¿Quién escribe la historia, el narrador o el autor?

En literatura, se suele confundir a menudo la figura del escritor y el que cuenta la historia, ya sea un narrador personaje u omnisciente (narrado en tercera persona, el que todo lo sabe). De tal forma, rápidamente sabe el lector quién nos está contando la historia. Y, de sobra es conocido, que el narrador nunca es el autor. Es una regla suprema escrita con sangre y un par de ojos de tritón que todo alumno de literatura o escritor primerizo debe aprender.


La diferencia estribaría en que el autor es la persona que inventa o produce, en este caso, una obra literaria; por ejemplo, Francis Scott Fitzgerald. El narrador, por lo tanto, se refiere a la persona que nos narra y cuenta la historia; en este caso sería Nick Carraway, narrador en El Gran Gatsby (de Fitzgerald). Y es que en el maravilloso mundo de la clasificación de los narradores podemos encontrar un mosaico variado entre narradores internos y externos.

Pero no todo es blanco o negro y la, aparentemente, robusta línea que separa narrador y autor puede desmoronarse. José Saramago hace una proposición muy particular en el libro El lector no lee la novela, lee al novelista.

[...] mi osada declaración de que la figura del Narrador no existe de hecho, y que sólo el Autor ―repito, sólo el Autor― ejerce real función narrativa en la obra de ficción, cualquiera que ella sea, novela, cuento o teatro (¿dónde está, quién es el Narrador en la obra teatral?), y quién sabe si hasta en la poesía, que tanto como soy capaz de entender representa la ficción suprema, la ficción de las ficciones. (¿Podremos decir que los heterónimos de Pessoa son los narradores de Pessoa? Si es así, ¿quién les narra a ellos? Entre unos y otros, ¿quién está narrando a quién?).


[...] Buscando auxilio en una dudosa o, por lo menos, problemática correspondencia de las artes (véase Étienne Souriau), algunas veces he argumentado, en mi defensa, que entre una pintura y la persona que la observa no existe otra mediación que no sea la del respectivo autor ausente, y que, por tanto, no es posible identificar, o siquiera imaginar, por ejemplo, la figura de un Narrador en el Guernica, en La rendición de Breda o en Los fusilamiento de la Moncloa. A esta objeción suelen responderme, en general, que, siendo las artes de la pintura y de la escritura diferentes, diferentes tendrían que ser también, necesariamente, las reglas que las definen y las leyes que las gobiernan. Tan perentoria respuesta parece que quiere ignorar el hecho, a mi entender fundamental, de que no hay, objetivamente, ninguna diferencia esencial entre la mano que va guiando el pincel o el vaporizador sobre el soporte, y la mano que va dibujando las letras en el papel o las hace aparecer en la pantalla del computador. Ambas son prolongaciones de un cerebro, ambas son instrumentos mecánicos y sensitivos, capaces, ambas, con adiestramiento y eficacia semejantes, de composiciones y ordenamientos expresivos, sin más barreras o intermediarios que los de la fisiología y de la psicología.

Este estracto, desde luego, te hace pensar. Es cierto que cuando nos gustan un determinado escritor, nos dirigimos a él y nunca a los personajes que nos narran la historia. ¿Alguna vez habéis oído, qué ganas tengo de leer las aventuras de Nick Carraway? No valoramos al narrador, sino al autor de la obra literaria. Sí es cierto que podemos encapricharnos de un determinado narrador testigo o protagonista, Watson, por ejemplo, vive en nuestros corazones.

¿Pero qué ocurre con el narrador omnisciente, el que todo lo sabe? A él nunca lo tenemos en cuenta. ¿Puede que exista un planeta con narradores omnisciente de grandes obras de la literatura? Allí podemos encontrarnos a los narradores omniscientes de todas las novelas, menos La hojarasca, de Gabriel García Márquez, ¿o son todos el mismo? O también al narrador de Un mundo feliz, de Aldous Huxley. Todo es posible. Mientras tanto, que cada uno apele a su propio criterio.

Escrito por María Bravo







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