SE POSA EL ÓXIDO EN EL VENTANAL por CELESTE PÉREZ FERNÁNDEZ




Se posa el óxido en el ventanal. Mi médula es un dependencia tapiada. El córvido excarza hasta reconocer su nutrición. Lo alimento con lo que es suyo: la fermentación de la colmena, la herrumbre, los clavos mal reducidos; y entre las migajas de mi carne, el insípido espejo vuelve a anidar.

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Despellejar la piel del polluelo no es frivolidad. Mis dedos son el pensamiento en la casquería. El pubis de mi madre es una burbuja viscosa desde mi génesis. Mis huesos son canos asépticos. No conozco la terapia del oxígeno. Respirar por las vísceras es la costumbre del germen, la morada del huérfano. El paroxismo es un experimento en ebullición.

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La agitación es más acuciante en la lluvia. Las especies aborígenes son las únicas ciertas. Hablo de etnias de vuelos y escamas o de hordas bípedas cautivadas por la oratoria del agua. Su movimiento es intenso, sin secuencia definida. Llover y callar son trastornos coreicos no predictibles. La huida es una interrupción discreta del habla . A través del cristal, las manos, tartamuda piel.

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Nadie ve en el pájaro la misma mañana.


Celeste Pérez Fernández


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