Brian De Palma por Brian De Palma, de Samuel Blumenfeld y Laurent Vachaud


Una de las primeras cosas que se supieron de usted en Francia fue que su padre era cirujano y que, en su adolescencia, iba a verlo trabajar. ¡Muchos críticos dedujeron de ese hecho que de ahí le venía su afición a la sangre!
Mi padre era cirujano ortopédico. Fue desde luego toda una autoridad en su profesión. Llevaba una revista médica y escribía libros que se traducían en el mundo entero. Se pasaba todo el día en el hospital: era un trabajador empedernido. A los diecisiete años, fui a ver cómo realizaba una amputación. No se me olvidará nunca: me puse una bata y estuve junto a él, ante la mesa de operaciones. ¡Serró la pierna del enfermo y luego me la dio!

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¿Cómo describiría a su familia?
Era muy peculiar. El otro día me di cuenta de que nunca supe la fecha de los cumpleaños de mis hermanos Bruce y Barton o de mis padres. […] Me acuerdo de que una vez llamé a mi madre por teléfono y le pregunté: "¿Sabes qué día es hoy?". Y me contestó: "No". ¿Cómo podía habérsele olvidado el cumpleaños de su propio hijo? En vista de eso, nadie podrá extrañarse de que la familia sea para mí algo así como la estructura en la que se manipula y destruye al individuo. No puedo hablar del capullo de seda familiar, porque no sé qué es eso.

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En general, lo que te vincula a una obra de arte es la emoción que despierta en ti, aunque se sepa que esa emoción puede variar según la edad y la experiencia vital que se tenga. Las obras de arte más abstractas pueden intrigar en el plano intelectual, y enseñarnos cosas incluso, pero no se les coge apego; por eso se vuelve siempre a las películas que nos dicen algo directamente. Sin embargo, las obras de arte de mucha envergadura consiguen las dos cosas: emocionarnos y hacernos pensar.

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Quien consiga rodar de cabo a rabo un momento así [se refiere a los planos largos y a los planos secuencia] tiene en su poder un auténtico bloque orgánico cuya fuerza nunca podrán reproducir los efectos de montaje. Porque cuando se unen dos planos, se crea una emoción, pero de forma artificial; se está manipulando al público; es ya una mentira. En cine, si de verdad se quiere filmar algo auténtico no queda más solución que dejar en marcha la cámara para que los actores mismos hagan nacer la emoción. 

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[…] el capitalismo siempre se las apaña igual para neutralizar las fuerzas contestatarias: las colma de oro, con lo cual dejan de ser contestatarias y vuelven al orden. ¡Fíjense en lo que ha sucedido con el piercing o con los tatuajes! […] La idea de que el sistema acaba siempre por volver a apoderarse de uno me obsesiona, es una de las fuerzas ocultas del capitalismo.

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Toda mi vida he trabajado con mujeres y siempre me he llevado bien con ellas, también con las actrices, y ha sido algo recíproco. Respeto sus opiniones… y encontrarme con una mujer en un puesto elevado y depender de ella jerárquicamente no me molesta en absoluto. No a todos los hombres les pasa lo mismo. Pese a todo me tienen catalogado como el hombre que aborrece a las mujeres porque en mis películas aparecen como víctimas. Lo que, al parecer, quiere decir que lo que me apetece es cortarlas en pedazos. Y eso es una estupidez, porque para mí es sólo una figura que viene dada con el género.

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Cuando vamos al cine, compartimos una experiencia con los demás espectadores de la sala.
Yo no. Yo voy siempre a la sesión de las doce de la mañana porque no hay ni un alma a esas horas. No me gusta ver una película con más gente y en una sala llena hasta la bandera. La reacción de los demás puede cambiar mi percepción de una película. Para mí, la experiencia cinematográfica hay que tenerla solo en una sala. Pero no soy de los que tienen una sala de proyección en su casa. Nunca he entendido eso de invitar a gente a casa para ver una película, nunca. A mí la sesión de las doce de la mañana me parece el paraíso. Me gustan las proyecciones de prueba, y no me gustan demasiado los preestrenos…

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[…] Tony Montana es un monstruo, pero él también tiene unos límites y no los rebasa. Nunca consentirá en matar a unos chiquillos. Y eso es lo que le pierde precisamente. En el infierno, si haces una buena acción, estás perdido. Para sobrevivir en un universo corrupto, tienes que renunciar a cualquier rasgo de humanidad.


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[…] Nunca se le tiene en cuenta a George [Lucas] la apariencia visual alucinante que sabe darles a sus películas. Y me parece muy injusto. Los dos hemos tenido que aguantar el mismo tipo de críticas de nuestras películas. Lo que la gente no entiende es que La amenaza fantasma y Misión a Marte hay que verlas con ojos de niño. La película de George es claramente una película para niños, está llena de ingenuidad, cosa que no sucedía con la primera película de La guerra de las galaxias, que era muy adolescente, los personajes estaban todo el rato diciéndose de todo. La amenaza fantasma y mi película no tienen nada de cínicas, rebosan inocencia. Hay que meterse dentro dejando de lado los prejuicios. Si empiezas a ponerte sarcástico, se acabó, no te lo pasarás bien. Y eso fue lo que hicieron todos los críticos.


[Alba Editorial. Traducción de María Teresa Gallego Urrutia]

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