La Historia como ficción

La Historia es un relato coherente y dramatizado del pasado, un corpus de conocimiento maleable que cambia con el tiempo y los intereses de quienes la formulan, y los pueblos a los que sirven. La Historia como género de ficción, en la que los historiadores nos cuentan un cuento con perfectas cadenas de causas y efectos cuando es evidente que el pasado resulta algo caótico, inabarcable, y en ciertos casos incognoscible. La Historia como ideología siempre al servicio de alguien. Los mitos que la desbordan porque su belleza anula o atempera los visos de realidad: ni Cortés tomó México con un puñado de hombres, ni El Álamo fue defendido por héroes que luchaban contra la esclavitud y la tiranía, ni Pelayo fue más que la invención adecuada de un monje que pretendía legitimar la monarquía asturiana, un pastiche de diferentes textos antiguos. El cine, contribuyendo con su mitología a deformar los hechos históricos. Estas son algunas de las premisas que Alfonso Mateo-Sagasta empuña en su enjundioso ensayo La Oposición. La necesaria simplificación de la historia para que la gente la recuerde mejor -no hubo una sola Armada Invencible, sino cuatro-; la mistificación en aras de un objetivo político o de gloria personal -Heródoto amplificando la, quizás, inexistente batalla de las Termópilas o Heinrich Schliemann inventando el tesoro de Príamo en Troya-; la imposibilidad de que la información sea fiable a partir de la tercera generación… Los historiadores eligen unos hechos en detrimento de otros y los combinan a su antojo, filtrándolos a través de escuelas heterogéneas, materialismo, empirismo, estructuralismo, dialéctica, positivismo, racionalismo… No obstante, aunque la Historia sea algo intangible, ni estable ni preexistente, continuamos necesitándola para saber no tanto lo que hemos sido como lo que queremos ser. En esa línea, el autor aboga por crear una nueva historia al margen de los chauvinismos que la han definido, a fin de vertebrar la nueva realidad de inmigrantes y multiculturalismo que se impone, una historia que refuerce un proyecto común, un relato en el que la Sicilia otomana tenga tanta importancia como Carlomagno. Pero el problema continúa siendo el de siempre: ¿quién será el encargado de definirla?

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