


Miguel Ángel Berrocal


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