La muerte de la mariposa [Zelda y Francis Scott Fitzgerald], de Pietro Citati


Aunque me gustan las biografías exhaustivas (pienso en volúmenes gruesos como Magia cruda. Una biografía de Sylvia Plath, de Paul Alexander, en Hitler, de Joachim Fest, en Robert Mitchum: ¡Olvídame, cariño!, de Lee Server, por citar algunas), de vez en cuando se agradece una de esas semblanzas breves sobre un literato, un cineasta o una poeta, como Peter Ackroyd al escribir Poe. Una vida truncada. Eso es lo que hizo Pietro Citati con Katherine Mansfield, y lo que también hizo con Zelda y Scott Fitzgerald, esa pareja sobre la que nunca nos cansaremos de leer porque condensa todo lo referente a un matrimonio maldito de escritores: celos, peleas, locura, alcohol, tiempos difíciles… Pese a los éxitos y al dinero, ambos encarnaron el modelo de gente que va a la deriva porque es inevitable, que muere joven y que está continuamente al borde del colapso, de la quiebra, del crack-up (como citó el propio Fitzgerald).

Unas 90 páginas le bastan a Citati para condensar el martirologio de Scott y Zelda, ofreciéndonos de paso algunos pasajes muy hermosos, muy cargados de literatura. Basten dos ejemplos:   

Quien escribe poemas y cuentos busca las luces que se desplazan, los destellos, los reflejos, mientras escucha con una atención cada vez mayor algo que suena al fondo, la poderosa o imperceptible música trágica de las cosas perdidas. Si la cultivamos intensamente, la literatura nos otorga ese privilegio: "Las cosas resultan más dulces una vez que las has perdido". A medida que pérdidas, fallos, renuncias y derrotas se suceden, encontramos a nuestro alrededor, como un regalo o un tesoro que sólo a nosotros nos pertenece, una dulzura cada vez más profunda que nos invade el alma.
Mientras escuchaba esa música melancólica, Fitzgerald perseguí algo a lo que debería haber renunciado: el éxito.

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De esta forma, pelea tras pelea, copa tras copa, derroche tras derroche, Zelda y Fitzgerald perdieron la paz y la salud: abusaron de su amor, lo hirieron, lo desgarraron, lo hicieron trizas, antes incluso de que la locura los arrollara. No comprendieron la razón: ni siquiera Fitzgerald, que reflejó esa pérdida en sus libros, porque sus libros entendieron lo que él no entendió nunca.


[Gatopardo Ediciones. Traducción de Teresa Clavel]

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