LA CASA ENCANTADA por EVA GARCÍA FORNET



Soy una casa encantada por vocación. Prefiero la soledad de la cocina y el cosquilleo de las arañas a los golpes y ruidos que vienen de los humanos. Así que cada vez que me han vendido le he hecho la vida imposible a las familias. No es nada personal. Es sólo que soy una casa introvertida e hipersensible y detesto los gritos de los niños, la televisión hasta altas horas de la madrugada y las discusiones de pareja. Prefiero bostezar fantasmas por la chimenea y aburrirme contando las motas de polvo de las estanterías. Mi pasatiempo favorito es pasar una y otra vez las hojas de los libros viejos hasta gastarlas y volverlas amarillas. A veces hago crujir los tablones de madera del suelo para intentar hacer música y eso pone nerviosos a los ratones. Al anochecer todo el horizonte cabe en el salón y el sol deja motas de oro en las alfombras deshilachadas.

He visto años mejores. Recuerdo cuando a la gente no le cabían los suspiros en los guantes y bailaban entre velas. Entonces se enamoraban para siempre y se solían morir trágicamente. Se controlaban las ansias bajo corsés protocolarios y los fantasmas eran trágicos y flacos. Había gente que se paseaba con el fantasma de la melancolía de su amor frustrado, hechizados para siempre en un tiempo que nunca se movía. Eran épocas mejores. La gente se movía con delicadeza por las cosas para no romperlas. Escribía cartas. Se tomaba su tiempo.

En estos últimos años he visto a muchas casas encantadas venderse por dinero. La especulación las ha hecho ricas y creen que son mejores que las otras, se pavonean con sus geranios y petunias en los balcones y exhiben sin pudor sus baños con jacuzzy. La gente las llena con trastos que no necesitan y en vez de escuchar el viento por las noches escuchan pitidos electrónicos. Ilusas. Olvidaron lo que es dejar al viento tocar las tejas y escuchar con paciencia los achaques de las vigas viejas. Prefiero una muerte decadente y en silencio en mi cama de musgo y jirones que una vida perfecta en apariencia pero llena de ruido y de gritos.


Eva García Fornet


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