DONDE PONE EL OJO…

En materia de mujeres, competir con Flavio equivalía a olvidarse de la medalla de oro. Ganaba siempre por rapidez, tenacidad y simpatía. Era como si las drogara, como si tuviera una pócima que las embrujara y eliminara sus armas de defensa. “Donde pongo el ojo, pongo la polla”, me dijo un día en París al poco de conocerle. Sus artes de seducción siempre estuvieron dirigidas exclusivamente al sexo; jamás tuvo otra motivación que la sexual. En realidad no se aprovechó de nadie, simplemente se le daban bien las mujeres, pero fatal las relaciones estables con ellas. Justo todo lo contrario que a mí.

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