Conversaciones con Marcel Duchamp, de Pierre Cabanne



Éste es uno de los libros de cabecera de Enrique Vila-Matas y he aprovechado esta nueva edición (la antigua, de Anagrama, creo que es bastante difícil de localizar) para comprarlo y leerlo: aunque salió en 2012, no ha sido hasta ahora que yo lo he visto. Son conversaciones muy provechosas, llenas de hallazgos, de frases de Marcel Duchamp que le hacen a uno sonreír: tenía ese punto de andar por la vida como si nada ni nadie le pudiera despeinar, quitándole hierro e importancia a cuanto hacía y con una filosofía vital y una humildad que me parecen envidiables. A veces lo que dicen los artistas es igual o más grande que sus obras. Basta con unos ejemplos de esta maravilla (que incluye varios apéndices: tres prólogos de Pierre Cabanne, una introducción de Robert Motherwell y uno de esos textos extraños de Salvador Dalí), a la que me ha llevado Vila-Matas:

PIERRE CABANNE: Marcel Duchamp, estamos en 1966; dentro de pocos meses va usted a cumplir ochenta años. Se fue a los Estados Unidos en 1915, es decir, hace más de medio siglo. Cuando echa la mirada atrás, a su vida entera, ¿cuál es su principal motivo de satisfacción?
MARCEL DUCHAMP: Lo primero, la suerte que he tenido. Porque, en el fondo, nunca he trabajado para vivir. Soy de la opinión de que trabajar para vivir es, en cierto modo, una estupidez desde el punto de vista económico. Tengo la esperanza de que algún día se consiga vivir sin tener la obligación de trabajar. Gracias a la suerte que tuve, pude librarme. Llegó un momento en que caí en la cuenta de que no había que crearse en la vida estorbos que fueran una carga, ni demasiadas cosas que hacer, ni eso que se llama mujer, hijos, una casa en el campo, un coche. Y, afortunadamente, tardé muy poco en darme cuenta. Con lo cual pude llevar largo tiempo una vida de soltero mucho más fácil que si hubiese tenido que hacer frente a todas las dificultades habituales de la existencia. En el fondo, eso es lo principal. Así que me considero muy afortunado. Nunca me han sucedido desgracias de consideración, ni he pasado ni por penas ni por neurastenias. Tampoco he sabido lo que era el esfuerzo de producir, porque la pintura nunca fue para mí un escape, ni una necesidad imperiosa de expresarme. Nunca he sentido esa clase de necesidad de dibujar a todas horas, continuamente, ni de hacer esbozos, etc. No puedo decirle más. Nunca he notado remordimientos.

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CABANNE: ¿No volvió a tocar ni un pincel ni un lápiz?
DUCHAMP: No, no tiene interés alguno para mí. Es una carencia de atracción, una carencia de interés.
Creo que la pintura se muere, ¿sabe? El cuadro se muere al cabo de cuarenta o cincuenta años porque se le va la lozanía. También la escultura se muere. Es una manía mía que nadie acepta, pero me da igual. Creo que un cuadro al cabo de unos años se muere como el hombre que lo hizo; luego, se llama historia del arte. Hay una diferencia tremenda entre un Monet de ahora, que es de lo más negro, y un Monet de hace entre sesenta y ochenta años, que resplandecía cuando lo pintaron. Ahora ha entrado ya en la historia, es algo aceptado, y además eso está muy bien, no le cambia nada a nada. Los hombres son mortales, los cuadros también. La historia del arte es algo muy diferente de la estética. Para mí la historia del arte es lo que queda de una época en un museo, pero eso no quiere decir que sea forzosamente lo mejor de aquella época y, en el fondo, es probablemente, incluso, la expresión de la mediocridad de esa época, porque las cosas hermosas desaparecieron, el público no quiso conservarlas. Pero todo esto es filosofía…

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CABANNE: Cuando era joven, ¿no sintió deseos de tener una cultura artística?
DUCHAMP: Quizá, pero muy poco. Me habría gustado trabajar, pero había en mí un fondo de pereza tremendo. Me gusta más respirar que trabajar. No creo que el trabajo que he hecho pueda tener en el futuro ningún tipo de importancia desde el punto de vista social. Así que, por decirlo de algún modo, mi arte consistiría en vivir; todos y cada uno de los segundos, todas y cada una de las veces que respiramos son una obra que no está en ninguna parte, que no es ni visual ni cerebral. Es algo parecido a una euforia constante.
CABANNE: Eso decía Roché. Su mejor obra ha sido cómo usó usted el tiempo.
DUCHAMP: Es cierto. Me parece que es cierto, vamos.

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CABANNE: Hay unos cuantos acontecimientos en su vida en los que da la impresión de que se limita a responder a un requerimiento.
DUCHAMP: Me limito a eso por lo general. No soy eso que se conoce como un ambicioso que anda pidiendo cosas. No me gusta pedir; lo primero, porque resulta cansado; y lo segundo, porque no suele servir de nada. No espero nada. No necesito nada. Ahora bien, pedir es una de las formas de la necesidad, la consecuencia de una necesidad. En mí no se da porque, en el fondo, me encuentro estupendamente sin haber producido nada desde hace mucho. No le concedo al artista esa especie de papel social en que se cree obligado a hacer algo, en que se debe al público. Me horrorizan todas esas consideraciones.


[This Side Up. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia]

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