SILENCIO, MOTOR por MANUEL ONETTI




SEC. 1. COCHE CARRETERA. INT. DÍA. 

La señal de radio se corta entre las montañas. Así que ahora tendré que decir algo. Dos personas en un coche de pobre. De esos con manivelas en las ventanillas. Sin ABS, sin dirección asistida, sin control de estabilidad. Los brazos pesados entre las curvas cerradas del norte. Todo este viaje es una cuesta. Las piernas cargadas, ansiosas por salir de esta conversación. El señor copiloto, segundo ayudante de dirección, se queja del coche del señor piloto, auxiliar de dirección. La radio no tiene para cd, ni puerto usb. A mí también me gustaría llamarlos cómicos. Primer tema de conversación. Pero ahora no hay cómicos. ¿Cuánto hace que murió Fernando Fernán Gómez? Yo no creo en los rumores. La gente con mal humor comprende qué es el respeto. La jerarquía manda el ritmo de la conversación. La jerarquía sintetiza y es síntesis. El teléfono de producción me saca de la aceptación. La ayudante de dirección controla hasta el viaje de los miembros de su equipo. Las curvas desaparecen por un rato. Concentración relajada en la conducción. Control de velocidad. Vuelta a la conversación. Nuevo tema. La jerarquía es una mierda. Siempre hay alguien por encima de ti. Nunca eres el primero aunque te comportes como 1. Cara a cara: ¡Sí Señor! Los gritos forman parte de esta profesión. Todo el mundo grita reclamando. Los actores gritan fuera y dentro de plano. En una réplica. Frente a la máquina del café. Al segundo ayudante de dirección le gusta follar con actrices, al auxiliar de dirección le gustaría follar con actrices. Toda relación acaba en odio. 

SEC. 2. ESTACIÓN DE SERVICIO/COCHE. INT/EXT. DÍA. 

La jerarquía dice que el superior siempre paga. Una botella de Coca-Cola y dos bolsas de patatas. Medio camino. El ticket de la gasolina para producción. La ayudante de dirección vuelve a llamar. Quiere saber por dónde van los actores. El segundo de dirección llama a un ayudante de producción. 5 minutos. El teléfono de producción del segundo ayudante de dirección suena. Sigo conduciendo. La radio vuelve con una canción en otra lengua diferente a la que puedo llegar a entender. Euskara. Los actores están en camino. La pelota vasca. Nueva conversación. Deseos de ir a un frontón y reventarte la mano contra una pelota. Método aceptado por los dos personajes del coche augurando inconscientemente/sin admitir la necesidad de un método para combatir el estrés de las dos futuras semanas de trabajo. El silencio del monte perturbado por un ejército de féminas figurantes. Por sus gritos ancestrales llamados Irrintzis. Gritos que recorren la débil carne del hombre del cine. Siempre luchando entre la obligación y el escondite de la noche, entre la vaguedad y la responsabilidad del miedo al grito jerárquico, entre un bosque macabro mitológico o una campiña soleada donde lo lascivo es libre y no catalogado por robustas voces y manos. La lucha de sonrisas de un reparto coral entre las que las humillaciones actorales basadas en el prestigio y la antigüedad se darán de postre en el catering a la mano de cualquier técnico. La inundación por lluvias de la cueva convertida en set de rodaje, mis hongos en la planta de los pies por la humedad y unas anginas clavadas por los gritos de un acomplejado director situado en algo reconocible por las revistas del corazón y las instituciones cinematográficas que juegan a hacer industria a pesar de la bajada del 35% en los sueldos de los técnicos en los últimos cuatro años. El frontón va antes que la Iglesia. En todos los pueblos hay uno. Por muy pequeño que sea el pueblo. Siempre hay un frontón. La jerarquía a menudo es discursiva e ilustrativa. El auxiliar de dirección sonríe. Estoy cansado de conducir. Quiero ir a un frontón y destrozar(me). 

SEC. 3. COCHE/TIENDA DE SOUVENIRS. INT/EXT. DÍA.

Continuamos con el frontón. A base de golpes y saliva. Pasamos la frontera. No la reclamada, sino una establecida. Con su puesto de vigilancia y su funcionaria. Atraviesan un par de pueblos con nombres de santos y de nuevo entran en este país. Qué país. Continuamos con el frontón. La ayudante de dirección vuelve a llamar. Ella ha ido por otro camino. Aún está lejos. El segundo de dirección al teléfono hace gestos rápidos de la noche madrileña para que pare el coche. Primeros pasos en esta tierra. Gris y frío todo. Entramos en una tienda de souvenirs al lado de la carretera. El frontón sigue siendo el motivo de todo. El segundo de dirección habla con el empleado. La jerarquía aquí no funciona. Un hombre grande detrás de un mostrador que no entiende muy bien qué queremos. Que no entiende qué hacemos ahí a pesar de tener una tienda de souvenirs. Nos da una pelota. Nos vamos. Las ganas de llegar al hotel y soltar las cosas para ir al frontón es de lo único que se habla en el coche. Aunque ninguno de los dos está muy seguro de la compra que han hecho. 

SEC. 4. HOTEL RURAL/FRONTÓN/PUEBLO. INT. DÍA. 

Habitaciones en la segunda planta. Una al lado de la otra. Escaleras de madera, suelo de madera, vigas de madera. Todo cruje. El segundo de dirección baja las escaleras con la pelota que ha comprado en la tienda de souvenirs en la mano. Crujiendo. El gerente no se puede creer que vayan a jugar con esa pelota. Les da otra pelota. Una para niños. La otra era de adorno, aunque el segundo de dirección diga que sólo era un regalo para su hija. La jerarquía no agradece el cuestionamiento de clases. El sonido de la pelota no es como en televisión. El segundo ayudante de dirección impone la jerarquía y vence al auxiliar de dirección. Dislexia locomotora. Dedos inflamados. Dedos pegados como un pez. El complejo de la clase obrera contribuye a la autodestrucción, a la permanencia de la jerarquía. Comemos en el estado español, meamos en la república francesa. Estoy marcando ciertas fronteras con mi propia mierda. Setas y más setas. Es la temporada de hongos. Caras cortadas se mueven en la pequeña plaza del pueblo. El tiempo y la suciedad se mueve como un rebaño. Los perros siempre están alerta. 

SEC. 5. CUEVA. INT. ATARDECER. 

La jefa está aquí. Otro descenso. La cueva es inmensa. Inmensa y fría, aunque con una sola entrada y salida. Eso lo dificulta todo. Un plano de planta. Tiros de cámara. El eje de la cuestión es el dinero, donde se llega con palabras como planificación, esfuerzo, orden, confianza, corten, otra. El baile de monstruos. El monstruo del brazo de doce metros hacia adelante hacia atrás girando en 360º hacia arriba hacia abajo extendiéndose sobre nuestras cabezas frente al monstruo de unos veinte metros y diez toneladas de grasa flácida y ojos de esparto iluminados sobre croma pisando a los trabajadores de ese otro monstruo de raja de culo sentado con un megáfono vociferando direcciones contrapuestas al sentido natural de la mecánica y la acción, al universo. Mujeres bebidas y drogadas bajo el vestuario y el maquillaje saltando entre raíles de cámara, gritando sobre el reflejo de las gafas de sol bakalas del aspecto. El eco de un sistema de sonido directo para una rave atravesando mi oído y el walkie talkie hasta mi entrepierna cuando la jerarquía no observa cómo miro a las auxiliares de vestuario agacharse para hacer un dobladillo al actor que aspira al método. Previsión, prevenido. Horas y horas extras subiendo y bajando entre las fuerzas del séptimo arte. Por el amor propio al foco de. El akelarre de decisiones entre la jerarquía sólo conlleva al suicidio colectivo. La salud de la cadena productiva es indiferente ante la vieja escuela. Todo por la película. Todo por. 

SEC.6. TERRAZA BAR DE PUEBLO. EXT. NOCHE. 

El equipo al completo. Un ayudante de dirección. Dos segundos ayudantes de dirección, dos auxiliares de dirección. La camarera hace un esfuerzo por entender. El salmo comienza. Otra ronda. Otra ronda. A mí me gusta llamarlo día Z. Los juguetitos están listos. La grúa, el helicóptero, los especialistas, las tres cámaras...Nadie confía en nadie. Todos saben que pueden morir ahogados en esa cueva. En ese pueblo escondido por el tiempo y la inquisición. Se acerca el equipo de cámara. La jerarquía chismorrea. La contemplación nerviosa ayuda a beber. Todos son fervientes creyentes del Apocalipsis. Los accidentes van a llegar. Mañana se abrirá la boca pero no se vislumbra el momento de dejar de masticar. De correr al hospital a por las dosis de toma, una y otra toma. Corten. Aquí viene arte. Amigos íntimos del director. Turno para los comedidos. La culpa siempre es del productor. Ese mafioso aficionado al. El que nos contrata por nueve semanas en vez de doce. El que no piensa pagar una jodida hora extra porque tú amas este trabajo. Está bien. Otra ronda. Lo más interesante viene ahora. Sobre la concentración y la libido de los actores. Hotel localizado a casi una hora del set. Cuando no existen distracciones todo es peor aún. La mente del ser intenta crear algo reconocido por la gran jerarquía de fuera. Este es peor que aquél. Ese es peor que el otro. Otra ronda. Aquí llega el equipo de maquillaje y peluquería. Botes de sangre listos. Transfusión prevenida. Ellos son los primeros que ven el desastre. A los que yo aún sabiendo el destino de caída tengo que presionar y presionar y presionar por el cumplimiento de la orden de rodaje. La jerarquía me lo permite. Sin prismáticos ni megáfonos. Lexatines entre caladas de hachís en las esquinas de las caravanas. Mirando mi cabeza de reloj cuadrado. Me odian pero me aman. Las mentiras que todos conocemos son la gran ayuda. Otra ronda. Finalmente llega producción. Nadie los aprecia. Pobrecitos. Creyentes en la herencia del negocio como si de familiares se tratara. Ellos juegan a la profesionalidad cuando no son más que lacayos mediocres. La jerarquía degusta complaciente. Sí señor, sí señor, sí señor, una y otra vez ante las preguntas de la ayudante de dirección. Todas respuestas falsas. ¿Pero si una mentira es conocida es falsa? Falso intento de profundizar a base de alcohol. Tú no tienes que pensar. Tú no estás aquí para pensar. Corre corre vuela vuela ya ya. Sí señor, sí señor, oído, volando, en la mano, oído, sí señor, ya, sí señor. Fin del día -1. 

SEC.7. CAMPAMENTO BASE. EXT. AMANECER.

Estamos en el campamento base y aún no está colocado ni el desayuno. La ayudante de dirección ya está en la cueva. Sola con su plan de rodaje, con su desglose de guión, con su orden de rodaje, esperando al director de fotográfica, al jefe de eléctricos, al maquinista...al director. Poco a poco empieza a llegar todo el mundo. Caras de sueño que ocultan el miedo ansiosas de bollería y café. El segundo de dirección me pregunta cada treinta segundos el tiempo que falta para que llegue el primer actor. La figuración ya llega tarde cinco minutos. Mal. Mal. Los teléfonos no saben muy bien a qué país conectarse y en qué idioma se habla dentro de ellos. Llega la figuración. Aún faltan diez minutos para que llegue el primer actor. Está en el coche y está en camino. Todo perfecto. Los refuerzos de maquillaje y peluquería tienen que correr más. Vamos vamos. Dos filas. Las maquilladas y las peinadas allí. Vestuario. Llega el primer actor. Caravana personal. Caravana de maquillaje, ya ya por aquí. Sí café. Aquí está. Jefe de peluquería queriendo matar a auxiliar de dirección. Llegan cinco actores a la vez. Caravanas personales, caravanas compartidas sí aquí, esta, esta, no, la otra. Vamos a vestuario. Tú a maquillaje. No da tiempo el café. El director aún no ha llegado. La cueva. La cueva con jefes de equipo tomando café suponiendo qué quiere el director. Empiezan a trabajar sabiendo que cuando llegue el director nada de lo que hayan hecho valdrá. Pero así la ayudante de dirección está contenta. El director de producción no quiere a nadie parado. Vamos vamos. La figuración va bien. Gritan y gritan a pesar de lo temprano del día. El director baja a la cueva. Poco interés en el primer día. Quiere algo distinto, efectivamente. La ayudante de dirección no tiene cobertura para comunicarse con el campamento a través de su walkie. Anda por el campo hasta que encuentra un punto. ¿Cómo van los actores? Dentro de diez minutos aquí para ensayar. Me da igual lo que ponga en la orden. Eso es. Producción mueve coches. Maquillaje y peluquería haciendo la digestión. Actores dormidos que entienden la jerarquía pero se la pasan por los huevos. El oído aún no está acostumbrado al walkie talkie. El pitido de las preguntas, de las ordenes, dónde está la fotocopiadora, qué actor baja al set primero, este va en un coche solo, estos juntos. Jerarquía y gritos. Todos listos. Todos al set. El campamento se vacía. Sólo quedan los cocineros removiendo una crema de agua. Un auxiliar de producción cuidando la caravana de la estrella principal rebajada al estatus de. Un auxiliar de maquillaje limpiando pinceles. Un auxiliar de vestuario planchando chaquetas. Un ensayo rápido. Está bien. Aquí y aquí. A ver. Réplica. De acuerdo. Media hora tarde. La ayudante de dirección sin uñas. La figuración jadeándome. Corred corred. Por ahí y por ahí. De acuerdo. Cuarenta y cinco minutos después de lo previsto. De acuerdo, aquí viene. Todos preparados. Vamos a rodar. La ayudante de dirección grita silencio motor. El segundo ayudante de dirección grita silencio motor. La jerarquía. Aquí voy: ¡silencio, motor!

Manuel Onetti

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