Éxodo, de Lars Iyer


Un hombre debe caminar si ha de pensar, dice W. Hemos de estar receptivos a los pensamientos, abiertos a ellos; en cualquier momento podría venirnos una idea, y ello sólo cabe cuando nos relajamos, cuando dejamos que la mente se desentumezca. ¿Cuántas veces ha salido W. a caminar a solas, con la esperanza de que le acudiera una idea a la mente?

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No debemos tanto buscar ideas, dice W., como dejar que las ideas nos encuentren. No es cuestión de esfuerzo mental, sino de aflojamiento mental, dice. Las ideas necesitan tiempo para surgir; tiempo inmensurable. Las ideas desprecian el reloj. Desprecian hasta los cuadernos.

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Le conté a W. que el mundo que me rodeaba era irreal. El almacén era irreal. Los suburbios en los que había crecido, y en los que había sido construido el almacén, eran igualmente irreales. La desesperación revela la verdad del mundo: ¿no es eso lo que comprendía a través de Kafka? El sufrimiento revela la nulidad de las cosas.

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La locura nos había enjaulado en los suburbios como a ratas de laboratorio…

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"¿Crees que tendrán nuestros libros aquí?", pregunta W., sabiendo la respuesta. "¡Por supuesto que no!" Su libro quedó descatalogado nada más publicarse. ¡Antes de publicarse! Su editor quebró. Y mis libros –mis supuestos libros– aparecieron en las ediciones más oscuras, a cargo de la editorial más oscura, a un precio sólo asequible por las bibliotecas más prósperas. ¡Nuestros libros no tendrán efecto alguno! ¡No tendrán lectores!

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El criterio para que un libro merezca la pena es si te hace pensar más, dice W.

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A veces, W. desearía que hubiese una gran explosión en el cielo. Que una estrella cercana estallara en el firmamento. Que la cabeza de un cometa se dirigiese en llamas hacia nosotros. Ah, ¿por qué será más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo?

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Hay que dejar de escribir para tener una idea, dice W. Hay que hacer una pausa y esperar. El pensamiento ha de acudir a ti, no tú a él. No se puede forzar el pensamiento escribiendo.

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El sistema académico se ha desplomado. Mi libro –y los demás millones de libros, pues ahora se publican más libros que nunca– se encontró con un perfecto silencio, una perfecta indiferencia. La universidad está acabada, y nosotros estamos en el espacio exterior, dando tumbos de cabeza en la oscuridad.

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No tenemos miedo a ser juzgados, dice W. No tenemos miedo a responder por nuestros pecados. Pero estos nuevos ejecutores nos asesinarán por la noche. Nos matarán en la ignorancia, sin comprender por qué hemos de morir, por qué lo merecemos. Caeremos, pero no en nombre de nada en particular.
Por eso tenemos que mantenernos firmes, dice W. Para salvar, no lo que somos, sino lo que podríamos haber sido, aquellos cuyos hogares ocupamos. Para honrar, no lo que nosotros podríamos haber conseguido, sino lo que ellos podrían haber conseguido, de haber sido todo distinto.


[Pálido Fuego. Traducción de José Luis Amores] 

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