Gonçalo Tavares: “Es importante la micro-resistencia de cada uno de nosotros”

Gonçalo M. Tavares (Luanda, 1970), uno de los más importantes escritores en lengua portuguesa, ha publicado hace unas semanas ‘Una niña está perdida en el siglo XX’, una obra donde se detiene a observar una centuria marcada a fuego por la guerra y el holocausto. “Me parece un deber del escritor que no se olvide la tragedia de ese siglo”, afirma el autor de ‘Jerusalén’, para quien escribir es una necesidad física, orgánica, mientras que publicar es un verbo secundario, que ha conjugado en verdad muy pocas veces, pues cree que “la velocidad amenaza el tiempo tranquilo y sereno de la literatura”.

Antes de publicar su primer libro, Tavares leyó y escribió durante una década. Consolidó los cimientos de su estilo. Depuró y perfiló al máximo su escritura hasta quedarse con lo esencial. Entre lo que escribe y finalmente publica hay un largo proceso. Un tiempo en el que deja reposar en un cajón la prosa como si fuera vino. Luego vuelve a ella con otra mirada y poda las frases sin prisa. Con la dedicación de un ebanista.

Salinger recomendó en su día a la periodista Betty Eppes que, si quería escribir, lo que tenía que hacer antes era meterlo todo en un cajón y guardarlo allí. Usted escribe, lo guarda y luego deja pasar el tiempo antes de publicarlo. ¿Qué le aporta a su creación ese proceso de maduración, de paciencia creativa?

Intento escribir y luego olvidar la publicación durante unos años. Para mí, escribir y publicar son dos verbos muy distintos. Escribir es un verbo que requiere cualidades, como el dominio del lenguaje o de la imaginación. Y publicar es otra cosa. Para mí escribir fue, desde siempre, el antepasado de la publicación, como si fuera algo muy lejano de lo que acaba publicándose. Yo escribo, lo dejo en un cajón y cuatro, cinco o diez años después vuelvo a lo escrito. Corto frases. E intento poner el texto definitivo. Este tiempo para mí es esencial. Ese tiempo que va entre escribir y publicar me permite mirar el texto no cómo la persona que lo ha escrito sino como un lector, un lector que tiene juicio crítico y que puede cambiar el texto.

Cuenta que siendo niño se dio cuenta, mirando el hoyo de una edificación, que antes de construir hay que asentar el edificio, una metáfora que le sirvió para encauzar y conformar su posterior modo de escribir.

Mi padre era ingeniero. He mirado muchas veces la construcción de una casa y la idea de abrir un agujero para poder poner los cimientos. La idea de que una construcción se empieza a hacer desde debajo de tierra. Ha sucedido algo semejante conmigo. Durante los 20 y los 30 años he escrito muchos libros y solamente he publicado a partir de los 30. Estos años de escritura y lectura antes de publicar han sido la apertura de ese agujero, de esa cueva en la tierra para poner los cimientos.

Sin embargo, frente a esa forma singular que usted tiene de entender la literatura, asistimos hoy a una proliferación de títulos constante, donde parece que prima más la cantidad que la calidad literaria. ¿Cómo percibe este fenómeno que parece ir en consonancia con el mundo acelerado y frenético de hoy, donde todo se diluye con suma facilidad, donde un producto sustituye a otro a una velocidad inquietante, donde persiste una infinita insaciabilidad material?

Internet ha establecido una velocidad que perturba. Me parece que uno de los errores es precisamente la velocidad asociada a la escritura y a la publicación. O sea, una persona escribe y publica en Internet en el mismo momento y al instante tiene una reacción, buena o mala. Todos los procesos que antes duraban años en la escritura ahora se resuelven en una hora. La velocidad amenaza el tiempo sereno y tranquilo de la literatura.

En realidad, escribes en El Barrio, el señor Juarroz iba de compras no para comprar sino para ver. ¿Escribir sirve para ver mejor el mundo, para mirarlo con mayor detenimiento, para interpretarlo de otro modo?

No es nada fácil esa pregunta. Escribir y mirar son verbos que tienen una relación. Cambiar la mirada cambia la escritura. Intento escribir para aumentar la lucidez. Me agrada la palabra lucidez porque tiene que ver con la luz. Escribir es una investigación. Escribo para comprender, para percibir algo que no percibía antes. Escribir es descubrir. Intentar ver cosas nuevas.

En su última novela, ‘Una niña está perdida en el siglo XX’, escribe que el poder se ha propagado demasiado, “está por todos lados”. Asimismo, en ‘El señor Bretch’ añade: “El gobierno corregía los desequilibrios sociales mediante un reequilibrio numérico: ponía dos centinelas alrededor de cada pobre”. ¿Parece hoy que el poder es incapaz de asumir los grandes retos del mundo y que la política ha perdido esa habilidad de decidir qué cosas tienen que hacerse correctamente?

El poder es un tema que me interesa mucho. Es evidente que el poder se conecta con algo negativo. Con la fuerza y la vigilancia. El poder tiene que ver con el verbo poder. Es un verbo muy fuerte. Es la idea de posibilidad. Hay un poder individual, que son las posibilidades individuales, y mientras más poder individual tiene la persona es mucho mejor. Hay también un poder colectivo y este sí es un poder potencialmente violento. La política debía incrementar las posibilidades individuales, permitir que las posibilidades aumenten sin poner en riesgo la estabilidad y la ley. La política debería aumentar el poder individual para conseguir la alegría de la persona. Ese sería el poder colectivo perfecto: hacer que las personas sean lo más alegres que puedan ser.

El sociólogo Ziymunt Bauman se refería precisamente en una entrevista el pasado año al colapso de la confianza, a la creencia de que los líderes actuales no sólo son corruptos sino que son incapaces. ¿Cómo cree que puede recuperar la ciudadanía su confianza en unos gobernantes que lo han defraudado sin descanso?

Es una cuestión vieja y nueva también. Desde los tiempos antiguos se viene hablando de eso. Siempre que alguien gobierna se está colocando en una posición de la que puede abusar. De alguna manera, la democracia intentó organizar un sistema de vigilancia de los gobernantes. Este sistema de vigilancia ha fallado en muchos países. Los gobernantes y los grandes empresarios tienen un sistema muchas veces de corrupción que supera a ese sistema de vigilancia. ¿Cómo resolverlo? No hay soluciones. No obstante, un sistema democrático que se basara en pequeñas microdemocracias, en asambleas de población en barrios que pudieran hacer un control del dinero público, me parece que sería un paso importante en este sentido.

El siglo XX ha dejado para la Historia una serie de acontecimientos que han marcado a fuego a toda la humanidad. Especialmente los años de la 2ª Guerra Mundial y ese horror de los campos de exterminio nazi que quedan reflejados en tu obra, con ese hotel cuyas habitaciones tienen nombres como Terezin, Auschwitz… ¿Demasiada oscuridad para un solo siglo?

El siglo XX es central. El holocausto es como un antes y un después. Es como si nosotros viviéramos en un siglo después del holocausto. Podemos hablar de una división del tiempo histórico, antes del holocausto y después. Cuando hablamos de antes del holocausto y después, es como una marca negativa, como algo muy triste.

Precisamente, en una de las mejores obras de W. G. Sebald, ‘Austerlitz’, el desaparecido escritor alemán se detenía en el horror de Terezin, señalando que en un kilómetro cuadrado se hacinó a unos 60.000 judíos. No hay que dejar de escribir ni recordar un solo instante sobre estos acontecimientos que dejaron unas profundas huellas de dolor en la Historia.

En todas las novelas que he escrito es muy importante la idea de la memoria. De no olvidar. De alguna manera me parece un deber del escritor. Un deber político del escritor. Intentar que las personas no se olviden de este siglo XX tan trágico.

Usted repite, una y otra vez, que lo más importante es escribir. Vive ajeno a todo ese mundo de redes sociales que protagonizan el siglo XXI. ¿Las nuevas tecnologías nos han hecho más libres a costa de vender toda nuestra intimidad y, al mismo tiempo, nos han hecho más vulnerables?

La tecnología, de alguna manera, nos hipnotiza. Todos nosotros estamos como encantados con las nuevas tecnologías. Hay algunas extraordinarias y hacen que nuestra cabeza funcione mejor. Hay que diferenciar la tecnología que implica progreso humano y la que no. De alguna manera, la publicidad de la tecnología nos impone un pensamiento único: la idea de que el progreso técnico es progreso humano. Y, por tanto, para mí es obvio que el progreso técnico es solo progreso técnico. Hay progreso técnico que es progreso humano y hay progreso técnico que es retroceso humano. Soy un entusiasta de la tecnología que corresponde a un progreso humano.

¿Por ejemplo?

Cuando una tecnología nueva, cuando una máquina hace algo nuevo que no se hacía antes y esa máquina incrementa el desempleo, el paro, para mí este es un ejemplo de progreso técnico que retrocede lo humano. Está en curso una guerra lenta que es la de la destrucción del empleo por parte de las máquinas.

“Primera regla – dijo Terezin-, que el peso de lo que tenemos en la habitación sea menor que nuestro propio peso”. ¿A veces es imposible escapar a determinadas situaciones por todo ese peso, por todas esas cargas y obligaciones que hemos ido añadiendo a nuestras vidas?

La idea de vivir es la de ir a lo esencial. De alguna forma, todos estamos siendo invadidos cada día por nuevos objetos, nuevas cosas. Hay que retornar a lo esencial. La habitación clásica de los japoneses tenía una ley que me gusta mucho: en una casa clásica japonesa sólo podían estar los objetos que eran utilizados una vez por semana, el resto tenían que salir de la habitación. Eso me parece interesante, la idea del objeto que está presente solamente para que sirva, para que tenga una utilidad.

¿En su escritura siempre tiene uno la sensación de que ha ido sustrayendo peso a la narración, que ha ido depurando las palabras una a una, que no hay ninguna frase de más?

La idea de escribir en cinco palabras en vez de veinte me parece esencial. Intento hacer las cosas más simples y más cortas. Y tiene que ver especialmente con el tiempo del lector. El tiempo es precioso para cualquier mortal. De alguna manera, yo intento escribir libros para mortales, no para inmortales. Un dios inmortal tiene tiempo para leer todo. Nosotros, los mortales, no tenemos tiempo para desperdiciarlo. Intento poner en los libros apenas lo esencial. Cortar, cortar y cortar es un trabajo para mí continuo.

¿Dónde reside la eficacia narrativa para que podamos hablar de un buen texto literario?

Es imposible saber lo que funciona o no en un texto. No me gusta la idea de funcionamiento de un texto. Un texto no es como una máquina. Es algo orgánico y que no tiene un objetivo claro. Un buen texto literario debe inquietar y volver a las personas más lúcidas, ofrecerles clarividencia.

¿Tiene al lector en la cabeza cuando escribe?

Yo nunca pienso en el lector cuando escribo. Para mí escribir es una necesidad física. Es como tener una necesidad básica orgánica. Intento escribir por pura energía orgánica. Separo mucho, como le he dicho, el escribir, que es esencial, y el publicar, que es secundario.

Vamos a hablar de Bloom y de su viaje a la India. Un hombre que partió de Lisboa. ¿Un libro ‘Viaje a la India’ con profundos ecos joyceanos?

Viaje a la India es una tentativa de actualizar la idea clásica de epopeya. Me parece que muchas veces abandonamos géneros literarios clásicos de una forma absurda. Los dejamos como si fueran viejas máquinas que no funcionan. Para mí la epopeya es un género literario extraordinario. Narrar una historia con ecos de poesía me interesaba mucho. La poesía puede ser otra cosa, no lo que hoy decimos que es poesía. El nombre de Bloom me parecía el nombre justo para el personaje. Más que una referencia a Joyce tiene que ver con el sonido del nombre. Este viaje es el de un personaje que intenta buscar la sabiduría en Oriente y percibe que Oriente es tan materialista como Occidente. Es un libro muy duro y satírico, porque mira el mundo desde un punto de vista muy derrotado. Es también un libro de esperanza.

Vivimos una época de continuos desplazamientos a causa de la guerra o el hambre. ¿Hay algo más terrible que una humanidad huyendo de sí misma?

La gestión del fundamentalismo religioso es un tema que nos atormenta, como es evidente. La tecnología no está al servicio de lo importante: cómo terminar con el hambre en muchos países. Las fuerzas que miran al dinero son muchos más fuertes que las que intentan equilibrar el tema del dinero y los recursos en el mundo.

Y en el fondo, parafraseándole, de lo que parece que se trata es de resistir. No hay nada más…

Tenemos que resistir, que es una palabra muy bonita. El menos fuerte es el que resiste y, de alguna manera, nosotros somos los menos fuertes. Resistir intelectual y físicamente me parece muy bueno. La idea de escribir un libro hoy, en 2016, que intenta reflexionar, pensar, es de alguna manera una resistencia a la estupidez que está presente en muchos de los canales de televisión y la publicidad excesiva del mundo. Si cada uno de nosotros intenta hacer micro-resistencias, de ahí resultará una gran resistencia colectiva.

 

(publicada en elasombrario.com)

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