Suanzes



Foto de Olmo Calvo.


Hace unas semanas hablábamos en esta sección de una calle en la que sólo se trabaja situada, si accedemos a ella bajándonos en Suanzes, al otro lado de la Quinta de los Molinos. Me refiero a Juan Ignacio Luca de Tena. Hoy nos paseamos por lo que hay del lado de acá, esto es, que no atravesamos la Quinta, sino que nos quedamos en este tramo de la calle Alcalá delimitado por Hermanos García Noblejas y San Romualdo. Nos quedamos, en fin, en lo que es propiamente Suanzes, que se configura, en apariencia, como una suerte de espejo inverso de Juan Ignacio Luca de Tena. Y es que a bote pronto, si callejeamos superficialmente, podemos decir que se trata de una zona en la que antaño sólo se trabajaba.


Ocurre, no obstante, que definir este barrio es una tarea bastante más compleja. Es verdad que hace décadas en Suanzes primaba el trabajo. Sus calles eran sobre todo de fábricas y talleres. Ahora bien, muchos de estos talleres siguen en funcionamiento a día de hoy, por lo que tenemos que hacer una primera matización: el trabajo sigue siendo algo central por estos lares. Prueba de ello es que, además de los talleres que han sobrevivido a la desindustrialización, no pocas empresas han establecido aquí sus sedes, como El País o Rovi.


¿Por qué entonces mi énfasis en que es un lugar donde antes sólo se trabajaba, dando a entender que en la actualidad el trabajo ha sido expulsado de la identidad de estas calles? Pues porque es esa la impresión predominante para quien va de visita. O al menos para la visitante que yo soy. Tengo la sensación de que los inmuebles abandonados poseen una presencia mayor que lo nuevo, y no porque los talleres y las naves vacías y decrépitas sean más numerosos, sino porque su carácter se impone sobre lo demás. Lo connotativo, lo sugerido, tiene más fuerza que lo denotativo. El significado sin fisuras se encoge. Podríamos en todo caso tildar a este fenómeno de anomalía sensorial. Una anomalía en la que los inmuebles recientes parecen lo residual, lo que está a punto de extinguirse. Como si el barrio se estuviera construyendo hacia atrás en el tiempo.


Pero no hay nada más lejos de la realidad. Suanzes hoy es el producto de dos procesos. Por un lado, el cambio de modelo productivo y económico, responsable de los talleres y fábricas fantasma, así como de algunas casas humildes que sobreviven o simplemente yacen cual cadáveres en descomposición entre edificios nuevos. Por otro lado, las plusvalías generadas por que algunas empresas decidieran poner aquí su sede, lo que ha conllevado un efecto llamada. Cada vez hay más negocios y oficinas, y por supuesto trabajadores que quieren ahorrarse el trayecto diario, así que también han florecido los edificios de viviendas. Algunos son inmuebles de lofts, lo que da una idea del perfil de sus habitantes: jóvenes sin ataduras familiares.


Vayamos a la calle Tracia. El número 38 son oficinas de los años 50 con talleres debajo, el 36 una vivienda habitada en estado ruinoso, el 32 es un edificio de viviendas nuevo y modesto, ergo, ladrillista y vulgar; le sigue un inmueble antiguo que parece de oficinas o almacenes de los años 60, una guardería y un edificio novísimo con fachada revestida de paneles metálicos que pertenece a una empresa de imagen digital enfrentada a un taller de dos plantas de los años 50 o 60, el cual constituye la tipología de lo que fue la zona cuando era industrial y estaba en su apogeo.


¿Acabarán desapareciendo los talleres y las antiguas naves cuando dejen de ser negocio? Parece obvio que sí, aunque para la que esto escribe la ciudad debería preservar algo de su historia. Sin embargo, en un país donde el urbanismo pertenece a los agentes económicos, que no se caracterizan precisamente por querer conservar nada salvo sus privilegios y su histórica incultura, hay poco espacio para la esperanza (barbaries como la demolición de La Pagoda de Fisac o la destrucción del patrimonio histórico del centro de Madrid promovida por la Operación Canalejas o el Grupo Wanda, suceden con absoluta impunidad en España, donde quienes deberían proteger el patrimonio no están por la labor). Sólo cabe confiar en que a las antiguas naves y talleres de Suanzes se le encuentren utilidades futuras, como ocurre con La Faena II, una sala de conciertos situada en un antiguo garaje. Ojalá cunda el ejemplo.

Este artículo se publicó en EL MUNDO Madrid el 07/08/2015.

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